En medio de la pandemia que afecta al país, los dislates del mandatario en funciones, las malas noticias económicas y los conflictos civiles internos…; los Estados Unidos se abocan a unas nuevas elecciones presidenciales.
Se enfrentarán sin dudas este noviembre Donald Trump y el demócrata Joe Biden, y si las votaciones se realizaran ahora mismo, según rezan las encuestas, el segundo derrotaría al primero por una diferencia de diez puntos. Es decir, 51 % por 41 % de los sufragios.
Pero al menos para quien redacta estas líneas, más vale no hacer pronósticos con carácter definitorio, toda vez que los comicios norteamericanos suelen ser escenario de giros inesperados a partir de las triquiñuelas y golpes bajos que suelen contener e imponerse, incluso dentro del imaginario público.
Hay que advertir que del lado de Donald Trump su táctica sigue siendo intentar convencer a la gente de que es indispensable su dirección nacional para lograr la quimera de que “los Estados Unidos sea grande”, en un mundo en que ya eso es irrealizable e imposible. De ahí su política exterior de agrio enfrentamiento a los titulados “grandes desafíos” de sus numerosos enemigos, cuando, en realidad, en el fondo, se trata de una loca y enfermiza resistencia a no admitir de una vez que el único camino futuro para el mundo es el de la multilateralidad.
Al frente de semejante obseso se ubica un candidato demócrata de 78 años de edad que desde hace días se apoya en una aspirante a vicepresidenta, Kamala Harris, representante de lo que algunos denominan “la nueva generación dentro de la élite demócrata”, y proyectada carta partidista para futuras contiendas electorales.
No obstante —y vale repetirlo y no dejar de tomarlo en cuenta— todo lo que Donald Trump tiene en su contra a partir de su comportamiento y sus maneras, aún es aventurado decretar su derrota en noviembre cercano. Todavía, como vimos en párrafos anteriores, tiene un 41 % de apoyo y, por tanto, no se puede hablar de que está totalmente aplastado, mucho menos en un medio político cargado de trampas y felonías.
Sin dudas la nominación de Kamala Harris parece haber aportado nuevos escalones a las aspiraciones de Biden, efecto que se ha traducido en un sensible aumento de aportes monetarios a la campaña del binomio demócrata en las últimas horas, y en una añadida carga de simpatía al hecho de que la aspirante a primera vicepresidenta en la historia del país sea de origen negro y asiático.
De hecho, Trump no ha perdido tiempo en intentar colocarle notas malas a la Harris, al subrayar su pretendida “tendencia subversiva” y su presencia en las recientes marchas populares realizadas en Washington por el fin de la violencia policial contra los afronorteamericanos.
Lo que sí puede afirmarse es que desde ya todo lo profano y lo divino en los Estados Unidos está en función de la batalla en las urnas, y cada palabra, cada suceso, cada mensaje y cada gesto… no persigue otra cosa que sumar adeptos y desacreditar al contrario.
Un sonado show cuatrienal que se autotitula “modelo universal de democracia” y se vende como perfección política. En consecuencia…, a seguir esperando entonces por lo que venga.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.