Sentir en colores

«Ayer tuve un orgasmo en colores y mi pareja no me quiere creer». La confesión me hace gracia porque ambos son ciegos, él de nacimiento. No es la primera vez que hablamos de cómo el cerebro procesa los estímulos fuera de lo habitual para no mantener las neuronas ociosas, y no es la primera vez que me cuenta anécdotas asociadas a ese fenómeno, llamado sinestesia, porque ella logra «palpar» sonidos y «ver» la música.

La confirmación exige pruebas neurológicas, pero sus narraciones son muy realistas. Aun cuando le ayude su vívida imaginación, se necesita experiencia para florear ciertos detalles que la ciencia apenas logra atrapar en conceptos o hipótesis, tras cientos de experimentos diseñados desde la antigüedad para identificar y potenciar ese don.

Aun no tengo idea de la edad de esta mujer, ni de su nombre o lugar de residencia. Solo tengo su voz y sus ganas inmensas de vivir. Ella me llama amiga sin conocernos porque a partir de la pandemia se comunica más a menudo, y algunos de sus cuentos pueden sonrojar hasta a mi desprejuiciado móvil.

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Me contactó inicialmente por el segmento sobre sexualidad que llevo en la revista matutina Oasis de domingo, de Radio Taino. Un día hablé del fenómeno en las experiencias eróticas y ella se fascinó con el tema. Su primera llamada entró en cuanto crucé la puerta de la cabina. Para desocupar el teléfono de la emisora le di el mío personal y ahí empezó esta historia de simpáticas confesiones, que ya acumula varios años.

Resulta que además era anorgásmica cuando me «conoció», o eso creía hasta que empezó a experimentar con posturas y juegos. El cuento de cómo convenció a su esposo para que le regalara un buen sexo oral es una tragicomedia, pero irreproducible sin palabras explícitas, y usar eufemismos es un desperdicio.

Hace poco me preguntó si podía dar fe de la sinestesia erótica, más allá de las lecturas recomendadas sobre el tema (como un artículo que colgó Rodin hace un par de semanas en nuestro canal de Telegram). Para su alegría le respondí que sí: lo he experimentado y me parece glorioso.

Claro, implica confiar en tu intuición y poner un preservativo simbólico al intelecto, para que no intente ir analizando cada paso desde sus correlatos científicos. El asunto es sentir, absorber la vivencia e ir bien adentro en oleadas de colores, sonidos, cambios de temperatura y estremecimientos.

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Dicen que las personas con un hándicap físico o mental tienen ventajas para eso, y lo creo. Mi vista es tan mala que mi cerebro prefiere adivinar imágenes y darles cierta textura para diferenciar. Por eso cuando digo que alguien tiene la cara de palo o una comida me luce de cartón no son solo metáforas: es lo que «veo» de verdad, como palpándolo, y lo procesa el área destinada a catalogar estímulos táctiles.

Y no, no soy rara por eso: en mayor o menor medida todos nos «comemos» a alguien con la vista, o podemos «oler» una mentira muy elaborada, o una caricia «suena» a música… Me atrevo a decir que nacemos sinestésicos y luego las neuronas devienen aburridas especialistas en una u otra respuesta sensorial.

Ah, pero cuando procesamos una situación estimulante con todos los sentidos a conciencia, la percepción de la realidad se hace más intensa. Así llegas a saborear la textura o el olor de una persona sin estar tan cerca como para degustar su piel, y la boca se te hace agua imaginando ese sabor dulce o salado, picante o ácido… o repulsivo, porque también puede pasar.

De ahí mi incapacidad para acostarme con hombres que fumen: es como si estuviera comiendo cigarros, literalmente, y no hay nada más anafrodisiaco que esa sensación, al menos para mí.

Esta amiga cuenta que se enamoró del marido por sus vibraciones, y que las voces que escucha le dan idea de qué tan ardientes pueden ser esas personas, así que a veces fantasea con desconocidos sin haberles puesto ni un dedo en el rostro para dibujarlo.

Ella no está loca ni es pervertida, como dice su pacato compañero de vida. No hay nada más multisensorial y transgresor que nuestra sexualidad. Pero la restringimos, la bloqueamos, le ponemos interruptores para elegir mirar o tocar, oler o escuchar, degustar o flotar… y si se cruzan esos cables y el resultado es mágico, viene alguien y te dice que estás inventando historias o tienes síntomas de neuropatía.

Yo creo que si no recuerdas en tu experiencia erótica un buen corto circuito sensorial, aun te faltan niveles en el sinestésico juego de conseguir orgasmos. Y sí, se puede aprender a convocarlos: el domingo 24 haremos un ecotaller en La Habana para compartir esas técnicas. Si estás interesad@ comenta este post y te doy detalles del estimulante encuentro.