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miércoles, 27 de noviembre de 2024

Felipe Poey, naturalista y poeta

Tanto en su magisterio como en los trabajos científicos y literarios que publicaba, se esmeró en conseguir un lenguaje correcto, preciso y elegante...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 26/05/2014
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Museo felipe Poey
Imagen del Museo FElipe Poey, ubicado en la Universida de La Habana

Aunque tuvo reputación de sabio entre sus contemporáneos, para la sociedad colonial de su tiempo fue una personalidad controvertida. En su noventa cumpleaños, don Felipe Poey declaró públicamente: “Me hicieron cristiano sin consultármelo; la razón y la filosofía me han hecho materialista. No creo en Dios”.

A continuación argumentaba: “Si porque no hay reloj sin relojero se infiere que no hay universo sin Dios, ¿quién creó a Dios? ¿Salió de la nada?”. En su lecho de muerte, dos años después, se negó a recibir los sacramentos: “Quiero morir sin escándalo”, dijo.

En cierta ocasión, cuando un sacerdote intentaba infundirle temor con la cólera divina, le respondió: “Si Dios existe, me juzgará por mis obras, no por mis ideas”. 

PEQUEÑA SEMBLANZA BIOGRÁFICA

Felipe Poey nació en La Habana el 26 de mayo de 1799. En el Seminario de San Carlos se graduó de bachiller en Derecho y contó entre sus profesores al presbítero Félix Varela. Luego, en Madrid culminó la licenciatura. A los 26 años marchó junto con su esposa a París, donde se transformó en hombre de ciencia.

Tras una estancia de ocho años en la capital francesa, regresó a Cuba en 1833. Publicó un Compendio de geografía de la Isla de Cuba (1836)y fundó el Museo de Historia Natural de La Habana (1839), que presidía a la vez que impartía clases de Zoología y Anatomía Comparada en la Universidad.

De acuerdo con sus alumnos, era un hombre de estatura mayor que la mediana, tez blanca y pelo castaño. Tenía muy buen carácter y era sencillo, franco, sin afectación alguna. Contra la moda cursi de su época, nunca se dejó crecer la barba v ni trató de impresionar con venerables bigotes profusamente doctos. Convencía a sus discípulos con un lenguaje claro y sencillo. Cpmo luego apuntó uno de sus biógrafos, “desde la base del conocimiento científico, se dejaba oír su voz en el aula”.

De 1851 a 1858, aparecieron sus Memorias sobre la historia natural de la Isla de Cuba, un gran aporte al estudio de la Zoología. Entre 1865 y 1889 publicó en los Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana relevantes ensayos sobre geología y mamíferos fósiles de la Isla .

Su obra cumbre es sin duda Ictiología cubana (1875-1876), un formidable estudio sobre los peces de las costas de su patria, la cual fue exhibida en la Exposición Internacional de Ámsterdam (1883), todo un acontecimiento científico en su tiempo.

EL POETA POCO CONOCIDO

Muchas veces al abordarse su biografía en publicaciones científicas se soslayan los aportes de don Felipe a la literatura cubana del siglo XIX. Como si fuera posible separar al naturalista del poeta.

Desde Felipe Poey a Carlos de la Torre, Cuba presenta un grupo de naturalistas con aficiones literarias, solía alertar José Lezama Lima, quien añadía que el primero de los mencionados, “en cuantos informes rinde en academia de ciencias, se esmera siempre en conseguir un lenguaje correcto, preciso y elegante”.

Sabemos que el autor de Ictiología cubana ya componía poemas en sus tiempos de bachiller en el Seminario de San Carlos. Algunos de sus versos, dedicados a su esposa María de Jesús Aguirre, aparecieron en la Revista Bimestre Cubana, en 1833.

Lezama señalaba como muestra del gusto literario de don Felipe, “las páginas críticas en que arremete contra el grotesco caso poético de Vinagera”. E incluye en la Antología de la poesía cubana, su pieza El Arroyo, donde en su opinión Poey “revela la fineza de su sensibilidad para acercarse a la naturaleza”.

En este poema, añade, “lo idílico de la naturaleza cubana aparece captado con una sensibilidad que la disciplina estudiosa no disminuye sino acendra […] El mundo vegetal entrelazado con los peces que se van deslizando en el arroyo, es tratado con una verdadera precisión deliciosa”.

Elogia Lezama cómo el sabio describe “los insectos, la extracción alimenticia del seno de la flor, las guabinas, el camarón, el cangrejo, la libélula, surgiendo de una naturaleza fácil y regalada, donde jamás aparece la serpiente colérica ni el tigre”.

Se refiere, obviamente, a la parte en que Poey subraya cómo en las aguas del arroyo “la Inocencia está segura/ y duerme descuidada./ Ni escorpión amenaza muerte dura/ ni serpiente irritada./ No se ve de las fieras perseguido/ su reposo halagüeño,/ ni del tigre feroz el cruel rugido/ interrumpe su sueño”.

Además, Poey realizó un encomiable trabajo como traductor, hay que recordar que dominaba a la perfección el latín, el inglés y el francés. En esa labor, puso a disposición de los hispanoparlantes La Historia de los imperios de Asiria (1847), de Burette, y la Égloga Primera, de Virgilio, entre otros títulos.

Sus Obras Literarias, compendio de colaboraciones en revistas, se publicaron en 1888.

SOBREVIDA

Felipe Poey falleció el 28 de enero de 1891 en la ciudad que lo vio nacer. Sus restos reposan actualmente en un nicho dentro de la actual facultad de Cibernética-Matemática de la Universidad de La Habana.

En el sencillo monumento reza una inscripción a modo de epitafio: Vivitur ingenio caetera mortis erunt (“Cuando todo parece haber muerto, la inteligencia sobrevive”).

 


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


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