No sé si será por aquello que más sabe el diablo por viejo… pero lo cierto es que, cuando a tres años de existencia nuestra Escuela aún rodaba por toda la Colina Universitaria en busca de un local prestado donde sesionar, mis primeros e inolvidables profesores de periodismo (por lo general de los mejores profesionales en activo de su época) siempre nos indicaron con especial celo lo indispensable de intentar acercarnos a la objetividad, porque “nada se parece más a la vida que la vida misma”.
Ellos nos insistían en consultar sin prejuicio, pero con infaltables detenimiento y ojo avizor, todas y cada una de las fuentes posibles; contrastar los diversos acercamientos a la información y las aristas que resaltaban unos y otros medios sobre un asunto; y reparar en las construcciones de frases y conceptos y en las diferentes maneras de presentar y proyectar los mensajes y las ideas. En pocas palabras, a saber andar por el campo minado.
Faltaban casi dos decenios para sentarnos por primera vez ante una computadora y ver al menos de lejos un teléfono inalámbrico o una grabadora digital, y el doble de ese tiempo para llegar a la TV de alta definición y los 4G y 5G en la telefonía móvil, pero los tramposos y las trampas no cambiaron en nada, solo que ahora tienen una mayor y más amplia base tecnológica, una masividad desconcertante, e infinidad de recursos para timonear a su favor la ingenuidad, la ignorancia, o la mala intención de muchísima gente.
Los nazis, por ejemplo, embobecieron a toda una nación con sus repetitivos cantos supremacistas hasta provocar la guerra más destructiva en la historia de la civilización a cuenta de “revindicar” a la titulada raza aria.
A base de insidiosos barrajes, omisiones intencionadas y discursos de dolosos laboratorios hegemonistas, se erigieron y erigen las tramoyas idealizadoras del régimen imperial, y se demonizaron y demonizan las ideas y proyectos revolucionarios.
Se justificaron y justifican además bloqueos, injerencias, agresiones y crímenes de lesa humanidad en todo el convulso devenir de nuestra especie, y se alentaron y alientan las peores percepciones y sentimientos en individuos y colectividades enteras.
Una “ofensiva permanente” que, con los avances comunicacionales de hoy, suma a los menguados con auto pretendida “agudeza innata” listos a absorber todo lo que se dice del otro lado sin reparar en cuánto de maléfico se pueda esconder detrás, y que llegan como moscones a la llama para hacer coro, incluso inconsciente, a los otros que actúan con toda premeditada vileza.
Mecanismos que en tiempos de la Covid-19, por ejemplo, se usan para envolver y trastocar, con fines políticos exclusivistas, las crudas verdades de gobernantes de naciones opulentas que perdieron miserablemente el tiempo en sus embrollos y desmanes internos y externos, aún avisados con tiempo de que se avecinaba una pandemia de dimensiones descomunales que hoy se ceba en sus propios conciudadanos.
Métodos que, por demás, intentan sembrar la incertidumbre y la incredulidad frente a la actuación exitosa y solidaria del primer colectivo humano víctima de la pandemia, clavando el mito de que fue el propulsor del mal, altera a la baja sus cifras de contagiados y muertos, y hoy lucra con los abastecimientos médicos que envía a otras naciones necesitadas.
Y todo porque se trata del gigante geográfico y poblacional que en unos pocos decenios de eficiente desarrollo económico y social va dejando atrás a la potencia capitalista que ha requerido dos siglos y cuarenta y cuatro años de despojo territorial y agresiva expansión externa para llegar a estas fechas como un proyecto usurpador y excluyente por antonomasia.
Como se arremete además contra todos aquellos que en cualquier parte del orbe preconizan la cooperación, la independencia, y el derecho legítimo de asumir su voluntad y sus propios riesgos, logros y desaciertos sin la menor tutela ajena.
En definitiva, un entramado erigido sobre bases deleznables, aun cuando todavía deslumbre y logre oídos y resonancia entre las mentes sosas y los personajillos carentes de recato y decencia.
Javier Hernández Fernández
16/4/20 18:31
Censura es lo peor para informar.
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