El Potrero de Don Pío

“Cuchara” era el apodo de un chofer de alquiler que se ganaba la vida transportando pasajeros entre los cuatro kilómetros de Trinidad hasta Casilda por 10 centavos, un tramito donde en estos tiempos cobran decenas de pesos en un vehículo automotor, o hasta 5 en los de tracción animal.

Argumentaba que en La Habana o las grandes ciudades se manejaba más fácil que en los pueblecitos porque “en esos lugares todo el mundo está obligado a respetar las señales y cumplir las leyes del tránsito para no tener accidentes”.

Aunque no era un cascarrabias sino un viejito jovial, frecuentemente hablaba solo cuando profería improperios contra algún otro colega que violaba las normas para conducir, mientras los pasajeros no sabían si se estaba dirigiendo a ellos.

Eran tiempos de combustible abundante y los vehículos circulaban en grandes cantidades a cualquier hora y por todas partes. “Es que hay demasiados carros para carreteritas tan estrechitas”, le dijo una viajera.

“Mire, señora, estos caminos —explicó Cuchara— son estrechos porque cuando los hicieron cada uno se robaba el presupuesto de una pulgadita de vía, y lo que nos quedó fue una Carretera Central donde algún día no cabrán dos carros de los que se construirán en el futuro. Pero ya yo fui por allá por La Habana y estuve viendo por San José —agregó— que están haciendo estudios, dicen que para hacer la Autopista Nacional que tendrá cuatro sendas a cada lado y va a llegar desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí”.

“Ahí si va a ser fácil aprender a manejar”, se me ocurrió decirle, sin imaginar la disertación que provocaría al muy amable chofer.

“Oiga, niñito —sentenció—, cuando usted quiera dar los primeros timonazos vaya para un lugar bien estrecho y no quiera tampoco ir recto, sino que vaya esquivando cosas. No, no me mires así. El que quiera irse para una autopista a aprender a manejar, ese —aseguró— no va a ser chofer nunca. Usted tiene que empezar en poco espacio y poner unas laticas o cualquier bobería para pasarle por encima con una goma de la derecha o de la izquierda”.

Los tantos años transcurridos han borrado la mayoría de sus explicaciones, pero vienen a la mente algunas de sus palabras al observar regulaciones que se están aplicando en el país a los llamados cuentapropistas que ejercen privadamente la actividad de transportar pasajeros.

“Manejar —decía más o menos— no es como andar por el potrero de don Pío, donde cada cual hace las cosas como le da la gana. Eso es como en la vida misma, tiene que haber leyes, y gente encargada de hacer que se cumplan. Muchos aprenden mirando lo que hace otro chofer con el timón, los pedales y la palanca y con eso —aseguró— puedes ser una estrella manipulando los mecanismos del carro, pero eso hay que completarlo con conocer las leyes del tránsito y saber cómo reaccionar cuando otro hace disparates y no cumple la ley.

Mucha razón tenía Cuchara, apodo que, según algunos, le venía porque usaba una cuchara para calzar la palanca de los cambios que en vehículos antiguos estaba cercano al timón, aunque cuando lo conocí a finales de la década de los 60 usaba un listoncito de madera. Lo cierto es que nada tenía que ver con la frase “servirse con la cuchara grande”, pues siempre fue todo un caballero en el timón.

No pocos transportistas privados, sus mecánicos y suministradores furtivos de combustibles y piezas están queriendo continuar sirviéndose con el cucharón, lo cual repercute en subidas de precios que atentan contra la ciudadanía cuando requieren sus necesarios servicios.

Por eso, aunque causen algún inconveniente, resultan acertadas las medidas para poner límites y evitar que conviertan la transportación privada en el potrero de don Pío, sin atenerse a reglas ni respetar a nada ni a nadie, cobrando a precios cada vez superiores e imponiendo su voluntad.