Este autor recuerda que por los años 70 del pasado siglo, cuando Washington inundaba de misiles nucleares de corto y medio alcance los territorios de sus aliados en el Viejo Continente, un alto mando de la OTAN, italiano de origen, alertó públicamente que, para Washington, Europa no era otra cosa que un primer escalón calculadamente prescindible en una guerra atómica contra la entonces Unión Soviética. Seríamos, dijo, las primeras cerillas en quemarse en el hongo atómico para que Washington cuente con más tiempo en su intento por pulverizar primero a la potencia comunista.
De entonces a la fecha, la política oficial norteamericana hacia el titulado “Occidente” no ha cambiado en mucho. Es más, Donald Trump ha asumido un desembozado giro en extremo agrio y cínico, toda vez que el amo de la Casa Blanca ha sido seguramente el presidente gringo más áspero en sus vínculos, demandas, quejas y desplantes hacia sus adláteres europeos.
El hoy aspirante a una nueva ronda en la Oficina Oval ha tildado incluso a sus “amigos” de netos oportunistas, consuetudinarios aprovechados y obstinados mal agradecidos al “gozar” por decenios de la “protección militar estadounidense” sin mayores “sacrificios y aportes monetarios a la defensa colectiva”. De hecho, exigió la elevación de los gastos de guerra de sus “pares” y no cesa de poner toda zancadilla posible a cualquier acción “independiente” del Viejo Continente si no está sintonizada con las directivas hegemonistas Made in USA, destinadas a asegurar la supremacía unilateral de los Estados Unidos sobre el resto de la humanidad.
Y entre las más recientes insultantes barrabasadas en ese sentido, se apunta por estos días la decisión de Donald Trump de retirar tropas de Alemania, a donde llegaron desde las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y permanecido hasta hoy con el pretexto de defender al “Occidente democrático”, primero de la existencia de la URSS y ahora de las “maléficas influencias” de Rusia y China.
Así, el mandatario gringo anunció el pasado junio su intención de reducir el número de esos efectivos estadounidenses en 25 mil militares, acusando a las autoridades germanas de “morosas en sus pagos a la OTAN” y deber “miles de millones” de dólares a la Alianza Atlántica. Poco después, dijeron medios de prensa, el inquilino de la Casa Blanca sugirió que probablemente reubicará algunas de esas tropas en Polonia como “señal” para Rusia.
Por su parte, y en respuesta relámpago, Moscú advirtió que, “si es necesario tomará todas las providencias necesarias para garantizar los intereses legítimos de defensa y seguridad de Rusia”.
Un segundo episodio vuelve a involucrar a Berlín y otras naciones euroccidentales que se beneficiarán de los lazos energéticos con Moscú a partir de la ampliación de los suministros que le llegarían a través del nuevo gasoducto Nord Stream 2. La reacción germana no se hizo esperar, y un comunicado oficial del gobierno de la canciller Angela Merkel precisó que con el anuncio de represalias contra los involucrados en ese proyecto, “el gobierno de los Estados Unidos ignora el derecho y la soberanía de Europa para decidir por sí misma dónde y cómo recibimos nuestra energía”.
Se trata, en pocas palabras, de una contienda interna que más allá de fotos de ocasión, estrechones de mano que simulan acuerdo y papeles al viento sobre fines comunes…; no puede ocultar ni la prepotencia oficial estadounidense hacia sus “afines”, ni mucho menos el trago amargo para Europa de aguantar las repetidas insolencias de alguien al que de alguna forma hay que soportar sin mayores alternativas.
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