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viernes, 8 de noviembre de 2024

Libia, un difícil el rompecabezas

Al conflicto de Libia lo dividen en dos etapas: la guerra contra Muamar el Gadafi en 2011 y la contienda entre las fuerzas que desde 2014 luchan por el poder, que es poseer el petróleo...

Julio Marcelo Morejón Tartabull en Exclusivo 07/03/2020
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Libia-depauperación
Tras la invasión de la OTAN contra Gadafi transformó radicalmente el panorama de Libia, hoy sumergida en la inestabilidad y la violencia.

Desde hace nueve años, el conflicto libio centra la atención internacional por la depauperación del Estado y su incapacidad para recuperarse tras la guerra contra el gobierno de Muamar el Gadafi.

Se asiste —tal vez— a uno de los procesos políticos y militares más complejos que ocurren en África y en el cual convergen múltiples factores, como el acelerado incremento de la ingobernabilidad, así como sufre una escasa voluntad negociadora para rehuir obstáculos y avanzar hacia una solución constructiva.

No obstante, se realizan gestiones que pueden despejar el enmarañado forcejeo entre los contrincantes de esa contienda, así se opina de reuniones que se realizaron en Berlín (Alemania) y Ginebra (Suiza), sin contar otras conversaciones que posiblemente se realizan en forma menos pública por poderes interesados en el asunto.

Los rivales —el Gobierno de Acuerdo Nacional, de Fayez al Sarraj, y la Cámara de Representantes, de Abdulah al Zani— pretenden imponer modelos de autoridad distintos a la centralización anterior a 2011, criticada por Occidente, pero con saldos socioeconómicos que colocaban al país entre los más aventajados del Magreb.

Hoy no es así, las consecuencias de la guerra desatada por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) transformaron radicalmente el panorama y en estos nueve años, Libia se sumergió en la inestabilidad y la violencia, que afectan seriamente todos sus renglones, entre ellos el comercio y la producción de petróleo.

En tales condiciones ocurre la lucha por el poder, principalmente por el hidrocarburo, mientras se trata de organizar una supuesta estructura democrática, cuyo cariz se aleja de las representaciones tradicionales de autoridad, notorias en el país desde los siglos XIX y XX, pero con raíces mucho más antiguas.

La guerra contra Gadafi no solo constituyó la reversión de un sistema (la Yamahiriya o Estado de Masa), sino el destierro de la entidad que funcionaba para imponer una realidad distinta ajustada a la doctrina del “caos controlable”, que realmente se escapó de la manipulación prevista y hoy se observan las consecuencias.

Detener la desarticulación ahora es difícil, ya que detrás de los protagonistas inmediatos del conflicto existen pesos pesados con criterios diferentes de cuál debe ser la nueva Libia. Mientras no haya alguna convergencia real no se validará entendimiento alguno, aunque se hicieron (y hacen) esfuerzos al respecto.

Para profundizar el análisis se precisa definir militarmente la fortaleza de cada contrincante y si su desgaste en estos nueve años es menor que la “energía” restituida por sus patrocinadores, lo cual revelaría quién tiene las posibilidades serias de vencer en esta guerra.

Los principales rivales en el conflicto libio son el Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), con base en Trípoli y aceptado por la ONU, y la Cámara de Representantes (CR), con sede en la oriental ciudad de Tobruk y apoyada por las milicias del mariscal Khalifa Haftar. Esas partes en pugna reclaman legitimidad sobre la pertenencias del poder, en tanto el auditorio internacional perdió la confianza en una rápida (aunque escalonada) solución del conflicto, que desde 2015 hasta ahora causó unas 17 000 víctimas (2000 muertos y unos 15 000 heridos), así como más de 130 000 desplazados.

La contienda se recrudeció cuando las fuerzas del mariscal Haftar trataron de ocupar Trípoli, la plaza fuerte del GNA, algo que parecía fácil, pero no lo lograron, pese a la capacidad combativa demostrada por el llamado Ejército Nacional de Libia (ENL) en la región oriental del país.

Ambos contendientes —el GAN y la CR— integraron estructuras institucionales que ya concluyeron sus mandatos, lo que evidencia que sus intereses vas más allá del desempeño de la autoridad en cuanto a tiempo, su disputa es estratégica y cada vez que se trata el asunto surgen dos temas: petróleo y seguridad en el Mediterráneo.

La apropiación del hidrocarburo es parte de un plan Occidental relacionado directamente con la distribución de las fuentes energéticas, mayormente situadas en países en desarrollo, y para expoliarlas utiliza métodos de todo tipo, como lo mostró la invasión contra Libia en 2011, evento con secuelas impredecibles.

Todos a su manera mantienen el puzle en cuyo fondo están las riquezas libias: “Tanto Italia como Francia extraen grandes beneficios petroleros en Libia. El grupo italiano ENI es el de mayor presencia en el país, seguido del francés Total. Sus intereses enfrentados explican por sí solo hasta qué punto es difícil alcanzar un consenso fiable”, asegura un reporte de Francisco Peregil en El País.

Sin embargo, no cesan las tentativas de aproximar a todos los factores importantes para buscar una solución diplomática —asociada al derecho internacional— que conduzca a una salida del atolladero, es decir, al final de la actual crisis. Aunque, contrario a la lógica, tales intentos en ocasiones no contaron con presencia libia.

BERLÍN Y GINEBRA

Un plan para cesar el conflicto en Libia fue acordado por los beligerantes con la anuencia de varios mediadores durante una conferencia internacional realizada en enero pasado en Berlín, la capital alemana, allí se propuso una tregua que dio un respiro a los ciudadanos de la asediada Trípoli. Pero los ataques retornaron, así como el intercambio de acusaciones sobre las repetidas violaciones de esa suspensión de la actividad armada. Esporádicos o no, las escaramuzas y bombardeos continuaron destrozando hasta ahora la capital del país africano y matando a sus moradores.

Las conversaciones entre las facciones en pugna en Libia sesionan en Ginebra, bajo el auspicio de Naciones Unidas. Comenzaron luego de las diversas negativas a participar de los representantes del mariscal Haftar y del GAN, de Fayez al Sarraj.

Según análisis difundidos por medios de prensa, los encuentros entre jefes militares forman parte de las tres vías de contacto entre los rivales, en correspondencia con lo acordado en la conferencia celebrada en Berlín en enero pasado.

En esos propios órganos de difusión sobresalen criterios como que el conflicto traspasó el punto de no retorno y la vida impone que uno de los dos contrincantes sea eliminado para restablecer la tranquilidad y construir a la distensión, mientras otros se preguntan de qué paz se trata, una con monitoreo externo, o más bien intromisión.

Una acción que complica al proceso negociador es la renuncia del enviado especial de la ONU para Libia, el libanés Ghasán Salamé, por problemas de salud y la falta de avances en las conversaciones de paz, aunque en los últimos meses se respira cierto optimismo sobre el caso. “Desde hace dos años he intentado volver a unir a los libios, reducir la interferencia extranjera y preservar la unidad del país”, declaró el funcionario y añadió que su salud “no permite ya soportar tanto estrés”.

De hecho, existe una contradicción difícil de obviar, pese a la retórica negociadora, y se trata de que la ONU acepte a un gobierno en Trípoli, al cual los partidarios del mariscal Haftar identifican como islamitas, a sabiendas del contenido que eso podría acarrear para el futuro del país… ¿o es que realmente hay algo más en el fondo que no se dice?


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Julio Marcelo Morejón Tartabull

Periodista que apuesta por otra imagen africana


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