—Prepárate, mañana sales para Chile. Déjale las cosas a tu segundo y vete a organizar la mochila.
Eso fue todo lo que en su despacho me comunicó el director de Verde Olivo, órgano oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, revista para la cual trabajaba como reportero desde hacía menos de dos años y donde solo unos meses antes había sido promovido a jefe de redacción.
La sorpresa mayor vendría unas horas después, casi al anochecer, cuando me vi sentado en una oficina junto a colegas de Granma, Juventud Rebelde, Bohemia, el Noticiero Nacional de Televisión, el programa radial Información Política y el Noticiero ICAIC Latinoamericano, encabezados estos últimos por su prestigioso director Santiago Álvarez.
Entre los asistentes estaban dos "pesos pesados "de nuestra profesión: Marta Roja y Luis Báez, además del experimentado Juan Marrero, jefe de información internacional de Granma, lo cual nos alertó de que se trataba de una cobertura de máximo o primer nivel, como se suele calificar ahora.
Allí se nos informó más precisamente la misión que nos asignaban: cubrir la visita oficial del Comandante en Jefe Fidel Castro a la República de Chile, por invitación del doctor Salvador Allende, ganador en la contienda electoral de 1970 y ratificado Presidente por el Congreso de la nación, luego de vencer ciertas resistencias de la Democracia Cristiana y otros partidos que pasaron a la oposición.
Nuestra responsabilidad no derivaba únicamente de la obligación de cumplir eficientemente el deber profesional, sino de conocer y comprender que la visita revestía determinadas características que podrían influir en ese desempeño.
Entre ellas, la convulsa situación interna que se vivía en Chile, fruto del no solapado trabajo de la inteligencia norteamericana, encargada de agitar el fantasma del comunismo contra el gobierno de la Unidad Popular y propiciar una conjura de los partidos derrotados de la derecha y la rebelión de las Fuerzas Armadas. La fragmentación de la izquierda revolucionaria aportaba otra peculiaridad al escenario político.
Atentados terroristas ya habían cobrado víctimas en prestigiosas figuras como el jefe del ejército, General René Schneider, y el gobierno de Allende afrontaba amenazas de paro de sectores descontentos, además de las clásicas maniobras de comerciantes para aparentar un desabastecimiento de artículos de gran demanda atribuibles por los grandes medios de información a las medidas de beneficio popular dictadas por el ejecutivo.
Haría más compleja nuestra labor de informadores cubanos la presencia de periodistas de todos los medios acreditados oficialmente para cubrir la visita, con gran afluencia de cadenas noticiosas norteamericanas, cargados como es habitual de cámaras, trípodes y otros instrumentos, y que tratarían, como era de esperar, de captar las mejores constancias gráficas por encima de cualquier otro.
Entre tal conjunción de comunicadores y barullo de equipos en competencia por estar cerca de la noticia, se sabía, habrían posiblemente intentos para asesinar a Fidel, como luego se demostró y pudo ser evitado por los servicios de seguridad durante una conferencia de prensa del Jefe de la Revolución en su visita a la ciudad sureña de Concepción.
Todos los colegas cubanos ofrecimos nuestra disposición de ayudar a cuidar la vida del Jefe de la Revolución, sin abandonar las tareas que teníamos.
Los funcionarios dedicados a facilitar nuestra labor en Chile nos advirtieron que tampoco se sabía el tiempo que duraría la estancia de Fidel en la hermana nación, pero que dadas las cálidas relaciones personales entre anfitrión y huésped, era de esperar que no fuera de pocos días.
Por la movilidad que se requeriría y el poco tiempo para prepararnos, debíamos andar ligeros de equipaje, sólo el mínimo, lo cual obligó más tarde a que algunos tuvieran que vestir abrigos, camisas y pantalones prestados por amigos de la embajada y hasta disponer algún dinero extra para comprar de paso parte de las vituallas necesarias, entre ellas ropas, películas y casetes.
Otros detalles de la situación chilena y de la histórica victoria de la Unidad Popular la conocimos ya instalados en el avión de Cubana, al amanecer del 10 de noviembre, cuando el aparato partió de Rancho Boyeros luego de que, para asombro de todos, lo abordaran el Comandante en Jefe y los integrantes de la delegación oficial que lo acompañaba, mientras otros aseguramientos y personal viajaban en una segunda nave.
Eran las seis y diez minutos, hora de La Habana
A poco del despegue, Fidel abandonó su compartimiento y se dirigió hacia el equipo de periodistas, inquiriendo si teníamos sueño por despertarnos tan temprano.
Comenzaba así una prolongada charla de casi nueve horas, interrumpida a veces por la ausencia del Comandante para reportar a La Habana breves partes de la trayectoria, hasta que el mismo nos alertó que se acercaba nuestro punto de aterrizaje, luego de señalar los contornos nevados de Los Andes y expresar su admiración por Bolívar y los libertadores que lo atravesaron a pie y a caballo en duras condiciones climáticas dos siglos antes.
Otros peculiaridades de lo que veríamos durante las próximas semanas nos la adelantó esa noche y madrugada Jorge Timossi, corresponsal jefe de la oficina de Prensa Latina en Santiago de Chile, mientras degustábamos unos bocaditos y algún vinillo en una cafetería del hotel Carreras, donde nos alojábamos los periodistas cubanos, a la par que el colega argentino-cubano saciaba su curiosidad por saber la información que traíamos desde La Habana.
Timossi y sus compañeros de oficina se incorporaban en Santiago al equipo de cobertura y eran, además, nuestra retaguardia y seguros guías y consejeros para precisar detalles de la realidad chilena que ellos conocían de fuentes confiables.
APOTEÓSICAS ACOGIDAS
Espectacular y sorprendente fue el recibimiento al líder de la Revolución a su llegada a Santiago (siete de la noche, hora local), calculado conservadoramente en más de 700 mil personas que lo vitorearon durante los 40 kilómetros desde el aeropuerto hasta la residencia en la Embajada cubana.
Así lo apreciaron y consignaron no pocos informadores que cubrieron la visita de Fidel, mientras la prensa local se detenía en detalles de la vestimenta verde olivo del Comandante y alguno ironizó con las botas militares que siempre calzaba para aducir que las venía a poner sobre Chile.
Fidel comentaba estas frases con extrema moderación, conocedor de que la derecha dominaba los principales diarios del país, aunque reconocían el apoteósico recibimiento imposible de protagonizar solo con militantes de cualquier partido político.
Al día siguiente de su llegada, luego de rendir homenaje floral a Bernardo O Higgins y a José Martí, los vecinos del barrio obrero de la comuna San Miguel, en las cercanías de la capital, le obligaban a dirigirles unas palabras empleando un altavoz y el estribo de un camión como tribuna. Les prometía una segunda visita que cumpliría 16 días después, para hablarles en extenso del Che, ya que allí se erigió el primer monumento al Guerrillero Heroico.
Pobladores de todas las edades, rostros adustos de trabajadores curtidos por años de labor y una sorprendente presencia de mujeres, muchas muy jóvenes, llenaron la pequeña plazoleta de esta barriada.
El encuentro había sido organizado por la alcaldía local y el comité de organizaciones populares partidario de la Unidad Popular, acogido además con fervor por la mayoría de sus pobladores, en un territorio también llamado "el barrio rojo".
En realidad, la presencia masiva de población fue una constante en los numerosos actos y encuentros organizados durante esos días a lo largo de la estrecha franja de la nación sudamericana.
Estudiantes, mineros, campesinos, mujeres, representantes de diversas religiones, se convirtieron en interlocutores del Comandante en Jefe de la Revolución cubana, quien durante 24 días dialogó con centenares de miles de chilenos, de todos los estratos sociales, en una visita que se extendió hasta el 3 de diciembre de 1971 y que abarcó disímiles escenarios, climas contrastantes, horarios inesperados y auditorios siempre curiosos por conocer sus opiniones.
Estadios y plazas públicas, superficie y profundidades de las minas de cobre, universidades, haciendas, cooperativas pesqueras y hasta las frías y alejadas tierras de la provincia de Magallanes, frente al Estrecho del mismo nombre muy cerca de los glaciares, reclamaron la atención del líder cubano, quien en su insaciable afán de conocer penetraba hasta las intimidades de no pocos hogares que le abrían las puertas para mostrarles a la familia.
Banderas de la Unidad Popular y de otras organizaciones que apoyaban al Gobierno, entre ellas el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), impregnaban el ambiente hasta impedir desde las tribunas observar los rostros de las multitudes.
Los periodistas preferíamos mezclarnos con el público. Se nos hacía imposible reportar la diversidad de hechos sin perdernos escenarios, diálogos llenos de verdadero interés humano y explicaciones de realidades culturales o económicas para muchos desconocidas. La solidaridad entre nosotros aportaba no pocas veces el dato para una crónica. No disponíamos de ordenadores personales ni de la conexión por Internet, el teléfono era la vía fundamental para reportar a La Habana, donde cada redacción completaba los informes con los despachos de PL.
—Búscalo en PL o en Granma, ellos sí estuvieron allí —recuerdo haber dicho a mi jefe en más de una ocasión.
Como algo singular de esta visita, el Jefe de la Revolución se convirtió en un predicador de la unidad de las fuerzas populares, razonando y argumentando ampliamente con cada sector acerca de las tácticas adecuadas para impedir que la división se introdujese como arma del enemigo para frustrar las posibilidades históricas que, por primera vez, se abrieron ante Chile con la victoria de Salvador Allende.
Logros y dificultades de la Revolución, su incansable espíritu de lucha frente a los adversarios históricos de la independencia y soberanía cubanas, el heroísmo del pueblo antillano y su irrenunciable vocación internacionalista, fluían como imágenes del verbo de Fidel, cautivante y pleno de argumentos.
PERIODISTAS AGOTADOS
Varias entrevistas concedió el líder cubano a representantes de diferentes órganos de prensa chilenos y extranjeros, subrayando en todas las mismas ideas de la necesidad de la unidad, el respeto a la soberanía de Chile y las características del proceso democrático que se daba en ese país.
Tal era el acoso de los informadores con el Comandante en Jefe, expresado en las abundantes solicitudes de exclusivas, a pesar del limitado tiempo libre que dejaba el apretado programa de la visita, que el líder de la Revolución accedió en una ocasión a ser entrevistado tras un fatigoso recorrido por las minas de cobre de El Teniente.
Cuando de madrugada esperaba la presencia de los periodistas en una improvisada sala de prensa, el mensajero que hacía de intermediario regresó con la decepcionante respuesta:
—No se despiertan, Comandante —dijo uno de ellos, somnoliento—. Le proponen que deje la entrevista para otro día, que ahora están muy agotados.
Dicho encuentro se realizó el día antes de la partida, ante informadores que preguntaron de lo humano y lo divino por más de cuatro horas.
Como despedida de su estancia, en un gigantesco acto de masas en el estadio nacional de Santiago, Fidel agradecía a las autoridades nacionales y al pueblo de Chile la excepcional acogida que le habían brindado a la delegación cubana.
Subrayaba que su propósito al cumplimentar la invitación de Allende no era enseñar a los revolucionarios y gobernantes de ese país, sino aprender de un proceso inédito hasta entonces en el continente y que como tal la había apreciado.
No escaparon a sus observaciones una exposición de las formas que históricamente asume la lucha de clases entre revolución y contrarrevolución, porque los explotadores desplazados del poder por las fuerzas populares nunca se resignan a aceptar su derrota y acuden a los más increíbles medios para conseguir sus objetivos, explicaba.
En las afueras del estadio nacional, a esa misma hora, se escuchaban los primeros "cacerolazos" de las damas de copete (señoras que en mayoría dejaban la cocina para ocupación de sus sirvientes), en señal de oposición al gobierno popular que, entre otras cosas, garantizaba leche diaria, escuelas, médicos y trabajo decente para los sectores desposeídos y sus familiares, hasta entonces ignorados por la gran burguesía.
Era un acontecimiento simbólico y marcador de dos caminos en América Latina para culminar la independencia frustrada, que coincidía precisamente con el dos de diciembre, cuando en Cuba se recordaba el aniversario 15 del desembarco de los expedicionarios del Granma, acción que retomara la lucha armada hasta la victoria definitiva del pueblo cubano alcanzada dos años después.
Fidel regresaba a su patria, luego de breves escalas de tránsito por las capitales de Ecuador y Perú, en las cuales también dedicó varias horas a responder preguntas de la prensa nacional e internacional que le esperaba con ansiedad profesional.
Los cubanos que vivimos con él la mayoría de los momentos de aquella jornada todavía tendríamos posibilidad de meditar y gozar de numerosas anécdotas días después, en boca del Jefe de la Revolución y de colegas de la prensa, aeromozas y de otros compañeros que le acompañaban, cuando a instancia de Fidel, nos incitaba a formar una asociación de expertos en la histórica visita a la hermana República de Chile.
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