Hace algunas semanas, Heidi compartió un mensaje tomado de otra red que generó un debate en el wasapeo de Senti2Cuba: “Hay mujeres hermosas, buenas en la cama, que cocinan delicioso, y aun así fueron abandonadas. Porque lo que atrapa a un hombre no es lo que tú piensas.
La buena comida no lo retiene. Si así fuera, todas las chefs estarían casadas. Los hijos no lo detienen. Si así fuera, ninguno se hubiera ido dejando una familia. El sexo no lo asegura. Si así fuera, todas las trabajadoras sexuales tendrían un matrimonio feliz. La brujería tampoco. Si funcionara, ya no comprarían más velas. El físico no lo amarra. Si así fuera, no sería infiel con alguien que no se parece a ti.
Porque al final, quien se quiere quedar no necesita cadenas, y quien se quiere ir, no hay fuerza humana que lo detenga. Si tienes que hacer mil cosas para que alguien no se vaya, ya no es amor… es miedo. El amor de verdad no se atrapa. Se elige. Se cuida. Se queda solo. Y si no, mejor que se vaya”.
Al leerlo pensé en las tantas parejas que acomodé por hacerme la independiente, en los tragos amargos que viví, y le di al escrito una sentencia de “Con razón en parte”: Obvio que con comida no retuve a nadie. El hijo no fue imán ni mientras estuvo en el vientre. De belleza pude alardear, y me dejaron por feas descerebradas. Del buen sexo, ¿pa qué hablar?
Como dice la cita de Heidi, ninguna virtud aislada garantiza que los hombres correctos se queden (ni siquiera que se acerquen, la verdad). Pero igual: el amor tampoco es mágico, hay que pulirlo y defenderlo de todo tipo de riesgos… tanto como la paz cotidiana, que el uno sin la otra no es efectivo.
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Tal vez la magia esté en hacer disfrutable ese esfuerzo la mayor parte del tiempo, y dentro de la incertidumbre propia de las relaciones humanas, moverte con un mínimo de garantías de reciprocidad.
Según Allmita, de las más jovenes en aquel debate, el escrito refuerza cuánto somos aún las mujeres idealmente elegidas por la belleza, el desempeño sexual y el trabajo del hogar, lo cual resulta muy reduccionista. Ella nunca escogería a nadie así, asegura, y espera que la otra persona tampoco se fije en eso, teniendo en cuenta sus habilidades e intereses actuales.
Para el chiflado (y hoy renovado) Preval, muchas veces ni sabemos por qué elegimos a alguien: “casi siempre es el inconsciente haciendo el trabajo”, dice, y como es costumbre, agrega: “son más de ocho mil millones de formas de elegir”.
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Múltiplos de 8MM, diría yo, pues casi todos probamos varios patrones a lo largo de la vida. El asunto, a mi ver, es para qué eliges. Si solo quieres pasar una buena noche optas por un cine según la peli en parrilla, pero si tu plan es trabajar en un cine te fijas en las condiciones del lugar, el salario, el equipo y el público. Si por creerte sin opciones aceptas cualquier oferta, ¿por qué quejarte entonces?
Mirebel lo formula desde el ángulo de una joven divorciada con familia a cuestas y un notable desarrollo profesional: “Hoy sé que las personas se unen para tener sexo. Ese es el primer impulso”. Pero un hombre que no se ocupe de la marcha de la casa y no ayude a mantener el hogar en la medida de sus posibilidades, tampoco le atrae: “No tener la hierba tapándome la entrada o un bombillo sin cambiar, o cualquier cosa tradicional de hombre, para mí es importante”.
Aunque yo no veo esas tareas como varoniles (siempre me toca desyerbar porque Jojo es alérgico), sí coincido en el valor del servicio y el sostén hogareño como requisitos. No es que la pareja tenga que hacerlo todo o pagar mientras una mira novelas o va a la peluquería, pero debería nacerle velar por el lugar en que vivimos y gestionar la prosperidad y las condiciones para envejecer juntos sin angustia. Tras esa inversión física, emocional, intelectual y hasta económica, la estabilidad deseada es más probable a largo plazo.
A lo que dice Mirebel de ese estar pendiente de lo que haga falta (sin tener una que recordárselo cada seis meses, ¡por favor!), yo le sumo el ser ahorrativo, pues quien trabaja para comérselo todo en el mes no es persona de confiar. ¿Para qué hoy una cena cara si mañana no puede capear un temporal?
Allmita cierra el debate con una reformulación del texto: hay personas con inteligencia emocional, que se autocuidan y se quieren, se ocupan equitativamente de las tareas y con las cuales hay una química sexual deliciosa, y aun así son abandonadas.
¡Qué estúpida la persona que abandone ese partidazo! Dijo tajante, y sé que muchos asintieron porque ha sido su caso. ¿Llegará a tiempo para ellos la persona adecuada?, se preguntan.
Vivir por ver…

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