El asunto no es que los Estados Unidos bajo la actual presidencia se defienda contra torvos poderes foráneos, tal como gustan afirmar algunos medios afines a la Oficina Oval. En todo caso lo que la actual administración propugna y considera inadmisible es la resistencia de aquellos sobre los que descarga su ojeriza.
Así, la verdad verdadera consiste en que buena parte de todo lo que se le está viniendo encima a la Casa Blanca en materia exterior no son más que legítimas reacciones y respuestas de quienes están siendo hostilizados permanentemente por aquel que pretende elevarse al trono global en estricto solitario para ejercer poderes omnímodos sobre el resto de la humanidad. En pocas palabras, Washington no recibe otra cosa que lo que se busca.
Y es que los tiempos históricos han cambiado radicalmente, muy a pesar de lo que la ultraderecha americana pueda prever y desear.
Y si Mike Pompeo hace apenas unos días signó oficialmente a China como un demonio que debe ser conjurado, pretendió extender sanciones contra Irán en el seno de la ONU, y llamó nuevamente a sus compulsados aliados a romper lanzas contra Beijing y Teherán, es muy lógico esperar que ambos aludidos devuelvan los golpes en los términos que más duelan al agresor.
Por estas fechas, por ejemplo, se dio a conocer la firma de un acuerdo de colaboración estratégica entre China e Irán con un cuarto de siglo de extensión, que sin dudas socava seriamente los intentos oficiales norteamericanos de afianzar su intervencionismo en Asia Central y Oriente Medio, y reduce sensiblemente los efectos negativos de las sanciones unilaterales de la Casa Blanca contra la nación persa.
El pacto, resumido por numerosos órganos informativos internacionales, asegura que el gigante asiático invertirá 400 mil millones de dólares en la República Islámica, como complemento de los protocolos ya vigentes en torno a la reactivación de la “Ruta de la Seda”, el antiquísimo tráfico de mercaderías entre el Occidente y el Oriente, ahora con el despliegue de todo el poderío tecnológico de nuestro siglo.
La propia prensa norteamericana consignó al respecto que el convenio se trata de “una asociación económica y de seguridad que permitirá a China invertir en la banca, las telecomunicaciones, los puertos, los ferrocarriles y docenas de otros proyectos de Irán, socavando los esfuerzos de la administración Trump para aislar al gobierno persa”.
Ambos países, recuerdan analistas, ya habían acordado una asociación estratégica en 2016, pero este nuevo documento identifica a sus firmantes como “dos culturas asiáticas antiguas, dos socios en los sectores de comercio, economía, política, cultura y seguridad con una perspectiva similar y muchos intereses mutuos bilaterales y multilaterales”.
Por demás, un articulado adicional establece la cooperación bilateral más estrecha para “la creación conjunta de los últimos tipos de armas”. Ello incluye en especial la asistencia china a Teherán en la tecnología de misiles.
Por su parte, Irán se compromete a establecer un suministro estable de petróleo y gas a China, que hoy es el mayor importador de crudo del mundo, con pagos no necesariamente ligados al dólar, lo que enflaquece el control de la moneda gringa en un intercambio fundamental a escala planetaria.
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