Cuando una mujer o una niña son víctimas de violencia doméstica, las autoridades aconsejan separarlas de sus agresores. La llegada de la COVID-19 a América Latina, donde el mejor antivirus es quedarse en casa, trae como paradoja que hombres violentos abusen aún más de sus familiares femeninos, incluidas niñas de corta edad.
El confinamiento social ha traído como consecuencias una nueva urgencia a tierras latinoamericanas, pues los pedidos de ayuda a las autoridades policiales —que no siempre actúan con prontitud ni separan a las atacadas de sus represores— elevaron el promedio de feminicidios a más de una decena diaria en la región.
En casi todos los países, en mayor o menor medida, el confinamiento es obligatorio y por lo tanto ellas se ven envueltas en un drama en medio de medidas excepcionales, la economía paralizada y limitaciones de movimientos.
La atención al drama de las niñas y mujeres ha hecho que el papa Francisco clame para que se atienda este drama que mantiene el terror en los hogares, y el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, admitió que “Con el aumento de las presiones económicas, sociales y del miedo, hemos visto un estremecedor repunte global de la violencia doméstica”.
En su alerta desde Roma, el papa advirtió los peligros de la convivencia. “Las mujeres corren el riesgo de ser sometidas al temor por una convivencia que ni siquiera desean ni para ellas ni para sus hijas”, precisó.
Guterres señaló que “En América Latina, en promedio una de cada tres mujeres ha padecido violencia física o sexual en una relación íntima a lo largo de su vida y una de las principales estrategias de control de los perpetradores de violencia doméstica es la de aislar a la víctima”. Hoy, por el contrario, sufren una convivencia obligatoria.
La activista femenina de Argentina, Victoria Aguirre, declaró a una agencia noticiosa que “La cuarentena deja a miles de damas en un infierno, encerradas con un agresor al que le tienen más miedo que al coronavirus”.
Aguirre, represente de la ONG argentina MuMaLá, que lucha contra la violencia de género, confirmó que en su país 18 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas en los primeros 20 días de aislamiento social, que allí comenzó el 12 de marzo. En lo que va del 2020 se registraron 104 feminicidios en el país (uno cada 29 horas), 89 intentos y 16 muertes violentas en proceso de investigación.
Ese país suramericano, donde surgió el movimiento NiUnaMenos, de alcance mundial, quedó estupefacto ante el crimen de Cristina Iglesias y su hija Ada, de siete años, a manos del esposo. Los cuerpos se encontraron abrazados y enterrados en la casa de la familia en Buenos Aires.
Pero el drama del encierro con un enemigo potencial o real no solo ocurre en la tierra del tango. La situación se repite en México, Brasil, Chile, Guatemala, o cualquier otro país del hemisferio suramericano, pues las acciones de gobiernos y organismos civiles no logran detener los homicidios.
En 2019, América Latina sufrió unos 3 800 feminicidios —cifras preliminares— lo que equivale a un aumento de 8 % respecto a 2018, indicó el Observatorio de igualdad de género de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).
México, una nación donde el machismo es desbordante, clasifica entre los que acumulan una alta cifra de asesinatos femeninos. Casi mil mujeres fueron exterminadas en México en los primeros tres meses de 2020, según datos del Gobierno.
El teléfono de emergencias recibió más de 530 denuncias de intimidación masculina. No fue suficiente. En ese país se reportaron 983 feminicidios el pasado año, y otras 3 226 homicidios dolosos, indicaron cifras oficiales.
Nadine Gasman, directora del Instituto Nacional de Mujeres de México (Inmujeres) avisó que desde el pasado 24 de marzo los pedidos de auxilio ascienden a unos 200 diarios, por agresiones cometidas contra niñas, y perpetradas por sus padrastros cuando las madres salen de los hogares en busca de alimentos.
El caso de la niña Ana Paola, de 13 años, conmovió a los mexicanos. Ana fue abusada y asesinada a golpes en su hogar en Sonora cuando su mamá se ausentó por poco tiempo en los primeros días de abril. Pero no es el único. En lo que va de este año ya se cometieron más de 50 feminicidios infantiles, indican datos del Secretario Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad en el Estado de México, con las mayores cifras.
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Las noticias procedentes de Chile no son alentadoras. En esa nación andina las cuarentenas son selectivas por regiones y bajo toque de queda nocturno.
Aunque la cifra de mujeres asesinadas es baja, apenas cuatro, en algunas comunas, como Providencia, de clase media y alta, las denuncias contra los abusadores crecieron 500 por ciento.
Para algunos analistas, como el chileno Iván Montero, los reportes son demasiado bajos. La verdad, precisó, solo saldrá a flote cuando el país vuelva a la normalidad, lo que, por ahora, parece imposible dada la propagación del nuevo coronavirus.
Brasil, donde la vida tiene bajo precio, es otra de las naciones latinoamericanas donde se mantiene un alto número de fallecidas a manos de sus parejas.
En Sao Paulo, donde se concentra el epicentro de la epidemia, en los primeros 10 días de cuarentena hubo un aumento de un 30 % de denuncias telefónicas.
En ese sureño Estado, donde se concentran 45 919 049 millones de personas, casi 13 millones de ellas en el municipio capital, se desconoce el número de féminas que pudieron haber muerto desde que se decretó la cuarentena, pero las llamadas de auxilio subieron en un 40 por ciento.
Ante la indiferencia de las autoridades policiales que ante una denuncian aconsejan a las mujeres a reconciliarse con su agresor, en Sao Paulo existe una organización femenina llamada Red de Justicieras, integrada por unas 700 médicas, abogadas y psicólogas, además de otras voluntarias en comunidades, que asisten a las acosadas mediante WhatsApp.
Paula Daza, la subsecretaria de Salud Pública paulista, afirmó que la crisis sanitaria altera el estado psicológico de la familia, en la que las mujeres tienen las de perder. En su opinión, hay un aumento en el consumo de alcohol y sus efectos en la salud mental, ansiedad, angustia, depresiones y violencia intrafamiliar, de la cual no se salvan las niñas.
En Colombia, uno de los países más violentos de la región, las llamadas a los teléfonos de emergencia para víctimas de violencia doméstica también se incrementaron durante este periodo en un 103 %, aunque el gobierno de Iván Duque se reserva el número de fallecidas.
En Perú, tras ocho semanas de confinamiento, se registraron 12 feminicidios y 226 violaciones, de ellas 132 contra menores de edad. Todas ellas en aislamiento, confinadas y desprotegidas ante sus asesinos o violadores.
Más de 400 centros de Emergencia Mujer permanecen cerrados ante el avance del contagio. Se organizaron entonces unos 200 equipos itinerantes que socorren a las amenazadas en sus domicilios, ya que el 60 % de los hechos fatales ocurren en el hogar, según indica el Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público.
La relación de países y de victimas será muy alta cuando se conozcan las cifras de muertas, heridas y violadas por sus propios familiares.
El concepto del poder masculino —más beneficiado en el orden económico y social tras miles de años de patriarcado— sustenta la vida de temores y violencias de millones de mujeres y pequeñas en el mundo.
Solo una educación basada en la igualdad de género, lo que ahora mismo resulta imposible en un altísimo número de países y cambios estructurales de las sociedades donde sea ponderado el valor político, económico y social de las féminas podrían sustentar hogares donde prime la igualdad.
Parece una meta lejana, pues los regímenes derechistas niegan los méritos humanos de las féminas. Véase el ejemplo del presidente Bolsonaro, quien lamentó que su cuarto hijo fuera una niña. Y lo dijo públicamente.
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