Apenas amanece y me dispongo a tuitear sobre el Día Mundial de Población cuando entra una llamada de una vieja amiga de Santiago de Cuba para sondear “como estarán las cosas por el Nautilus en estas vacaciones”.
Esa pregunta significa que está planeando un viaje a la capital y necesita una base de operaciones para su numerosa familia, preferiblemente gratis, porque entre transportes y chucherías terminará esa semana en bancarrota.
“Este año no puedo ayudarte”, digo apenada, y me deshago en explicaciones sobre la reconstrucción paulatina de los baños, las escaleras rotas y la falta de ventiladores para enfrentar el cambio climático, nada gentil en esta rada habanera.
En otras circunstancias hubiera dicho que sí de inmediato, bajo la condición inquebrantable de que yo ofrezco mi techo, pero no mi tiempo, y no invito a comer porque rara vez cocino sin quemar todo (como las pobres galletitas del domingo).
Pero este verano, ni pensarlo: por mucho que disfrute tener gente en la casa, las circunstancias cambiaron, y sé que al segundo día estaremos todos irritados e insatisfechos, pues sus expectativas incluyen colar a los cinco nietos en mi “jacuzzi” cada tarde y armarles un campamento en el techo alguna que otra noche, y en estos momentos eso no puede ser.
Ahora el cuarto colindante a la bañera de su preferencia es mi “sala de prensa” las 24 horas (y refugio de mi padre cuando decide pernoctar en casa), así que el bullicio está fuera de ecuación; y el techo está pidiendo una urgente renovación del repello, pues hasta el arrumaco de los gatos hace caer una molesta boronilla cerca de las computadoras.
Eso, por no contarle a ella lo que sí puedo confesarles a ustedes acá en privado: entre trabajo nocturno, albañilería, mis viejos indiscretos y el entrenamiento de la gestora de contenidos del proyecto, el margen de TSI (tiempo sin intrusos) se acortó de manera drástica, y eso equivale a menor TSU (tiempo sexualmente útil), y a nuestra edad no es buena idea posponer impulsos o limitarse al vertical baño en conjunto porque esa falta de “ejercicios” espontáneos se paga con achaques y un significativo mal humor.
Le comento a Jorge la llamada y su respuesta es diáfana: “Haces lo que tú quieras, pero yo creo que el horno no está para galletitas” (ay, qué tristeza… si hasta pasitas tenían); así que lo siento por mi amiga y su extensa prole, pero no hay chance esta vez de habanerear a mi costa.
Hablo de ella y me da nostalgia, porque mi familia paterna era así de tumultuosa, amante de expediciones y muy dada a reunirse los domingos en casa de los abuelos para jugar, charlar, comer juntos y arreglar el mundo a la manera menendística
Entonces no me fijaba en esos detalles, pero calculo que las colas para el único baño de la casa debieron ser bastante incómodas en esos aquelarres, y la cara de refunfuño del abuelo ante la interrupción de su “siesta” tenía mucho que ver con el suspiro de alivio de la abuela cuando nos veía aterrizar en sus predios, pues luego supe que el viejo era de sábanas tomar.
El pobre… ¡o la pobre!, pues ¿en qué mundo es mejor sudar en la cocina que en la cama? Sus razones tendría, digo yo… pero de sexo no se hablaba en familia, mucho menos con una docena de orejas infantiles expectantes, a la caza de intrigas de adultos para luego alardear de la primicia con el resto de los primos, sobre todo los ausentes en esa ocasión.
A punto de terminar la crónica, oigo a Maya ladrar de entusiasmo y a mi madre hacerle coro de felicidad: “¡Llegó un precioso!”, dice con voz culeca, y en un santiamén se completa mi reducido núcleo familiar.
“Nada más falta Viejo Loco”, dice Jorge, y la certeza de compartir una familia tan pequeña me aprieta el corazón, más que el olor a golosina quemada cuando planeo hacerme la repostera de lujo y luego me concentro en escribir y olvido el horno.
Las galletas se hacen de mantequilla y amor, leo en internet, y de los dos, con suerte, puedo multiplicar la cuota para compartir con esa otra familia extendida que por más de 20 años me ha regalado el periodismo en Cuba.
Tomo el cell, resuelta, y escribo un mensajito: “Este año no puedo, de verdad. Pero ya estoy preparándome para el próximo. Cuando termine de acomodar el baño te aviso: a tus nietos les encantará”.
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