Por aquellos lejanos días de los años 80 del siglo pasado, Fidel Rendón Matienzo apoyaba con vehemencia a su hermana que le seguía los pasos para concluir sus estudios con la presentación de un trabajo de diploma.
Dicho así, en tiempos actuales, resulta muy difícil comprender la titánica labor del colega Rendón para concluir en el plazo fijado la confección y entrega del documento en apenas 48 horas, por lo cual estaba en horas de la noche mecanografiando en la redacción de la entonces Agencia de Información Nacional.
Era imposible que alguien no le dijera algo al verlo ensimismado escribiendo en un momento desacostumbrado, y también lo era que pudiera concentrarse debidamente en copiar un texto donde no podía haber un error, ninguna tachadura, pues ello restaba puntuación por muy bien elaborado que estuviera el contenido.
Ante un saludo, cuando estaba en la última línea de una página, se equivocó y pulsó una tecla que no era la correcta y entonces se escucharon imprecaciones, pues en lugar de la letra deseada, salió otra y a esas alturas, había que comenzar nuevamente a mecanografiar desde el principio de la cuartilla.
El buen hermano era lento, pero encima de eso, tenía que teclear despacio y con mucho cuidado para evitar errores, arrancó la hoja y colocó otra con resignación, pero entonces fue cuando cometí un acto de crueldad, cuyas causas le doy a conocer públicamente en este sitio digital donde él también colabora.
Me senté frente a la máquina de escribir, y en mucho menos tiempo del que demoraba él, le volví a mecanografiar toda la página, pero al concluir me levanté y le dije calmadamente: ahora continúa tú, que ya te lo dejé donde mismo lo tenías y no has perdido casi nada.
Al ver la velocidad, hizo sus cálculos, y dijo con rostro alegre: Así esta misma noche tú me terminas el trabajo y mañana mismo mi hermanita lo entrega hasta con un día de antelación…
El cubo de agua fría: no Fidelito, no, hasta ahí llegué porque la idea era que como te desconcentramos y te hicimos perder el tiempo, te hago otra página más y de ahí en adelante continúas tú.
Aquello pudo ocurrir porque no había las actuales tecnologías en las que uno lee y automáticamente se digitaliza el texto, ni tampoco ninguna inteligencia artificial a quien se le encomendara la tarea de hacer la revisión y corrección hasta de estilo, como ni siquiera una aplicación que formateara el documento y le colocara las citas donde deben ir según las normas.
No fueron pocas las ocasiones en que el colega tuvo que repetir una operación porque al realizar el arreglo, la parte citada quedaba en otra posición, aunque por suerte no se trataba de un material sobre lingüística, pues en esos casos las máquinas de escribir no disponían de los signos correspondientes.
Hasta aquí, para todos los lectores les ofrecimos apuntes sobre los recuerdos de cómo había que mecanografiar un documento con los resultados de una investigación realizada como ejercicio de graduación, pero las siguientes líneas están especialmente dirigidas al colega Fidel Rendón con una explicación que le debo desde hace cerca de 40 años.
Resulta que gustosamente le hubiera mecanografiado todo el texto, pero como sucedía cada tres meses, estaba en la oficina central de la entonces AIN, hoy Agencia Cubana de Noticias para las reuniones trimestrales, y el chofer que nos trasladaba urgía que abordáramos el vehículo porque después tenía otros viajes y no podía incumplir.
Fidelito, en honor a la verdad, el colega fallecido Rolando Ramírez, corresponsal jefe de Camagüey, me pidió que te diera la explicación, pues consideraba que apremiado por el tiempo, y ante una supuesta falta de solidaridad, ibas a tener altas tensiones que te impedirían mecanografiar adecuadamente.
Le dije que algún día te daría la explicación, y estoy cumpliendo la promesa.
En otra ocasión contaré sobre investigadores que no publicaban sus resultados para no vivir las peripecias de cumplir normas de elaboración de los documentos científicos.
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