Entrismo

Cuando en Cuba había movilizaciones de centenares de miles de trabajadores de todos los sectores hacia los cortes de caña, lo cual ocurrió hasta principio de los años 90 del siglo pasado, en algunos albergues de macheteros se acostumbraba a jugar dominó después de la agotadora jornada laboral.

Al faltar uno (algo extraño porque siempre sobraban) me invitaron a que fuera el cuarto para hacer pareja, pero apenas puse cuatro o cinco fichas, mi compañero se levantó bruscamente y dijo: “¿Estoy jugando contra tres o el enemigo entró en mi casa?”.

Al siguiente día estaba yo como siempre entre los más improductivos, y cuando la mayoría había terminado el largo surco se escuchó un grito: “¡Caballeros, vamos a darle contracandela a los atrasados”, lo cual significaba que vendrían cortando en sentido contrario al nuestro.

Apenas pude avanzar dos o tres plantones más, cuando ya el refuerzo estaba encima de mí cortando la caña que tenía a mis pies, y al terminar levantó la vista, soltó una carcajada y sin mucho miramiento dijo: “Eres mejor jugador de dominó que machetero”.

Desde ese día pidió que yo cortara al lado del surco de él, y así, en vez de dar contracandela hacía su tarea y casi toda la mía. Su nombre: Calixto, un negro alto y fuerte de la provincia de Cienfuegos, de quien lamento no haber vuelto a saber nunca más después de esa movilización en los cañaverales de Placetas.

Lo recuerdo cada vez que en cualquier foro callejero escucho a alguien expresar su desconfianza ante decisiones que “o se le ocurrió a un agente de la CIA —afirman— o no hacen falta más enemigos con los supuestos amigos que tenemos dentro”.

Por supuesto que para nada tienen que ver estos casos con los errores y deficiencias o falta de capacidad de cualquier constructor del Socialismo, un sistema social sin fórmulas únicas ni manuales capaces de decir cómo actuar frente a las situaciones impuestas por el experimentado capitalismo para frustrar revoluciones.

Tampoco se trata de fomentar desconfianza dentro de nuestras propias filas porque precisamente ese pudiera ser uno de los propósitos del enemigo, es decir, evitar hombres con la camaradería y el espíritu colectivo de Calixto, a quienes debemos admirar tanto como detestar a los que ostentan bienes que pueden ser hasta robados aprovechando resquicios legales en los que se guarecen para no ser juzgados por un tribunal.

Quizás sea que estamos requeridos de una mayor cultura del repudio a esos elementos, ocupen la posición que ocupen, y en vez de verlos como “luchadores” u hombres de éxito a quienes hasta llegamos a reírles las gracias y tratarlos respetuosamente, debiéramos plantarle mala cara como corresponde a crápulas que entraron en la sociedad y ponen mal las fichas para su propio bienestar, creando descontento popular.