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domingo, 16 de noviembre de 2025

No es el chasis, sino el alma de la Patria

Por los algoritmos que rigen la enredadera que usamos, por la correlación de  sentidos y relatos que  por ella circulan y  el sesgo clasista de las corporaciones mediáticas, se sobrexpusieron aquellas fotografías cuando el huracán Melissa...

José Ángel Téllez Villalón en Exclusivo 15/11/2025
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Dos imágenes flotan sobre las otras, sobre tantas válidas para representar lo que pervive sobre la traza amarga de Melissa.  Trascienden los momentos congelados, al sintetizar e interconectar dimensiones diversas, capas sobre capas  vivenciales, contextuales y simbólicas, de los protagonistas y de los espectadores. Narrativas visuales, empapadas de emociones, como "El Beso de Times Square" de Alfred Eisenstaedt, "La Niña del Napalm" de Nick Ut y  el "Retrato de una niña afgana" de Steve McCurry. 
O más adentro del archipiélago nuestro,  como  la de Paula María  con su muñeca  “Nene”, que hiciera Korda en el Minas de Matahambre de 1959. Y la del niño José Daniel sosteniendo a Martí, que capturó  Yander Zamora en Punta Alegre en  2017, durante paso del huracán Irma.  Con dos niños sosteniendo, a la altura de sus pechos, lo que para ellos no son simples objetos, sino  significativos contenedores, de cosas  que sienten vivas, que abrazan y del abandono salvan.
En eso se aparentan con las del santiaguero salvando  a su televisor. Una tomada por Yamil Lage para AFP y otra captada por Ramón Espinosa para AP.  Protagonizadas por Duany Despaine, más conocido como Minguito, quien vive en San Miguel de la Parada, por la la Refinería de la indómita  Santiago. Y con la otra instantánea  que inundó el ciberespacio, tomada en la misma zona, de Edilso, otro “nagüe”  de verde olivo,  salvando a su perro Roky. 
Circularon constreñidas  en el marco de lo trágico.  Sobre las dos surfearon  las mismas narrativas del apocalipsis cubano  y la desesperanza. Ambiciosos oportunistas que  andan a la caza de cualquier desgracia por acá, para acaparar  reacciones y posicionarse, salieron a la carga con otras falsas promesas  de ayuda y donaciones.  Al primero  le cambiaron el nombre y el apodo, hasta lo mataron con una fake new de infarto. Se viralizaron, con lecturas variopintas. Unas más empáticas,  otras más oportunistas. Hubo burla, compasión, y catarsis... Trajinadas por odiadores para engordar la diatriba  contra el Socialismo cubano y la narrativa de “gobierno fallido”. Compartidas también por quienes abrazaron a Minguito, como el abrazaba a su televisor.  La sonrisa del salvador del perro no pasó desapercibida. 
“Esta imagen que no para de replicar la gente. Que tanto impacta porque es la encarnación de la resistencia a perder lo que con sacrificio se ha obtenido. Una imagen que me evoca tantas metáforas tristes. Una imagen que ha movilizado a cubanos de afuera  y también de adentro. Una imagen dura, dura como estos tiempos”, opinó en su muro de Facebook Lisa Robaina.
“Hay en su gesto una obstinación que duele. Como el amante que no quiere soltar a su amada inerte, él también se aferra a lo que fue suyo, negando la evidencia del desastre. El agua sube, arrastra animales, colchones, retratos… pero él se mantiene firme, como si al sostener aquel televisor rescatara algo más que un objeto: como si sujetara su propia dignidad. Porque en Cuba, donde cada cosa cuesta años de espera y sacrificio, perder un bien material no es solo perder un objeto: es perder un pedazo de vida invertido en sobrevivir. Y sin embargo, en medio del barro y la desolación, todavía hay algo que no se ahoga”, comentó Boris Luis Cabrera.
“Quizás BBC usa esta foto para ridiculizar. Pero no, esta foto denota que ni un huracán, ni una pandemia, ni una banda de enemigos, ni cualquier administración estadounidense será jamás capaz de tumbar al socialismo y a este pueblo”, apunto la amiga española Ana Hurtado.
“Yo sé que es difícil entenderlo. Para aquellos, que ven a Cuba como un país “complejo”, como una cosa rara, como una leyenda amorfa, es difícil aceptar que es posible esto: ver a un hombre sonreír, junto a su perro, en medio del desastre; ver la vida triunfar sobre la lluvia y los vientos, ver la victoria de los que sí supieron creer y luchar por encima de lo que sea y de lo que venga. Míralos. Ellos siempre sonríen. Mi mayor respeto será siempre por esos que siempre sonríen. Porque no hay huracán, ni bloqueo, ni imperio de mierda que pueda con esa sonrisa que tanto han querido mutilarnos. Sonreír no es solo nuestra resistencia, es también nuestra venganza”, publicó El Necio.
Y es que  Despaine no iba aferrado de su televisor sino a una  férrea  voluntad. No abandonarlo fue un impulso y una decisión que sostuvo pese a todo, cuando subió el agua al nivel de mojarlo y cuando la fuerza de sus brazos le falló. No podía hacer otra cosa. Pues,  el mérito, nos susurra el Maestro,   “no está en el éxito del acometimiento (…), sino en el valor de acometer”. Lo aguantó con su propia suerte. Como un acto de fe y persistencia. Sin plena conciencia de su simbolismo. No iba a dejar a la deriva, al caos y a la intemperie, esa carga de significados que  solo él  podía  aquilatar y proteger. Ya porque era lo único importante en su humilde casa  o  lo que jamás abandonaría. Para  corresponder al esfuerzo con el que se lo ganó  (o lo pagó),  al acto solidario de quien se lo brindó, o por los gratos momentos que el aparato le brindó. O simplemente, porque no podría dejar de intentar. 
Lecturas entrampadas  en el marco utilitario, en la cuenta del valor de cambio, rebajaron  su gesto  a lo inservible: Minguito se aferraba a un cadáver, a un sin sentido.  Es el marco predominante en esta aldea global dónde todo es comprable  y negociable,  hasta la dignidad y el optimismo.  Alguien dijo en versos que cargaba el chasis de este país. 
Por los algoritmos que rigen la enredadera que usamos, por la correlación de  sentidos y relatos que  por ella circulan  y  el sesgo clasista de las corporaciones mediáticas,  se  sobrexpusieron aquellas. Las capturas que enfocan a otros héroes de verde olivo, que completan la vorágine épica que brota  en Nuestro Oriente, quedaron subsumidas en la poca atención. Esos no les interesan a  ABC, AFP y AP, no responden al ideolograma que guían  sus cálculos y de su encuadre las sacaron. Pese al halo de caridad  y heroísmo que emana en muchas de ellas.  
Ya lo advirtió el Apóstol: “El hombre de alma baja, no pude comprender la virtud” y “solo ven y proclaman la virtud los que son capaces de ella”. Con  “lo esencial hay que estar”, pero hay quien prefiere estar con las ganancias.  Hay quien no consigue percibir “lo condensado y perfumoso”, en cada acción fotografiada por donde arriba el sol a Cuba. Cual trazos de lo esencial y lo virtuoso, del latir  luminoso de la Patria.  Su captura “fatal y viva cuanto hermosa”. Una hermosura que no es "goce inmediato", sino que emana  a la luz de otras, “por la significatividad de una reminiscencia”, que se compone de “sedimentos temporales que fosforecen”, como  apunta   Byung Chul Han. Porque “Lo bello no es el resplandor o la atracción fugaz, sino una persistencia, una fosforescencia de las cosas”. 
Encandilados por las chispas, se les quedan  sutilezas en las sombras. No perciben matices, como no acceden a lo verdadero, a lo esencial. De tan sometidos a la prisa y a la mísera atención, al "desfile cinematográfico de las cosas", al caudaloso chorro de  “presentes puntuales”. Bajo el scroleo constante, los sacan de la  temporalidad de lo bello,  del puente hacia el  recogimiento estético, para contemplar la  beatitud y  la  esencia aromática de estas fotos, que en otro fluir van inmersas. Por donde corren verdores no emergentes, sino sedimentados en un delta de abrazos destacado por  Armando Hart: de aquel afluente, de arroyuelo cristiano, que vino desde Europa, identificable con Martí,  con el otro más mestizo y caribeño, de estirpe popular, identificable con Maceo.  
Sus cargas resplandecen, no la portan balsas,  ni aparatos tecnológicos,  sino unos cuerpos curtidos por las adversidades, acostumbrado a resistir tales inclemencias  y a emanar de sí hacia los demás, frente apagones naturales o económicos.  Cubanos que saben abrazar como (Paula)  María y José (Daniel),  resguardar en el pecho los afectos que no se diluyen ni se cuartean, ni  la voracidad del egoísmo puede arrebatar. Saben de caridad y  de transferir la esperanza, de alma en alma.
Lo que el agua interrumpió en el televisor de Minguito fue la posibilidad de transferencia de la energía  por sus circuitos. Anuló en su funcionamiento el  principio de Carnot que rige la existencia material, según el cual la energía tiende a degradarse en calor y el calor a repartirse uniformemente entre los cuerpos.  Pero lo que la humedad no pudo, ni consigue  apagar , es el ánimo  y el entusiasmo del desinterés, la transferencia fraternal, el propósito de aliviar del dolor a la vida y salvarla del círculo vicioso del egoísmo, ese que rige el orden biológico, animal, del hombre como lobo del hombre. 

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Lo que el chaparrón de Melissa no cortó, ni ninguna  inundación  ha matado en los cubanos,  es el fluir virtuoso de servir y dar  amor, “sol de la vida”, con su  “energía revolucionaria”. Flujo caritativo reverdecido en  cuerpos y en gestos,  de la mariana Odelkis y la angelical teniente Daianis, del general  Florencio  y el compañero Queipo. Cual el “compendio del organismo nacional”.  Sus actos simbólicos  se suman a las imágenes de una patria irredenta  y de un vivir cimarrón, que alza e informa de conceptos de vida radicalmente opuestos a los de dejarse llevar por la corriente y enfangarse en la derrota. El de un “un pueblo mestizo en la forma que con la reconquista de su libertad, desenvuelve y restaura su alma propia”. 
“Extinguido el culto a lo místico, álcese, anímese, protéjase el culto a la dignidad y a los deberes. Exáltese al pueblo, su exaltación es una prueba de grandeza”, dijo José Martí observando a los más humildes de México. En ellos  vio una “marcha incesante y perpetua” y un brotar nuestroamericano que encontró y admiró años después entre sus compatriotas emigrados.  A los que le habló de la Patria y del “alma cubana”. Al destacar, con inefable gratitud, a los  ascendieron del “apego  y cobardía de la vida común, al heroísmo ejemplar”, cual “misterioso símbolo de la pujanza patria, del oculto y seguro poder del alma criolla”. 
Del  “corazón cubano” emana  la Patria, es el centro moral  del “alma cubana”, comunión de intereses y esperanzas;  sin pieles de distinción, ni muros para estancar, por motivos de clase, lugar de nacimiento,  edad o color de la piel. Por eso exclama: “En las entrañas es donde he oído palpitar ese corazón de amor que manaba grandezas y ternuras”. Con tales metáforas convoca al “orden seguro y la paz equitativa, por el pleno respeto al ejercicio legítimo de toda el alma cubana”.  A los que listos  van porque están plenos, “la independencia se ha de buscar con alma entera de hombre”.
Más joven, al escribir “Abdala” había esbozado un concepto de lo nuestro superior el de nación de José Antonio Saco, y con mayor potencial emancipador.  El joven poeta equipara a la Patria con un territorio espiritual,  de actitudes y afectos: “El amor, madre, a la patria/ No es el amor ridículo a la tierra, / Ni a la yerba que pisan nuestras plantas; / Es el odio invencible a quien la oprime, / Es el rencor eterno a quien la ataca; / Y tanto amor despierta en nuestro pecho/ El mundo de recuerdos que nos llama…
José  María Heredia lo había dibujado antes. Cuba  no era sólo una porción de la naturaleza, ni un paisaje lírico,  sino  también una entidad moral. La nación brilla  o se  eclipsa, se condensa o se disuelve,  en “el aire de luz” o en el “hado terrible”,  en dependencia de la altura (moral) de los cubanos, de la hondura  de su patriotismo y de su voluntad de vencer.
Y ahora, frente a Melissa, vuelve a pasar. Hay cubanos que  brillan  y otros que se eclipsan. Porque en este pasaje, entre lo terrible y  la luz, se vuelve a proyectar la disputa entre los hombres de panza y los de ala. Entre la “existencia  como economía” y la “existencia como desinterés o caridad”, de las que habló  Antonio Caso.
“La existencia puede considerarse  desde diversos puntos de vista”, afirma el humanista mexicano. Desde el punto de vista   de la utilidad, punto de vista opuesto a la ética, “se  soslaya el mundo, procurando abarcar en la acción, con el menor esfuerzo, el mayor provecho”. Su apoteosis es el imperialismo, el ansia de poder “sin verdadero amor ni finalidad moral”. Ideología que sintetiza Nietzsche en su  Estudio crítico de la doctrina cristiana: “¿Que es  bueno? Todo lo que aumenta en el hombre el poder, la voluntad de poder, el poder mismo. (…) ¿Qué es la dicha? El sentimiento con que el poder se  agranda, con que se vence una resistencia.  No contentamiento, sino más poder; no paz, sino guerra; no virtud, sino valor (…) Perezcan los débiles y los fracasados: primer sentimiento de nuestro amor al hombre. Y aun hay que ayudarles a desaparecer”.
En oposición a la existencia como subespecie utilitarios, está la existencia como subspecie charitatis que reveló el cristianismo.  Donde, como orden del amor, se invierte aquel  sentido imperialista y se procura  realizar el esfuerzo máximo  con el provecho mínimo. Donde la acción más noble es la del sacrificio.  
Cumbre que no alcanzan los que siendo animales se gastan.  Los que  fallan a su condición de mamífero suigeneris, cuando se echan a la deriva  del egoísmo sin bridas. Los que  niegan su posibilidad  orgánica de armonizar lo intelectual, lo moral y  lo estético. Al olvidar que solo es verdaderamente autónomo cuando no obedece  a la  entelequia biológica,  cuando  vence  al instinto de morder al otro. Cuando  abraza y salva,  cuando  proyecta su alma en los demás, como felicidad  y como afirmación sin contradicción. 
La virtud, la intuición del bien, es el más grande aporte del homo sapiens al universo.  Y todo el que por el Oriente salva,   a  un hermano, a un perro y lo que se  ganó con esfuerzo,  todo el que hace un bien,  cumple  un deber  de “humanidad, en la porción de ella que tiene más cerca”, donde le tocó romper con el egoísmo, “mancha del mundo”.  Y enarbolan,  con actos, lo que expresó Maceo: “Los cubanos son generosos y pródigos en la ejecución de acciones laudatorias”.
“Un hombre es un deber vivo; un depositario de fuerzas que no debe dejar en embrutecimiento, un ala”, afirmó quien cumplió con su deber hasta el suspiro  último, entre dos ríos ahora desbordados. Cerca de donde nació  otro “hombre ala”,  “deber vivo”,   el santiaguero  del “¡Esto va bien!” antes de bendecir su sangre tierras pinareñas . 
Del sustrato maceísta  son estas piedras: “mi ideal es el bien, asociado al porvenir de nuestra Patria”,  “no es sacrificio inmolarse por la Patria, es la dulcificación del alma”. “No es, pues, una política de odios la mía, es una política de amor; no es una política exclusiva, es una política fundada en la moral humana (…) no odio a nadie ni a nada, pero amo sobre todo la rectitud de los principios racionales de la vida.” “No me arredra la derrota”, “a los hombres de mi temple no les arredra ninguna situación por difícil que sea”, “no hay mejor camino que avanzar superando los escollos de la fatalidad”; “continuar es deber, retroceder, vergüenza oprobiosa. ¡Adelante pues, para el terruño, la gloria de sacrificarlo todo!”. “Las bastardas ambiciones nunca conducen al bien común de los pueblos (…). La ambición infunde temores y dudas, hasta donde no existen; hace egoístas y desconfiadas a las personas; la honradez y la lealtad vienen a ser un mito para los que adolecen de este mal”. 
Hacer el “bien de todos”,  más que un imperativo es un entusiasmo; brota de la conciencia íntima e inspira, prodiga, da esperanza. Resume Caso que  la vida moral es el alivio del mal, y el mal es el egoísmo, que “termina en la obra maestra de su acción: un cadáver”.  Vive quien hacia afuera se irradia, como un sol, quien se rebosa de amor. Del verdadero amor, que según Tolstoi, está en “la renuncia del bienestar personal” y  se experimenta  como  “un estado de benevolencia para todos los hombres”, cuando uno quiere amarlo todo: “al vecino, al padre, a la madre, a los hermanos, a los hombres malos, a los enemigos, al perro, al caballo,  a la hierba…”
Una vivencia que debiera sentirse más natural que la de competir. Y más habitual, de asumirse martianamente que: “El alma humana es noble, puesto que llega a soportar la vida, en la que suele dejar de hallar totalmente placeres, por la mera conciencia de su deber, de su capacidad para el beneficio de otros”. “El deber es feliz, aunque no lo parezca, y el cumplirlo puramente  eleva el alma a un estado perenne de dulzura”.  “El ama crece y se suaviza en el desinterés y en el peligro”. 
Por ello, con Martí  y Maceo hemos de estar,  con  o sin Melissa. Como seres morales de acción centrífuga, y no cual vacío  de centrípeto egoísmo.  Encarnar,  para todos,  su “idea del bien” y trascender el cálculo, el  encierro contractual, el  giro agónico del  interés.  Comprender sus verdades y ascender con el halo de su sacrificio. Saber que el “accidente es egoísta” y solo “lo esencial es desinteresado, y de nadie tiene celos, y está siempre con los brazos abiertos”.  Cuidarnos de la  miseria que radica en quedarnos a mitad el camino,  abandonar, estancarnos en lo que en sí se agota; en  no fluir por el cauce hacia el bien de todos, bien esencial/desinteresado. Solo así, ensancharemos el “alma cubana”.

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José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


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