Desde el suelo el fotógrafo desprevenido se convierte en el centro de un universo invertido. No es él quien captura la ciudad, sino que son las fachadas, las cúpulas, los aleros, quienes se inclinan a perpetuidad y lo observan desde la majestuosa altura, como quien curiosea de forma silenciosa y monumental. Es entonces que esa sensación de ser observado te invita a alzar la mirada sobre lo construido. En ángulos desafiantes de contrapicado o nadir, aparece un mundo distinto, como si fuera nuevo. Entonces el descubrimiento provoca el cuestionamiento dialéctico del que captura la luz: ¿Eso ya estaba allí antes o es nuevo?

En la fotografía, el nadir es el punto cardinal de la mirada opuesto al cenit y el eje es perpendicular al suelo. No se trata de una posición de toma baja, sino la perspectiva radical de 90° que sitúa la cámara en superficie para mirar directamente hacia arriba, transformando lo común en algo gigantesco. Esta técnica resulta interesante al transformar la jerarquía visual ordinaria imponiendo una fuerza arquitectónica y psicológica muy sugerente. Aunque la simetría es un rasgo distintivo de esta técnica, también es válida la creatividad al romper ciertas reglas de composición para el logro de mejores resultados dentro del encuadre.

Por otra parte, el contrapicado es colocar la línea o plano visual en un ángulo hacia arriba, tomando como referencia la superficie. Generalmente tiene un punto medio de 45°, pero esto no es absoluto. Con ello no solo se altera la perspectiva, sino la relación de poder entre el espectador y lo retratado. Se convierte así lo elevado en una presencia que se yergue imponente. Esta técnica explora la vulnerabilidad de quien mira desde abajo y la autoridad de lo observado, creando una dinámica donde la arquitectura “oprime” visualmente, Este tipo de fotografía exalta lo cotidiano a una escala de descubrimiento y admiración.

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