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domingo, 24 de noviembre de 2024

Autoridad dulcificada

La familia cambia, la justicia también...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 18/11/2021
3 comentarios
Intimidades-18 nov- 2021
Es triste ver a dos personas que se amaron sentadas frente a tres extraños para ventilar trapos sucios. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

“Noviembre se ha ido rápido”, decía ayer uno de los jueces lego con los que he compartido estrado este mes en mi tribunal municipal. Tentada estuve de decir: “La vida siempre marcha aprisa”, pero hubiera sonado demasiado filosófico, incluso en ese solemne recinto donde la justicia ya no solo se imparte, sino que se comparte, en especial en la materia de Familia.

¿Pueden creer que 20 años atrás esos asuntos eran “algo más” en la sala de lo Civil? ¡Como si pudiera equipararse el destino de un pasillo con el de un matrimonio o de un niño!

Confieso que hasta hace un par de años salía de muchas comparecencias con la incómoda sensación de no haber aportado nada al bienestar de esas exparejas (la mayoría muy jóvenes) que apelaban al juicio ajeno para dirimir pleitos domésticos, agotando los fondos e ilusiones comunes.

Es triste ver a dos personas que se amaron sentadas frente a tres extraños para ventilar trapos sucios. Peor aun cuando apenas logran mirarse entre sí, o escuchan las razones del otro solo para disentir y justificar su propia intransigencia.   

En casos así quisiera tirar la toga, sentarme a su nivel como en las peñas y decirles que el trasfondo de esas peleas es que nunca aprendieron a lidiar con el desapego; que nos educaron mal con el mito del “juntos para siempre”, pero es posible dejar ir esas nociones tóxicas y seguir adelante con cordialidad, si no por ellos mismos, al menos por esa prole que necesita verlos unidos, aunque no vivan juntos.

Pero no: no me toca decirlo. Un mes al año por dos décadas me he limitado a firmar pautas de sentido común que las familias no lograban por sí mismas y reflejar los derechos de sus criaturas en un magro papel, sin garantía de que se cumplan, porque nadie logra algo nuevo haciendo siempre lo mismo.

¿Pueden creer que algunas parejas hacen de las citas en el tribunal un retorcido hábito, para verse las caras cada cierto tiempo y restregarse un poco de esa absurda insatisfacción?

Por suerte, los actos de Familia han evolucionado y ya es frecuente invitar a especialistas de Sicología u otras disciplinas para que ayuden a entrar en razón a las partes, explicándoles lo que puede pasar si siguen alimentando esa discordia y repartiendo los tiempos de sus hijos desde la prepotencia cultural del “son míos” o “yo los mantengo”.

A veces (da pena decirlo), una de las partes pasó página, tuvo más hijos o atiende los de una nueva pareja, y la otra intenta hacerle sentir esa “prosperidad” como una deuda con su propia desdicha. Por eso agrede donde más duele: poniendo trabas a la comunicación o reduciendo la ayuda económica.

¿Resultados? Un viejo proverbio dice que cuando los elefantes se pelean, la que sufre es la hierba, y ya pueden imaginar quien cumple ese rol en estas historias.

Ayer una madre decía que su hija preadolescente no quería ir con el padre porque era muy autoritario y poco paciente. El hombre explicaba que solo ponía en práctica el método con el que lo educaron, porque “a los niños no se les puede dejar que sobrepasen la palabra de los padres”, así que una palmada en el hombro se justifica para poner las cosas en su lugar… Y lo peor es que hablaba desde un genuino amor.

Una de las sicólogas presentes lo llamó a la moderación en esos manejos educativos: “No es el hombre quien habla en esas circunstancias, es el padre”, decía ella para remarcar que no se trata de competir con el menor o imponer criterios patriarcales, sino de inculcar respeto, por el bien de todos.

Autoridad dulcificada, llamó ella a esa actitud, y me encantó el término porque tiene mucho que ver con la responsabilidad parental de la que habla el nuevo código de las familias, que estamos gestando (mejor que patria potestad, sin discusión).

Su colega, en tanto, sugería a la madre compartir lo que sabía de sus hijos con el progenitor y ayudarlo a ser mejor padre. Ambas recalcaron que la hostilidad entraña violencia, y el precio que pagarán a la larga puede ser muy doloroso.

Respiré aliviada cuando el caso terminó en acuerdo. Como la prioridad de ambos es el bienestar de sus menores, están dispuestos a aceptar la ayuda del Centro Comunitario de Salud Mental y a buscar herramientas que mejoren sus dinámicas familiares para superar desavenencia. Eso es hacer las cosas de manera distinta, y así sí se puede esperar un resultado mejor.

Otra confesión: este año he estado a punto de llorar en un juicio, por primera vez, y no de rabia, sino de ternura. Mi presidente de la materia es muy joven (apenas tres años de graduado), pero es consciente de la fragilidad de los lazos que nacen de los afectos y sabe regar sabiduría en las áridas emociones humanas. Trata cada caso con la paciencia que merece, habla con dulzura y contagia su voluntad conciliadora.

Noviembre va rápido, pero los tribunales necesitamos que el año acabe pronto y llegue el 2022 con sus procedimientos más modernos, ideales para abrazar una ley nueva, que inspira a amar y a educar mejor.


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...

Se han publicado 3 comentarios


curioso
 24/11/21 20:16

Me conmueve esta historia. He visto muchos casos de divorcio así de cerca y no es fácil que el dolor de la separación no afecte a los hijos. Qué malñ que tengan que venir extraños a decirles cómo amar a los hijos, pero menos mal que la justicia apoya màs a los padres. antes todo era para la madre, tuviera razòn o no, y no era justo

Juan Carlos Subiaut Suárez
 18/11/21 16:43

Estimada Mileyda:

Leyéndola constaté que en los tribunales no ha cambiado nada en ese aspecto. Fui juez lego del tribunal provincial de mi provincia, en varios periodos, hace veinte y pico de años. Recuerdo la ocurrencia de varias situaciones como las que describe, pero eran clásicas aquellas reclamaciones de sentencias de participación de bienes por un tenedor, o una cuchara. Nada ''dulcificado".

Julio Enrique (Kike)
 18/11/21 11:07

Las relaciones de pareja acaban, pero la vida continúa. Si no es en un primer instante, con el tiempo hay que superar las asperezas, aun cuando cada caso tiene su peculiaridad. Pero sobre todo por el hecho de existir hijos en común, por su bienestar, por su salud, hay que dejar atrás esa parte del pasado que fracasó. De nada vale castigar, imponer, incomunicar, obstaculizar, poner a los niños de escudo. Lo correcto es ser el escudo para que los niños estén protegidos de cualquier mal que los pueda afectar. Padres y madres debemos ser conscientes de ello.

Por otra parte, que bueno que se le de el valor que lleva la figura de la madre o padre afín, y como explicaba la especialista ayer en la Mesa Redonda, cuando de verdad es alguien comprometido con la familia que tiene en su entorno más cercano. Es una realidad que hay madres y padres biológicos, mayormente padres creo yo, que se desentienden de los hijos que hicieron, que incluso acudieron a la violencia psicológica y física contra las madres de esos hijos en común mientras convivieron, hasta que un día todo acabó, y con el fin de la pareja también echaron a un lado los niños. Cada día entiendo menos a esas personas.

En esas circunstancias llega alguien con quien se forma una nueva familia, donde se construye paz, armonía, donde mamá o papá afín es quien por lógica tiene más posibilidades (si voluntad y amor tiene) para participar en la vida de esos niños. Y ellos lo ven todos los días, en la alegría, en el juego, en el llanto, en los hospitales, en las tareas, en los mandados, en la educación...¿y quién puede decirles que no lo quieran, que no lo amen? Sencillamente es algo natural, algo espontáneo, porque el amor todo lo puede. Incluso, con papá o mamá presente en sus vidas, sin tener convivencia, siempre es una bendición que si existe papá  o mamá afín, sea alguien dado al cariño.

Hay que mezclar lo biológico con lo sentimental, y atraer siempre, y entregar en todo momento.

 

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