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martes, 9 de diciembre de 2025

Amor, amor…

¿Será que podemos dominar ese sentimiento que te impulsa a unirte a otro cuerpo, otra alma, o ambas inclusive?...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 09/12/2025
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Intimidades
Amor impuesto a capricho no suele salir bien. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

Cierto día, al salir de una charla con adolescentes en la Lenin, una chiquilla me preguntó si el amor se elige o es espontáneo. Que no hablara del asunto minutos antes, en el aula, me hizo pensar que la persona en su mente estaba allí, pero eso lo confirmé más tarde por su expresión corporal.

Era fácil decirle que la emoción llamada “amor” en novelas y reels es sólo un encantamiento bioquímico: un montón de sustancias nublando el entendimiento para que los cuerpos se acerquen y la especie intente perpetuarse en tus entrañas.

Sin embargo, milenio tras milenio los humanos recreamos otro sentimiento más sociocultural: uno que crece estable, pero no de pronto, y se nutre de comprensión, compromiso, admiración, tolerancia y compañía.

Pudiera coincidir con el primero (eso es genial), pero igual hay que elegirlo día a día y construir su entorno con hechos y palabras, más allá de la intuición. Y claro está: lleva esfuerzo conjunto, porque “amar por los dos” es de los mitos más fatales que se pudieran concebir.  

De todo eso había hablado en el grupo y ella lo entendió, incluso mejor que muchos presentes (incluyendo par de profes), a juzgar por las risitas descreídas. Sin embargo, algo aún le creaba ruido y no se atrevió a mencionarlo.

Lo dificil de preguntar, confesó luego, era el asunto del sexo: para ella el intercambio carnal tenía de espiritualidad tanto como de erotismo y no siempre es el eje de una sana relación, a juzgar por tantos libros y películas sobre amores platónicos y enamoramientos autodestructivos, muchos basados en historias reales.

Amé a esa niña, y a más de diez años de esa charla me encantaría saber de ella y sus vivencias con el amor: el de carne y fuego y el de espíritu y vacío, porque estoy segura de que le han tocado (o se ha agenciado) un poco de los dos. 

Para ser honesta, no es tan simple decidir a quien amar. A veces aparecen personas alucinantes y llegas a creer que no puedes morirte “sin tener algo contigo”, como dice la canción. Es tal el turbión de feromonas en su presencia que pierdes, literalmente, el sentido de la propiocepción.

Pero el cerebro no se apaga, querida: sólo está mareado, y si le das tiempo a procesar toda la información antes de actuar, tu GPS emocional mapeará las áreas oscuras de esa posible interacción coalescente, no para eludirla, sino para darle la categoría adecuada, desde potencial revolcón sicofísico sin evidencia pública al tal vez esperado “juntos para siempre”.

Igual, la vida te sorprende y alguien que aceptaste un día por mero placer, conveniencia o venganza se vuelve parte imprescindible de tu bregar, mientras otro que llegaste a amar por sus virtudes resulta un incordio cotidiano, una fuente de agonía o detrimento de tus dones, y tras intentarlo casi todo amaneces dispuesta a elegir irte, que como dice un meme, es elegirte: primero tu paz y luego ya veremos.

Usemos el arquetipo más común de las relaciones humanas: Adán y Eva. ¿Acaso se eligieron? ¿Tuvieron oportunidad de decidir enamorarse? Dirás que no y es cierto, al menos para ella.

Siguiendo el hilo de la leyenda (que pertenece a muchísimas culturas ancestrales), antes de la icónica Eva hubo otra mujer, esa sí creada a la par del primer hombre. Pero Lilith no era restringible, y no estaba interesada en un paraíso donde Alguien le asignara pareja, roles e incluso posturas para sexar a cambio de ahogar su propia voz.

Y se fue. Un buen día le dio la espalda al plan perfecto del patriarcado y salió del Edén por su libre albedrío. Ella no fue expulsada, como la siguiente inquilina del lecho adánico (creada “de una costilla”, para forzar su dependencia), así que fue borrada del discurso oficial, demonizada, cubierta de escarnio por usar el cerebro antes que el útero.

Con ella, cabe decir, nació el amor propio. Y muchos te dirán que eso es hedonismo, u orgullo, o pura autocomplacencia. Pues prueba a involucrarte con otros sin un sano ejercicio de autoestima y reflexión, a ver qué tal te va…


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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