Aguas de marzo

Rocío, nuestra ahijada afectiva desde hace un lustro, acaba de reprocharme por no felicitarla en su noveno cumpleaños. En el pasado la saludé hasta por la radio y ella esperaba algo parecido, así que le fallé. Como Jorge está de visita en su casa de Bayamo, me hicieron una videollamada para contarme los progresos de la doñita en las letras y las artes, y me halaron virtualmente las orejas por el imperdonable olvido.

¿Cómo le explico a esta pequeña que en tiempos convulsos vale la pena celebrar en grande los 365 días de una vuelta al astro rey, pero como cada uno implica realidades distintas en la vida de los miles de seres que nos rodean, se me hace difícil recordar las fechas valiosas para toda la gente que amo, además de las efemérides y conmemoraciones destinadas a sensibilizarnos sobre temas sociales importantes?

Por ejemplo, esta semana fue el Día Internacional del Pene ¡y yo no lo sabía! Me enteré en el wasapeo de Senti2, pero con Jorge en Oriente no pude celebrarlo con toda propiedad, y los hombres que felicité me miraron bien raro, así que tampoco entendieron de qué iba el agasajo.

Eso pasa. Planeas algo con la mejor intención y todo sale al revés de como lo esperabas… El Día de la Prensa Cubana lo pasé escribiendo. Pasé por alto el del endometrio (que ya no me toca), y el de acción por los ríos (y mira que mi cercano Tadeo hubiera agradecido un poco de limpieza). Igual olvidé felicitar a los amigos del Proyecto Delta por el Día de las Matemáticas y el Número Pi, y no sigo porque mis oídos piiiitan de tanta celebración calendárica obviada.

¡Ojalá no se me olvide la del 19, el Día Mundial del Sueño! Sé que se refiere al descanso físico y mental (si es poscoital, mejor todavía), pero como soñar no cuesta nada, se me antoja que puedo dedicárselo a esos otros que tal vez no sean grandes sueños, pero ayudan a vivir, como canta Varela. 

También será especial el domingo 20. ¿Porque es el Día Mundial de la Felicidad? ¡Claro! Y de la lengua francesa, que j’adore, y de los padres en algunos países… Pero sobre todo porque es el cumpleaños de la forista MaryD y ya me lo he saltado varias veces, así que el reclamo de Rocío desató la alarma para esa otra fecha importante de alguien que es única para mí. (Y aclaro: no “únicamente” para mí. Mira que no quiero celos).  

El 20, además, es el primer día del equinoccio de marzo, que para nosotros en el norte marca el inicio de la primavera lluviosa y para nuestros antípodas la llegada del otoño, también húmedo. Dos fenómenos contrapuestos en la naturaleza y en su simbolismo: juventud y madurez, poderío y ocaso…

La palabreja significa que en esa jornada (que se repite en septiembre) el día y la noche tienen una duración equitativa en todo el planeta, y es muy significativo porque el resto del año las horas se comparten con diferencias cada vez más notables a medida que se acerca cada solsticio.

Más o menos lo mismo pasa en algunas relaciones: logran un par de días buenos en el año y el resto del tiempo van acumulando desencuentros, hasta que sus corazones laten a tanta distancia que hasta para el Sol es difícil tocarlos. Sin embargo —y ahí está el milagro—, esas personas no se separan nunca. Pasan años y años de amor-odio incondicional, turnándose en mostrar sequedad e ilusión, pero la simple idea de abandonar sus órbitas les provoca soberbios escalofríos.

Otras personas tienen más de cometa que de planeta: les cuesta aferrarse a una curva restringida en torno a una estrella que ilumine o dé sombra a todo lo que pase en sus vidas, para que sus pasos no se enloden en torrentes de sufrimiento ajeno.

 A algunos ni siquiera les convence asumir el rol central: no quieren la vida de nadie gravitando en la suya. Su intuición les dice que de tanto velar por rotaciones y traslaciones ajenas terminarán como una supernova precoz, contaminando en su explosión a todo el universo.

Esas actitudes no tienen que ver con la edad. Tal vez con la naturaleza humana… En marzo cumple años la persona con la que me atreví a vivir mi mayor solsticio amoroso. En los ocho meses que estuvimos juntos, él cumplió 22 y yo 40. Físicamente la diferencia se notaba, pero no nos molestaba. Mentalmente era otra cosa: demasiado serio el chico. Demasiado ocupado en mantener su casa, culminar su carrera, lidiar en los conflictos familiares… Demasiados patrones conservadores que nos llevaron a confrontaciones por naderías, como la cantidad de cucharadas de leche en polvo que se necesitan para preparar un litro de desayuno infantil.

Quitando esos detalles, fue una historia linda mientras duró y mi hijo la disfrutó muchísimo. Una aventura que me ayudó a entender el paso del tiempo, y aceptar los cambios de imagen y proyectos. Una osada ecuación sobre la impermanencia de los sueños, el fluir de las generaciones y la necesidad de ser felices cualquier día del año… algo que solo logra quien vive con la espontánea urgencia de mi amada Rocío.