Tras 60 días de inmovilización y una semana de cobarditis dolorosa, esta es la primera crónica que escribo a dos manos. ¡Cuán diferente la velocidad, el ritmo, el placer de repartir caricias por todo el teclado!
“No abuses”, reclama Jorge, y no me queda claro si se refiere a que no fuerce la muñeca en general o a que deje de atraparlo por la espalda con todos mis deditos y hurgar bajo su ropa cada vez que usa la nueva cafetera o calienta agua para bañarse (y “me”, porque a lo bueno una no se desacostumbra de pronto).
Aún faltan unas cuantas sesiones de fisioterapia formal, pero es sabroso abrazar la vida a dos manos, literal y figurativamente: retomar los planes constructivos en casa, terminar los ajustes a las bicis, redactar sin barreras... y sí, claro, todo lo que imaginan con esa sonrisita de medio lado, porque esto es Intimidades y no hay límites para especular sobre ciertos detalles.
Pero mi confesión de hoy va por otra ruta: tras dos meses de permitir que la naturaleza siguiera su curso pude culminar con éxito un experimento que planeaba hace rato, pero me daba pánico asumir; un problema científico cada vez más inquietante: ¿Cómo hacen sus cosas las mujeres con uñas largas?
Búrlate si quieres, pero no soy la única que cuando ve esas garras esculturales cargadas de silicona o gel, se pregunta con auténtico pavor: ¿Cómo encuentran una letrica en el celular? ¿Cómo friegan una jarrita de cerámica? ¿Cómo ensartan una aguja? ¿Cómo se suben un pantalón ceñido en un baño público? Y ¡por Dios! ¿Cómo mantienen su higiene íntima sin herirse la piel ni dejar rastros en las uñas?
Sin riesgo de exagerar, les cuento que por primera vez en mi vida las cinco córneas de una mano me sobresalen parejitas más de cinco milímetros. !Y es apabullante! Supongo que si lograran sobrevivir otras tres o cuatro semanas se me pasaría esa sensación constante de excedencia, como ocurre con los anillos, pero sólo de imaginarme sembrando espinacas en el techo o pegando trozos de azulejos en mi cocina reclicada... ¡brrr!!
Un buen experimento lleva comparación y en este caso el “grupo testigo” es mi mano derecha, con las tradicionales mochitas que tan cómodas resultan (¿verdad, Gisela?). ¡Y hay que ver lo desenvueltas que actúan ante las otras, como si se burlaran de su pinta de holgazanas!
En buena ley, no todo es malo con el bando largo. Te puedes rascar los brazos con discreta elegancia, pinzar trocitos de pan tostado en plato ajeno y abrir el pelo con facilidad para hacerte trenzas (¡al fin! como las extrañaba). AH, y cuando das el menudo en la guagua los choferes no te miran con sospechoso remilgo patriarcal... lo cual no importa, pero mortifica.
Por ahora sigo manuscribiendo a la derecha porque no logro atrapar el bolígrafo con el pulgar garroso. Y dictándole al celular porque la pantalla no decodifica mis arañazos. Y dando brincos para meter la Habana en Guanabacoa (o sea, en la licra), pero eso último es un efecto del sedentarismo, más que de las uñas cuidadas, ¿a quién voy a engañar?
Del lavado especial no digo nada porque no he tenido el coraje de llegar tan lejos, así que seguiré asintiendo con sarcasmo cuando mis amigas uñosas digan que “toestabien” en ese acápite. (¡pa’ su madre!)
La mejor conclusión del experimento es que todo pasa, y no hay que aferrarse a nada que no necesites eterno (anjá: a nada). Hice bien en no tirarme a morir cuando me accidenté ni permitir que Jorge y mi mamá se encargaran de todo, porque la pereza crece más que las uñas y ahora sería muy difícil retomar las tareas domésticas.
De paso di evidencias de que mis extremidades suelen ser poco refinadas no por incapacidad genética, como han especulado varias suegras, sino porque me hace más feliz usarlas de herramientas que de vitrina. Lo mío es crear, no brillar, y al que le pique que se rasque ¡sí, señor!
LiaVida
22/2/23 21:13
jajajajajaj y al que le pique que se arrasque, jajaja verdad Gisela , magnifico como siempre Mile
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