sábado, 27 de julio de 2024

Alopecia a la carta

Sin pelo al norte para mí no es problema, mientras lo demás esté bien forestado...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 28/05/2024
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Alopecia
Y si te adaptas a ver, acariciar puede ser una delicia… (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

Esta semana, mientras compartíamos la sección de arte del grupo de wasapeo de Senti2, la anfitriona puso un comentario de algún sabichoso sobre el tema de los patrones estéticos en la antigüedad, según el cual los egipcios veían la calvicie como el colmo del desagrado, en un nivel superlativo después de viejo y feo, por decirlo de algún modo.

No voy a discutir los gustos de quienes ya dejaron sus momias atrás hace demasiados siglos, pero bien ubicada en tiempo, lugar y vivencias, salté rapidísimo para salvar la honrilla de los sin-pelos, y atrás de mí chillaron otros implicados o correligionarias de mi gusto.

Traigo el tema para dar fe de cuantos calvos hay en nuestros tiempos, incluso de corta edad, y comentar los mitos acerca de sus fortalezas amatorias, que dicen ser muchas, pero para mí dependen más de otras virtudes cráneo adentro, no de la escasa protección exterior.

Tengo vivencias, claro, del actual y de otros compañeros de vida, pero no todas las que cabría esperar, a menos que me anote algunos sujetos que despues perdieron el pelo, pero ya en mi mandato daban señales de marchar por ahí.

La verdad es que empecé a interesarme por los hombres calvos a partir del único novio totalmente virtual que tuve en la etapa adulta, cuya cabeza nunca acaricié. Primero me enamoró su alma, y luego de muchos intercambios intelectuales y confesiones existenciales me envió su foto por correo postal, y ahí descubrí el detalle exterior.

Realmente se veía muy bien para su edad (23 años mayor que yo), pero el asunto de la alopecia me chocaba un poquito, así que empecé a fijarme en los calvos de mi círculo habitual, a ver si me lograba imaginar en otro plano con un amante así.

Para hacer corto el cuento, no solo lo imaginé, sino que rompí esa barrera y me atreví a experimentar, y no sé si fue pura coincidencia, pero aquello de la tenacidad erótica resultó noticia cierta, y me encantó el asunto de tener menos competencia para el champú y los cepillos.

Claro, quienes conocen de mi tricofilia no entendían mucho aquel cambio de gustos, pero así descubrí que mi fetiche es con los vellos de los brazos, pecho y espalda, no con la techumbre, y mi nuevo ideal quedó más definido a la hora de vacilar másculos.

En la vida real, si el tipo es peludo en el tejado y lampiño de pecho como un pollo de shopping, puede ser lindo de cara y porte, pero a mí me deja seca e indiferente para fantasear.

Ah, pero si hay barba tupida y un monte mullido donde arrebujarme entre sus brazos sí que me pongo tiernita, y me da igual si al extender la mano encuentro una bola de bowling, por demás rica de acariciar y facil para guiar en ciertas rutinas de a dos.

¿Que si no hay barba? Pues ya haberá, como dicen en el campo los menos letrados y muy sabidos en asuntos de naturaleza humana. Solo un par se ha negado rotundamente a complacerme, y porque su oficio no se los permitía, en buena ley.

Así tuviera que esconder las cuchillas, untarles picapica o acudir a otras artes persuasivas, ese atributo siempre creció ante mis narices (literalmente), ralo o abundante, y en muchos casos siguió ahí, como el dinosaurio, luego de separarnos definitivamente. 

Por cierto, el único hombre en mi vida de pelo bien largo y barba pelirroja es mi hijo, ¡y me encanta acariciar ese guiño de la genética, porque no tengo idea de a quien salió!

Ese es un placer sin malicia, claro, pero igual de disfrutable, al menos de manera intermitente, porque mi nuerita se lo manda a cortar cuando le coje fuerza, (paradojas de la vida, para no competir por el champú), y no hay nada que hacer porque de sexo con las nueras se habla, pero no se haaaaaabla, para que no sientan invadida su privacidad.

A menos que sea en público y en plano doctoral-vivencial, para escandalizarla un poquito y que el mensaje llegue en tono de hipérbole, como que sí, es para ella, pero no…

¿Qué tan público? Bueh, sus colegas de facultad y la sala de un cine llena de calvitos universitarios fanáticos al Proyecto Delta han funcionado muy bien…

¡Ah, claro! ¿cómo no mencionarlos? Si quieres mezclar calvos sexis con ocurrencias geniales y mitos desbancados, hay que buscar a esos locos de la Facultad de Matemática de la UH, donde quieran que organicen sus espectáculos de humor.


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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