Experimento zoocial

Es duro sentirse un riesgo potencial para la gente que amas. Jorge se declaró en cuarentena hace días, a mi papá lo tengo convencido de no dejar su humilde baticueva y mi mamá no me preocupa por aquello de que bicho malo nunca muere, pero al menos entendió que es muy desconsiderado tocar las cosas que traigo de la calle y luego visitar a su vecina octogenaria (mi ex suegra, para más detalles).

El peligro real en casa soy yo, que no puedo dejar de trabajar, coger guaguas, buscar mandados… y toquetear ciertos glúteos cuando llego. ¡Ey! Aclaro: No en cuanto llego, sino después que suelto la mochila, pongo la ropa en la cesta del lavado y me doy un baño o un aseo a fondo.

Para cumplir con el distanciamiento social, incluimos una abstinencia voluntaria de lo que ustedes imaginan, pero mi cuerpo se quejó alto y claro, con toda su razón: Justo el 12 de marzo inicié una depuración buenísima que implica cero alcoholes, cero harinas y menos azúcar al día. Si está acatando todas esas medidas restrictivas con seriedad y entusiasmo, ¿cómo no voy a darle su merecida recompensa?

Hoy encontré una solución: sacrificarnos por la ciencia y por ustedes, amados foristas, que seguro están también en pausa, esperando noticias fidedignas del supuesto riesgo de contagio por intercambio de fluidos, más allá de las gótulas de móculo que desprenden las narices infecciosas.

Me salto la parte científica del asunto porque ese será el tema del próximo Sexo sentido (para clasificar en la agenda informativa del momento, ya saben). Por acá voy directo al punto de los resultados, y espero fervorosamente que les sean útiles nuestras bien comprobadas conclusiones.

Número uno: Si tú y tu pareja no han estado en un campito sin contacto humano en los últimos dos meses, olvídense del Misionero, la Cuchara, el complicado Trapecio, la flexible Somnolienta, el íntimo Cara a cara o la excitante Medusa.

Número dos: Aunque la Hamaca aparente cumplir el requisito del metro entre narices, la gravedad compromete la higiene de esa postura, a menos que la persona encima use nasobucos de material ultraconfiable o tenga flexibilidad para torcerse como un puente de base antitelúrica, y el de abajo tenga control para disfrutar la vista sin disparar antes de tiempo y que la foto quede movida.

Número tres: La Carretilla y la Sorpresa están bien, previa desinfección de las manos que sostienen, y la Profunda y la Tijera tal vez pudieran funcionar… Solo verifiquen, en el primer caso, que las patas de la cama resistan la presión concentrada en menos puntos, y en el último, que el terreno alcance, no vaya a ser que de pronto se vean cabalgando de lado con el jinete sin cabeza. (¡qué mala impresión da!). 

Casi a punto de desistir, recordamos que el nuevo coronavichus no infecta a los animales, así que ensayamos a posturas con nombres de especies de probada inmunidad y ricurancia, y por fortuna llegamos… (A soluciones, claro).  

El perrito (¡obvio!) es de las más recomendables (siempre que la correa alcance para no perder el control), pero también funcionan las lombrices (que se restriegan con la cara en direcciones opuestas), la ranita (con la cara hacia los pies del yaciente), el caballo (lo dejo a su imaginación) y el higiénico bailecito del bimbón, copiado de las gacelas esteparias (la de verdad, no las trampas amarillas que circulan en La Habana).

Si aún no confían y prefieren hacerlo de uno en uno (como debieran ser las colas en estos tiempos, y siempre), recomendamos el oso hormiguero (ya saben: escarbar con la naricita), el suricato (bien firme, sin mirar hacia abajo) y el infalible autoservicio de los monitos… ¡pero sin tocarse ojos, oídos ni boca, por favor!    

Ahora pienso que pudiera servir lo de hacerlo directamente con animales y no como ellos… Pero hasta ahí no llegamos en nuestro experimento para ayudar a la humanidad.