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martes, 5 de noviembre de 2024

¿Un chance a la paz?

Gobierno y talibanes negocian, pero los invasores no sueltan prenda...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 20/09/2020
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Negociaciones Talibanes
Los talibanes, hijos díscolos de la política agresiva gringa, han ido a la mesa de negociaciones con el gobierno de Kabul; mien-tras, las tropas estadounidenses siguen en el país

Poco después de cumplirse el décimo noveno aniversario de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono el 11 de septiembre último, y con un importante retraso según los cronogramas de ajenos, representantes de los Talibanes y del gobierno de Kabul iniciaron conversaciones en Doha en el intento de establecer la paz en Afganistán.

Este repunte de diálogo, según analistas, se asocia al reciente acuerdo entre ese grupo islámico y el Washington de Donald Trump, quien a las puertas de unas elecciones presidenciales que “no soportaría perder”, intenta ganar puntos publicitarios con el electorado norteamericano retomando sus incumplidas promesas de cuatro años atrás en torno a devolver al país a las tropas gringas desplegadas en suelo afgano.

No parece que las negociaciones serán fáciles, y mucho menos con la intromisión hegemonista externa y la permanencia de efectivos militares norteamericanos en un país que desde hace mucho la ultraderecha norteamericana considera estratégicamente vital por su frontera común con la extinta Unión Soviética primero, y ahora con Rusia.

La prensa subraya al respecto que el segundo al mando de los Talibanes, el mulá Abdul Ghani Baradar, “reconoció que la negociación tendrá momentos difíciles por lo que habrá que avanzar con mucha paciencia”.

El citado personaje explicó además que “Estados Unidos debe mantener su compromiso con el acuerdo bilateral firmado en febrero, el cual prevé la retirada gradual de sus tropas a cambio de una serie de condiciones, entre ellas que los talibanes dejen de apoyar a Al Qaeda”.

Como ya apuntamos, el inicio de las negociaciones se vio postergado unos seis meses debido a profundas divergencias sobre un polémico canje de prisioneros entre los talibanes y el gobierno, previsto en el acuerdo entre ese movimiento y los enviados de Trump, y del cual no participaron las autoridades de Kabul. El intercambio de cinco mil talibanes por mil miembros de las fuerzas afganas fue una condición previa del grupo armado para iniciar las conversaciones.

No obstante, para muchos estudiosos del tema centroasiático, la ocupación militar gringa es un asunto que solo enrarece desde hace mucho las posibilidades de una paz nacional en Afganistán. Y es que precisamente la desestabilización y la violencia internas se derivan de esa constante y directa intromisión en los asuntos internos afganos.

Aquel país, con amplia divisoria con la antigua URSS, está ligado a los planes anticomunistas de Washington desde los tiempos del triunfo de la revolución bolchevique de 1917 sobre el depuesto imperio zarista.

El constante trabajo de infiltración y subversión tuvo su más álgido instante en julio de l979, cuando el presidente James Carter autorizó el apoyo masivo a los grupos de señores de la guerra que combatían al entonces gobierno progresista de Kabul, aliado del Estado soviético.

Frente a tales niveles de injerencia estimulados muy especialmente por al taimado asesor norteamericano de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski, de origen polaco, la URSS envió en diciembre de ese año sus tropas a Afganistán para frenar la actividad subversiva externa y de esa manera entramparse en una guerra de desgaste que se prolongó por casi un decenio.

Cuando se produjo la salida militar de la URSS, y ante una insistente división territorial del país en zonas controladas por verdaderos caciques llenos de ambiciones personales, Washington, que ya tenía magníficos lazos con Osama Bin Laden y Al Qaeda en la oposición a Moscú, optó por apoyar al naciente movimiento de los Talibanes, que desde las madrazas en territorio paquistaní realizaron un avance militar relámpago para intentar apoderarse de la jefatura nacional. Era entonces necesario para los grandes magnates petroleros gringos un Afganistán “controlado, estable y favorable” a sus inminentes negocios, y aquellos “muchachos islamistas” parecían resultar la solución al entuerto.

Sin embargo, para fines de los noventa e inicios del nuevo siglo, los Talibanes no habían podido convertirse en el “poder omnímodo” que necesitaba Washington, y entonces se les compulsó desde la Casa Blanca a negociar con las restantes fuerzas contenientes en busca de un clima más propicio y seguro a las planeadas inversiones energéticas Made in USA.

Sobrevendría así el fin de la larga luna de miel. Bin Laden se encabritó y comenzó a morder, con socorro talibán, la mano que hasta ayer les alimentaba a ambos, hasta desembocar, luego de varios atentados a entidades norteamericanas en el exterior, en los evidentemente permitidos sucesos del 11 de septiembre de 2001, devenidos en el gran pretexto que propició la proclamación de la guerra santa antiterrorista iniciada por George W. Bush y mantenida y desarrollada por todos los presidentes que le han sucedido en la Oficina Oval.

Hemos intentado revivir todos estos elementos para indicar que, luego de tan largo camino injerencista en un área altamente sensible para las apetencias globales de Washington, cuesta pensar con seriedad que los rejuegos de Trump en la zona desliguen absolutamente a la primera potencia capitalista de los destinos de Afganistán y otras naciones de la zona.

De ahí la validez del aserto de no pocos políticos y analistas en el sentido de que, si el origen de toda la tragedia fue la injerencia militar gringa, el único final seguro, estable, decente y efectivo es su retiro absoluto e incondicional de donde no la llamaron, de manera que sean los afganos los que decidan libremente lo que desean lograr para su martirizado país.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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