Apenas amaneció el primero de enero de 1959 y comenzaron a cerrarse definitivamente aquellos locales conocidos como casas de juego, donde el siempre seguro ganador no era el que llegaba con la ilusión de incrementar su dinero a costa de la buena suerte.
El punto, le decían entonces a los incautos que tenían la idea de que el azar lo favorecería, lo cual se les reforzaba porque en las primeras operaciones lograban jugosos dividendos muy por encima de la cifra inicial.
Era tan favorable la buena racha que no pocos se deslumbraban al tener en sus manos cantidades nunca antes vistas; y con el razonamiento nublado, llegaban a apostarlo todo, y entonces era cuando la banca se apoderaba de lo perdido y mucho más.
Y como siempre sucede, la sabiduría popular creó frases como la casa o la banca pierde y se ríe, en alusión a que no tenían motivos para no estar alegres, pues ese era el ardid cuando detectaban el punto al cual esquilmar totalmente.
Increíblemente, nunca dejaron de existir los llamados puntos, a pesar de las advertencias de que en los casinos o casas de apuestas, le pagaban con gusto al ganador, en primer lugar, porque nunca lo que recibiera un individuo podría igualar las ganancias totales del que administraba el negocio.
Había frases como: ¡El punto gana y se va, la banca pierde y se ríe! entre las expresiones usadas para convidar al juego, tranquilos porque el capital siempre gana y se levanta ante supuestos descalabros.
Esas palabras apenas son recordadas o conocidas por las mayorías, pero en otros lares es común comentar sobre cómo los que administran los casinos dejan ganar a los puntos elevadas sumas para atraer a clientes y aumentar sus ganancias.
Los tiempos cambian, y las frases desaparecen o pueden adquirir otros significados en la actualidad cubana, luego de varias desconexiones del sistema electroenergético, los huracanes Oscar y Rafael, así como los dos sismos de moderada magnitud.
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Algunas contingencia energética fueron causadas por limitaciones provocadas intencionalmente por fuerzas externas, a lo cual también se sumaron fenómenos naturales contra los que la sociedad tuvo que enfrentarse, incluido el sistema bancario dependiente en alta medida de electricidad.
Si bien las sucursales y entidades de los Banco Metropolitano, BANDEC y Banco Popular disponían también con estrecheces de respaldos energéticos, sus trabajadores acudieron a cumplir sus faenas afectados por los apagones en sus hogares.
Se limitó el funcionamiento de la infraestructura ya de por sí insuficiente, pero los trabajadores del sector bancario consideraron que estaban perdiendo la batalla, pero no la guerra, y con buena cara al mal tiempo, acudieron a realizar sus labores.
Conscientes de que no podían prestar el merecido servicio a los clientes en tan difíciles circunstancias, peores que la normales que tampoco son buenas, no se sintieron, no estuvieron ni tampoco están derrotados y aplicaron alternativas para al menos atender a la mayor cantidad de personas posibles.
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Por ejemplo, no pudieron brindar las sumas de efectivo solicitadas, pero establecieron límites y habilitaron mecanismos para dejar en proceso las entregas por turnos en la medida en que tuvieran el dinero.
Los trabajadores bancarios nada tienen que ver con aquellas casas de juego dedicadas a vaciar los bolsillos de los puntos, todo lo contrario, tratan de que reciban el mejor servicio posible, una utopía que en estos días difíciles los hicieron acudir a sus puestos de labor.
Por supuesto que no siempre todos pueden apreciar cómo el personal de la banca puso buena cara al mal tiempo, pues es comprensible que lo impida el estado anímico debido a la falta de efectivo para compras donde no pudieron hacerlas por pasarelas de pago electrónico y ahora tuvieron que hacer largas colas,
En fin, que tanto la banca como sus clientes, pierden y se ríen, confiados en que otro revés no les hará perder la guerra.
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