Mapa de tesoros

¿Quién no jugó en su infancia a buscar tesoros? Podían ser reales, como juguetes, mariposas o golosinas; e intangibles, etéreos, tiernamente fantasiosos, como el unicornio silviano.

Buscábamos en familia o en solitario; con almas muy cercanas o contra rivales; a ciegas o con la imagen exacta de lo que procurábamos porque lo vimos antes en un libro o en la tele, o alguien lo describió con tanta vivacidad, que se impregnó en nuestro corazón y se convirtió en destino.

Siempre, de un modo u otro, tuvimos una guía mental para esas búsquedas. Una voz que anunciaba “frío, frío”; “caliente, caliente”; un olor, un sonido, un recuerdo muscular, y en el mejor de los casos, un rastro de pistas a descifrar con audacia o un mapa explícito del ansiado tesoro.

El caso es que ese juego alimentó la fuente de nuestras alegrías y esperanzas en esa primera etapa, tan vital para crecer como seres humanos con acceso a la felicidad. Como personas capaces de dejar una huella, más allá del impacto ecológico de existir en este planeta. Como Buscadores, título honorífico de la sabiduría antigua interpretada por Coelho en varios de sus libros, sencillos e inspiradores.

Creo que esa palabra lo resume todo: inspiración. Fíjense que tiene doble significado, porque además de ser un impulso para avanzar en tus metas, describe el primer acto de la vida, por mucho el más frecuente, el que trae energía al cuerpo y enfoca a la mente para existir y avanzar.

En ambos casos, el secreto de la inspiración está en que funciona aún antes de razonar sus mecanismos, pero es mucho mejor si la hacemos consciente y le damos espacio en las rutinas diarias. Sobre todo, si aprendemos a verla en ciclo único con sus valores complementarios: inspirar, retener breve el aire y expirar. Inspirar, contemplar la obra y dejarla ir…

Por eso también en la adultez son tan buenas las búsquedas de nuevos tesoros (reales o virtuales, a título personal o como grupo humano), esos desafíos asumidos para dejar a voluntad la estancada zona de (dis)confort y movilizar recursos vitales que a veces duermen en el aburrimiento de las convenciones, los prejuicios, la anquilosada conformidad de quienes temen empuñar la fe para abrirse camino en la incertidumbre.  

Esta semana en el grupo de wathsapp construimos nuestros mapas de sueños para el año que recién comienza. Empezamos con miedos, generalizaciones, frases prestadas… Luego todo fluyó hermoso, divertido. Nos inspiramos mutuamente y se teclearon propuestas exactas de lo que cada quien espera en ocho áreas esenciales de la vida: familia, pareja, trabajo, dinero, relaciones humanas, diversiones, espiritualidad, salud.

¿Y si se embullan a construir su propio mapa? Es una técnica que la Sicología moderna emplea con frecuencia, y es una gracia ancestral fácilmente rastreable en todas las civilizaciones (e incluso antes), como bien prueban los dibujos de cacerías exitosas en las cavernas, las pirámides y monolitos erigidos en todo el planeta, los trazados de dibujos gigantescos, como los de Nazca, y decenas de miles de libros de aventuras, entre los que destacan, a no dudar, los de Julio Verne, mapas inspiradores de la ciencia moderna.

Puedes hacerlo en tu PC o tu móvil con tecnología digital, tomando fotos propias o copiando dibujos ajenos que simbolicen tus metas. También puedes volver a tu infancia y rodearte de revistas para recortar y creyones para colorear esos sueños. O puedes hacerlo menos pictográfico y apelar a los mandalas, esos dibujos concéntricos que a nivel mental encaminan la energía hacia un propósito sentipensado, como los circuitos de los equipos electrónicos…

Lo importante es la autenticidad con que enlistes tus sueños, la precisión de hallar imágenes o íconos que los representen, la complicidad de colocar tu mapa en un lugar donde lo veas con frecuencia y la voluntad de encaminarte en esa dirección cada día a plenitud, así sea con el más mínimo gesto, porque el camino más largo empieza con el primer paso, pero cada paso necesita de una intención que concentre nuestros recursos y nos recuerde quienes somos de verdad, en cuanto aceptamos que el bosque late más allá de esta jaula donde cantamos nuestras penas y glorias cotidianas.