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miércoles, 30 de octubre de 2024

Celestinajes

Es agradable ser puente para las almas que merecen ser felices...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 08/11/2022
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Intimidades-8 de noviembre-2022
El medio no importa, si el fin es bueno. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

La veo acercarse, y de inmediato pienso en cierto amigo que anda buscando una pareja así hace muchos años. Algo me dice que encajarían en una convivencia feliz, que compartirían sueños, gustos, proyectos…

Enseguida aterrizo: un hombre —a la vista mayor, pero no tanto— se acerca zalamero y la besa en la mejilla. Se toman de la cintura y caminan lejos de mis oídos, así que no logro discernir si su realidad es mejor que mi fantasía para ella.

“Si la ve fulano…”, digo en voz alta, y la amiga con la que espero en la parada sonríe mientras me acusa: “¡Allá va la Celestina! Tú no cambias…”. Se pone colorada, mira a la pareja y acaricia un anillo de plata en su anular derecho.  

No necesito recordarle que mi celestinaje rindió frutos a su favor hace siete años, cuando llegó a la peña que organizamos cada mes en la facultad de Matemática de la UH con una carga de tristeza enorme y la autoestima por el piso. Había leído en el periódico el tema a debatir en la cita y necesitaba mucho escuchar a otras personas hablar de reinicios amorosos.

Al final de aquel encuentro, de camino al Coppelia, me contó su historia de traición y abandono tras 14 años de matrimonio con el padre de su niña. «Mi vida acabó», dijo entonces, y me costó varios meses de consejería telefónica y presencial —café mediante—, convencerla de lo contrario.

Cuando ya el duelo había avanzado suficiente; cuando empezaba a cuidar de su apariencia y volvió a sonreír ante las miradas de halago, regresó a la peña. Se sentó en una esquinita, como la primera vez, callada y observante, pero traía un nuevo brillo y un aspecto genial que gritaba ¡Estoy lista!

Esa tarde se apareció también un oyente de Oasis de domingo que quería conocer nuestra dinámica. Dijo que era divorciado, tenía dos niños, creía en el amor y apreciaba mucho una buena charla con un café recién colado y una mujer inteligente.         

Con disimulo la miré a ella, luego a él, y seguí la peña como si nada, pero me las arreglé para sentarlos juntos en el Coppelia y luego comprometerlo para que la acompañara hasta la parada, en dirección opuesta a la suya. El resto ya lo imaginan, por la referencia al anillo que ella adora hacer girar en sus nerviosas manos cuando el contexto la intimida o le recuerda su etapa de necesidad emocional.

Claro que su historia no es única. Con placer uní a decenas de personas que llegaban a nuestra plataforma mediática mediante correo o teléfono, y disfrutaba tanto el resultado que no perdía oportunidad de probar mi intuición.

Por suerte el éxito superó a los fracasos, pero también hubo fiascos demasiado sonoros como para ignorar el riesgo ético de esas intervenciones, sobre todo cuando la gente dice buscar algo, pero se aferra a lo opuesto, como si no lograra salir del círculo vicioso de las malas compañías.

Entendí que a veces mi buen plan podría estar poniendo cierta presión indeseada en adultos capaces de gestiones sentimientos por sí solos y dejé de ser tan abiertamente alcahueta. Me volví más sutil y aprendí a disfrutar en secreto cuando los pronósticos funcionaban en cruces aparentemente espontáneos.

Así se dieron experiencias interesantes. De algunas no puedo hablar porque sus protagonistas leen esta columna y no está bien revelar sus intimidades. Otros no son aún conscientes de mi empuje, y es mejor así, porque no tiene sentido empañar sus esfuerzos ni robar cámara en la película de sus vidas.

En particular recuerdo a dos de mis exparejas, hombres maravillosos con los que yo sabía que no haría hueso viejo, por múltiples razones, y en cuanto apareció en el horizonte la persona ideal me hice a un lado y fomenté el espacio para que se conocieran, feliz de que mis suposiciones fueran ciertas porque eso significaba que en el tiempo que nos dedicamos había aprendido algo de la naturaleza humana, además de disfrutar de buen sexo.

Un amigo gay dice que para esa tercería hace falta mucho estómago. Yo creo que más bien se necesita corazón y cerebro. No me molesta para nada ser puente entre personas cercanas, y creo firmemente que la mayor lealtad que nos debemos todos es la enfocada en la felicidad, no como mito, sino como ejercicio cotidiano del espíritu y la razón.

Para mí no tiene sentido que dos entes afines se cohíban de relacionarse porque se conocieron a través de la expareja de uno de ellos, y ahora que las redes facilitan que las mentes se encuentren antes que los cuerpos y maduren su conexión, es una suerte ser “culpable” de esos flechazos virtuales, qué más da el pasado común.

También al ciberespacio le urge multiplicar la ilusión antes que el odio, el amor antes que la guerra, el sexo antes que el ego… y todos los pares dialécticos que ustedes quieran sumar a esta posverdad.


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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