Desde mi libertad

En la crónica Secretos hablamos del don de las palabras para viajar con ligereza en el tren de la felicidad, pero también el silencio profundo tiene ese poder, porque en este universo todos los valores opuestos se complementan.

A partir de este jueves estaré viviendo mi cuarto retiro de silencio, organizado por la fundación El Arte de Vivir.

Siempre es una experiencia fabulosa, reparadora, un alto en la vida para observarla como si flotaras en el espacio y luego zambullirte en ella con el ímpetu de un adolescente.

Pero hacerlo en esta semana me representa ciertos desafíos. El primero es que el curso se hace de forma virtual (por el asunto del distanciamiento), y eso es bueno porque participa gente de toda Latinoamérica, pero al hacerlo en casa dependo de la veleidosa conexión por datos, y además respondo totalmente por dar mi cien por ciento en los ejercicios y meditaciones… ¡sin caer en otras tentadoras distracciones de la cotidianidad!

Sentada en el andén, / mi cuerpo tiembla y puedo ver, / que a lo lejos silva el viejo tren / como sombra del ayer…

El segundo desafío es que desde Argentina nos guiará el mismo instructor que armó el primer Silencio en Cuba, en junio de 2016, facilitado entonces por la organización criolla OM Meditación.

De su energía me nutrí para cruzar el puente entre el Antes y el Después más grande de mi vida, y quienes me conocen hacen años saben que el cambio ha sido felizmente sostenido, pero no imaginan cuánto se estremeció mi Ego para lograrlo.

No será fácil ser / de nuevo un solo corazón. / Siempre había sido una mitad / sin saber mi identidad.

¿Puedo confesar algo inapropiado? Aquella vez, desde el primer día quedé fascinada con los ojos del profe, su vitalidad, su modo de cantar y tocar la guitarra… y como suelo ponerme nerviosa cuando alguien me hechiza, dejé en él una impresión rarísima: al hablarle de mi trabajo sólo entendió que lo mío era el sexo y asumió que tenía en clases una trabajadora sexual de respetable edad que lidiaba con problemas vinculados a su oficio.

No llevaré ninguna imagen de aquí / Me iré desnuda igual que nací. / Debo empezar a ser yo misma y saber / que soy capaz y que ando por mi piel.

En aquellos cuatro días de turbulenta introspección descubrí de mí misma cosas que jamás me había sentado a razonar. Fue un proceso muy fuerte en el que perdoné agravios y desarraigué prejuicios y rencores que me alejaban de personas que amo o amé mucho.

Además aprendí a valorar cada fibra de mi cuerpo, cada vacío, cada genuina sensación, cada momento de fortaleza o fragilidad física y espiritual. Créanme: sin eso no estaría aquí ahora, tan desfachatada, compartiendo mis intimidades y viviendo libremente otras fantasías.

Desde mi libertad / Soy fuerte porque soy volcán. / Nunca me enseñaron a volar, / pero el vuelo debo alzar.

Cuando pude volver a hablar después del primer curso, ni siquiera me apetecía. Esa tarde regresaba a casa en un P15 y el chofer puso un disco de Ana Belén (algo incomprensible para mí hasta hoy). La primera canción, la que hoy les transcribo, me atrapó de inmediato por la dulce simpleza de su mensaje, justo el que necesitaba para abrirme al mundo otra vez. ¿Cómo se armarán tamañas coincidencias?

La española cantaba casi con nostálgica dulzura su natural fortaleza, y yo, en pleno entrenamiento para volar, supe que nada rompería mi vínculo con el Amor que soy, más allá del que he logrado expresar a otros, o a mí misma, a lo largo de esta vida, la única encargada de responder a sus propias preguntas, tercamente infinitas…