Trece

A pesar de su mala fama en el Occidente civilizado, me gusta el número 13. Puede ser porque aparece en cosas importantes, como los 13 ciclos lunares de un año, el número atómico del Aluminio (Al), los 13 sólidos descritos por Arquímides y las 13 articulaciones del cuerpo que estiro en cada despertar y en cada movimiento consciente… del yoga y de todo lo demás.

Curiosamente, hay un planeta extrasolar, nombrado Wolf 1061, a 13 años luz de nuestro Sol, que es visible si apuntas un telescopio a Ofiuco, la constelación 13 del Zodiaco, a la que hace un par de décadas están intentando devolverle su valor astrológico por encontrarse también en la eclíptica solar, entre el 30 de noviembre y el 17 de diciembre.

En lo cultural este ha sido un número relevante, para bien o para mal. La antiquísima Cábala considera trece dimensiones de la existencia, y la cultura Maya lo tienen como algo sagrado: un número fractal que se repite en ciclos (junto al 20), por los trece tipos de energías que condicionan el estado de cada “kin” o día, y las posibilidades de fluir con todo lo vivo que nos rodea en el micro y macromundo.

Sin embargo, en Eurpa y otros sitios de América se considera un número fatífico, y en la tradición iraní es día de mal augurio cada mes, y siempre que es posible, la gente deja la ciudad para ir a purificarse al campo.

Ahora vemos a nuestros adolescentes de esa edad y nos parece que no están ni de destete, pero muchas civilizaciones asumieron a lo largo de milenios que 13 era la edad perfecta para que sus varones se iniciaran como adultos plenos de la sociedad, con aptitud para casarse, ir a la guerra, orar públicamente, salir de cacería o trabajar la tierra.

Las niñas, en tanto, podían ser casadas, preñadas, vendidas, puestas al servicio de las suegras, llevadas a un convento, entregadas en sacrificio o prostituidas. Dependía mucho del estatus de los hombres de su familia. Me gustaría pensar que ya no es así, pero Google me dice que hay más de trece mil sitios en los que se desmiente mi pretensión de justicia.

El 13 ha sido un buen símbolo para mi vida. Es un número primo, y en mi caso soy la prima número 13 entre los Menéndez. Me bequé por primera vez a los 13 años. Por diversas razones he ejercido 13 oficios y he vivido algún tiempo en 13 casas, una de ellas en el piso 13 de un edificio en Praga.

El 13 de mayo es uno de mis días favoritos, asociado a coincidencias auspiciosas para mí. Ese día del año 2000 inició Sexo sentido como página temática de JR, y en 2011 me encargaron en igual fecha hacer una selección de esos trabajos para publicar el libro que algunos de ustedes adquirieron en la Feria Internacional de 2014.   

En fecha similar llegó una de mis bicis (a la que llamamos Martes 13), y otro 13 de mayo me entregaron el carné de la UPEC. Curiosamente ese día, pero en 2015, “descubrí” el blog Intimidades en la etapa de Lisandra, a sugerencia de una forista. (Nuestro debut acá fue un 11 de mayo, así que recién cumplimos cuatro años ¡y mira que hemos revelado historias!).  

Para más coincidencia, el 13 de mayo es el cumpleaños de mi perrita Luna, y es también el de Sri Sri Ravi Shankar, mi gurú de El Arte de Vivir, un hindú sonriente que ha mejorado la existencia de 500 millones de personas con sus cursos para cambiar estrés por salud, sin nada más que equilibrio entre mente, cuerpo y respiración. Hoy llega a 65 años y hay que verlo levantar pesas y mantener su vitalidad 20 horas por día al servicio de la gente.  

Si hablo de la India en este sitio tengo que mencionar al Kamasutra y sus posturas, de las cuales la 13 es una de mis favoritas por su comodidad y ternura. Además, confieso que me casé con el novio número 13, proveniente de la decimotercera provincia cubana según el listado oficial geográfico, y cerré mi fábrica de niños en 2013, con una histerectomía que se llevó útero, fibroma y un ovario al vuelo.  

Huelga decir que no padezco de triscaidecafobia, ese miedo al susodicho número que hace flipar a millones de personas y hace que hoteles y aeropuertos lo eliminen de sus elevadores, puertas y pisos. El nombrecito tiene raíz griega, y su versión eslava no es mucho mejor: paraskedivekatriafobia. No sé ustedes, pero yo me aterro de intentar mencionarlos, y me imagino que al más entusiasta varón la sangre lo abandone si en medio de lo mejor del día la pareja le dice que “padece” de algo tan esperpéntico e irracional.