Fantasma en el espejo

Incluso en estos tiempos, / veloces como un Cadillac sin freno, / todos los días tienen un minuto / en que cierro los ojos y disfruto / echándote de menos…

“¿Quién canta?”, pregunto a mi anfitriona, y ella me mira con asombro. “Es Joaquín Sabina, el Cronista de Madrid. ¿No lo reconoces? Hace poco te puse otro casete de él”.

Incluso en estos tiempos, en los que soy feliz de otra manera, / todos los días tienen ese instante / en que me jugaría la primavera / por tenerte delante…

La nieve solo es graciosa en las primeras horas; luego se vuelve fango, fraude resbaladizo para mis inexpertos pies. ¿Qué estarás haciendo ahora mismo al otro lado del planeta? “Si no caigo en el aire estoy bajo el agua”, respondiste un día, cuando indagué por tu trabajo. “¿Cómo las gaviotas?”, quise provocarte. “Como los delfines de ese libro que tanto te gusta: ¡Delfín, delfinero, caballo y pájaro del mar!”.

Incluso en estos tiempos, / de volver a reír con los amigos, / todos los días tienen ese rato / en el que respirar es un ingrato / deber para conmigo.

“¿Y a vos que te molesta, si aquí el que corta la cebolla soy yo?”, pregunta el esposo de la chica, llegando desde su cocina, y sin permiso seca mis lágrimas con el dorso de su mano húmeda, olorosa a sazón de tierra extraña. “¿Pasa algo?” preguntaste tú aquella tarde, a mitad de nuestra última charla de amigos, cuando las cosas importantes se dijeron con los ojos y el corazón abogó por los terceros inocentes.

Y sería el dolor mucho más lejos / si no estuvieras dentro de mi alma. / Si no te parecieras al fantasma / que vive en los espejos…

“El disco se llama Esta boca es mía”, insiste la joven bonaerense, y yo veo tu boca sonriéndome de lado, amagando besos, coqueteando a centímetros de mi cuello. Como si no pasara nada. Como si yo no fuera a retomar mi vida en unos días y ella no estuviera ahí, a unos pasos, atendiendo a tu hija, brindándome su amistad con gestos sabios.

Incluso en estos tiempos, / triviales como un baile de disfraces / todos los días tienen unas horas / para gritar al filo de la aurora / la falta que me haces…

“¿Estás bien?”. Una mano en mi cintura me devuelve a la realidad. A punto de amanecer, la maldita canción no sale de mi cabeza, recordándome todo lo que pudo ser y elegí que no fuera… ¿Lo hice por mí, por él, por quienes no lo merecían, por el viaje, por el amor idealizado, por el miedo a fallar? Con un suspiro abrazo una espalda tibia bajo el edredón de lana, e intento dormir un poco más.

Incluso en estos tiempos / de aprender a vivir sin esperarte, / todos los días tengo recaídas / y aunque quiera olvidar no se me olvida / que no puedo olvidarte.

Yo volví. Mi vida cambió. Durante una década apareciste muchas veces de manera fugaz. Penélope y Ulises. Gato y ratón. Ilusión y abandono. El mar no es la mayor distancia. Hay trampas más viciosas que la nieve. Ataduras. Capas más irritantes que las de una cebolla.

“Nunca voy a entender por qué te fuiste”, fue tu última frase. Yo tampoco, pero me iría otra vez, si fuera el caso. Incluso en estos tiempos, en que logro mirar con desapego ambas historias y decido compartirlas con ustedes. ¿Qué habrá sido de aquel casete? Aunque la sé de memoria, busco en mi carpeta de música lacrimógena la bendita canción, y la escucho de nuevo:

“… Si no estuvieras dentro de mi alma, si no te parecieras al fantasma / que vive en los espejos…”.