¡Respira!

“¡Tú no tienes tiempo ni pa’ respirar!”, me dijo hace poco un colega cuando se asomó a mi agenda para corroborar una fecha, y vio que mi 2020 ya está llenito de citas claves: Eventos, talleres, guardias en JR, viajes a provincia…

Sonreí ante su alarma y le mostré una palabra en todas las casillas de los martes: Satsang. “Ese es mi horario para respirar al ritmo del Sudarchan kriya, la técnica estrella de El arte de vivir”, le expliqué a media voz, porque estábamos en una conferencia y el ponente se mostraba incómodo con nuestra charla.

“¿Y el resto de la semana, te ahogas?”, insistió sarcástico. Solté un suspiro antes de aclararle que hago mis prácticas de yoga y meditación por las mañanas, y a lo largo del día me regalo muchos instantes de placentero estiramiento, con algo de automasaje y ciclos largos de inspirar y espirar. Así me oxigeno sin detener el trabajo, disfruto los viajes (incluso en los metrobuses) y ayudo a que la gente a mi alrededor se relaje un poquito.

“Esas tareas no las agendo porque no compiten con nada”, murmuré, y al poco rato me escribió en su Tablet, con el que tomaba notas para su reporte: “¿Y El sexo con tu marido, también lo marcas?”.

¡Justo él, que no tiene pareja hace años, preguntarme algo tan personal! Muy seria asentí con la cabeza, y gocé todo el tiempo que estuvo sin llenar sus pulmones para procesar el hallazgo. Luego, en el receso, le expliqué que es un recurso útil para asociarlo a estados de ánimo o reacciones del cuerpo. Me lo enseñó mi mamá desde jovencita, y como tengo un código que ni mi pareja advierte, ese registro no me trae problemas por indiscreciones.

De vuelta al salón tras el cafecito con aroma a intriga, me mostró una postal digital en la que alguien escribió sobre un paisaje que la felicidad no se cuenta por el tiempo que respiras, sino por los momentos que te quitan el aliento.

¡Y dale con lo mismo!, pensé. Ya había leído antes la frase y honestamente creo que quien la concibió debe tener un estándar de felicidad muy infrecuente, porque si fuera como yo, que me emociono con cada milagro cotidiano, esa persona viviría en asma crónica.

¿Cómo se puede dar tan poco valor a lo que más garantiza tu vida, desde la primera inhalación al nacer hasta que mueres en la última exhalación…?

El ponente hablaba de pérdidas involuntarias (asociadas a un tema económico) y eso me dio pie para compartirle al colega un detalle poco conocido de la sexualidad masculina. Cogí su Tablet y tecleé: “No se puede eyacular e inhalar a la vez. ¿Lo sabías? Es una técnica para controlar los orgasmos”.

¡El pobre! Su cara se puso más naranja que el fabuloso ocaso en la postal. Minutos después me tocó a mí palidecer cuando leí su respuesta: “¿Quién te contó mi problema?”. Tomé una bocanada de aire, le devolví su aparato y dije, mirándole bien de frente: “Luego hablamos”.

Casi pierdo el almuerzo jurando que desconocía su caso y solo escribí aquello por intrigarlo, sin calcular consecuencias. En un segundo (y aliviado) momento, entré en detalles sobre cómo los hombres aprenden a identificar el instante previo al de “no retorno” para respirar con fuerza y evitar el escape de su precioso fluido por la uretra.

Lo mejor de la técnica es que detiene la eyaculación, pero el orgasmo puede continuar: Una sabrosa cosquillita sube por la columna hacia el cerebro al ritmo de la inhalación y luego, al exhalar, baja por la garganta y explota en el corazón (a veces literalmente, lo cual ya no es tan chistoso, así que no lo intenten después de almorzar).

Terminamos la escaramuza con un provechoso intercambio de teléfonos: Yo le di el de las consultas de disfunción sexual del Cenesex para que saque turno lo antes posible y él me dio el suyo para que le avisara del próximo curso de El arte de vivir, a ver si aprende a respirar con más ganas… y a ser feliz sin perder el aliento.