En la madrugada del viernes el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, publicaba en su cuenta en Twitter que él y su esposa, Melania Trump, habían resultado positivos a la COVID-19. ¿Qué implicaciones podría tener esta noticia para los posteriores debates públicos? Solo los días podrán decirlo.
Pero lo cierto es que sobre la base de lo que duraría un tratamiento standard, Trump no podría estar presente en La Florida en su segundo round frente a Joe Biden y repetir el deslucido papelazo de su primer intercambio.
Por otro lado, de pasar rápido y airoso los protocolos médicos, sin dudas se dispararían sus poses de “superduro invencible”, ahora frente a la pandemia de la que ha hecho escarnio más de una vez.
Pero bien, todo ello se trata de cuadros mediatos. Por el momento, lo real es que el primer debate abierto entre los candidatos republicano y demócrata a los comicios de este noviembre dejó mucho que desear en materia de propuestas, planes y análisis, para reducirse a una simple batalla de insultos mutuos.
Los analistas aseguran que a Trump, en buen cubano, “se le fue la chaveta” más allá de todos los límites, e intentando robar todo el espacio posible, habló largo y de forma insulsa, interrumpió constantemente a su oponente y hasta al moderador, y extendió una imagen arrogante, engreída y obsesa, muy al gusto de los sectores más extremos de la derecha.
Biden, mientras tanto, apostó por una mayor cuota de moderación sin dejar de responder a determinadas mofas, cuidando mucho no traslucir lapsos mentales atribuibles a su avanzada edad, y aprovechando los cortes impuestos para evitar enredarse en largos parlamentos y explicaciones.
En pocas palabras, en lo esencial un intercambio de golpes entre un obcecado errático y explosivo, y un retador más cómodo en no tener que abrir mucho la boca antes que verse obligado a extenderse en asuntos sustanciosos y fundamentales.
Porque la verdad verdadera es que, para pesar de los votantes ajenos a la fanfarria, todavía está por verse que programa bien estructurado propone el partido azul frente a las andanadas y el cuerpo de caprichos que se espera del accionar de Trump si repite en la Oficina Oval.
La mención simplemente acusatoria al otro por los problemas vigentes no basta. Hay que indicar y explicar alternativas posibles y nuevas iniciativas, y eso está faltando desde hace rato en una contienda política reducida a pedradas de uno y otro lado entre quienes pretenden anotarse la victoria en las urnas.
Ello, desde luego, implica tener que escuchar sandeces como las formuladas por Trump acerca del “peligro socialista” en los Estados Unidos a partir de una presidencia demócrata.
Todo, cuando está claro que la designación de Joe Biden como candidato azul fue precisamente la decisión impuesta por los tradicionales caciques partidistas ante las propuestas más liberales de personajes como Bernie Sanders, a quienes cierta aceitada maquinaria mediática asocia con ideas “revolucionarias, extremistas, rebeldes y revoltosas” presuntamente capaces de subvertir el tronco intrínsecamente capitalista del añejo y sagrado “modo de vida norteamericano”, un tótem del que ninguna de las dos agrupaciones beligerantes está dispuesto a despegarse.
De manera que por esos caminos anda el tan llevado y traído proceso eleccionario norteamericano, a la espera de si Trump y Biden volverán a la lona, y de conocer si el contagio con la COVID-19 se la pone buena o mala al hombre que fue incapaz de manejar debidamente la pandemia que azota a la nación.
Un impasse que sigue originando una elevada cuota de incertidumbre como para poder adelantar criterios de quien definitivamente se llevará el pato al agua en noviembre.
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