Como el más furtivo de los enemigos, la COVID-19 ha llegado de grumete encubierto a las naves de las flotas militares estadounidenses, o ronda los muros y las alambradas de seguridad de las muchas instalaciones bélicas Made in USA ubicadas alrededor del planeta.
En pocas palabras, el cerco belicista norteamericano a escala planetaria parecería estar bajo el asedio de un inadvertido intruso que, sin embargo, desde su pequeñez, parecería estar trastocando el andamiaje del Pentágono como garante artillado de las políticas expansionistas y hegemónicas de los círculos de poder instalados en la Casa Blanca.
Las señales son muchas en ese sentido. Así, todavía medios de prensa y especialistas siguen esperando noticias de un solicitado examen médico al recluta estadounidense y atleta de ciclismo Maatje Benassi, quien en octubre de 2019 participó en los juegos militares internacionales realizados en la ciudad china de Wuhan y recorrió en competencia al menos 50 millas de aquella urbe, y del que se sospecha, dado todo un importante cúmulo de información, que era posible portador del nuevo coronavirus, entonces una cepa desconocida para la ciencia médica.
Como se sabe, poco tiempo después Wuhan devino la primera víctima mundial de la actual pandemia, circunstancia aprovechada por personajes como Donald Trump para endilgarle la “etiqueta asiática” al mortífero fenómeno.
Mientras, en las semanas subsiguientes, y a cuenta de una dispersión sin par de sus fuerzas militares por los cuatro puntos cardinales, el desmadre de la COVID-19 toca con fuerza a los efectivos gringos en ultramar y dentro de la propia nación, cuyo presidente caprichosamente desoyó toda clase de advertencias sobre lo que se avecinaba.
En consecuencia, días atrás se produjo el episodio del portaviones USS Theodore Roosevelt, con cinco mil tropas a bordo, cuyo capitán Brett Crozier (posteriormente positivo a la COVID-19), fue degradado de su cargo al denunciar públicamente el estallido de la pandemia entre las fuerzas bajo su mando.
La nave fue enviada a atracar a la isla de Guam, donde se separó a los más de cien marinos contagiados en aquel instante, mientras que otros tres mil pasaron a ser estudiados como sospechosos.
El degradado capitán, en memorándum que llegó a la prensa, había hecho advertencias de que el barco se enfrentaba a un brote cada vez mayor por el nuevo coronavirus, y pidió permiso para aislar en la costa a la mayor parte de los miembros de su tripulación.
“No estamos en guerra. Los tripulantes no necesitan morir. Si no actuamos ahora no estamos cuidando adecuadamente nuestro activo más confiable, nuestros marineros”, escribió Crozier.
El episodio de infección, no obstante, parece haberse multiplicado en otras unidades navales.
Aún con la reciente orden oficial de no brindar información sobre los contagios entre los uniformados por aquello de “proteger la seguridad nacional”, trascendidos aseguran que otros buques e instalaciones también están comprometidos por casos de la COVID-19.
Poco antes de la citada “moratoria en la divulgación”, la publicación Navy Times indicaba que podían estar afectados efectivos castrenses dislocados en el Pacifico, Italia, España y Japón; en los puertos estadounidenses de San Diego, Memphis, Millington, Atlanta y Newport; y en otros puntos y estaciones de los Estados de California, Florida, Louisiana, Washington y Virginia.
De hecho, y en paralelo con estas revelaciones, el Pentágono decidió trasladar parte del personal del llamado Comando Norte, ligado “a la defensa del territorio continental”, hacia la Estación de la Fuerza Aérea de Cheyenne Mountain, “que está sepultada por 610 metros de granito y protegida con dos puertas de concreto y acero de 21 toneladas de peso cada una”, y es considerada en el país como el “bunker más seguro del mundo”.
Se trata, según los altos mandos, de “no comprometer la seguridad de la nación” en medio de la pandemia, aun cuando para no pocos la verdadera amenaza viene de un gobierno unipersonal, descuidado e inoperante como el de Donald Trump, incapaz de valorar objetivamente los peligros y de adoptar las medidas consecuentes para atajarlos.
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