El lado oscuro (y no del corazón)

En materia de sexo, ¿cuántas historias raras, realmente muy raras, has conocido? Si crees que pregunto por alardear de las inusuales experiencias que me ha proporcionado Sexo sentido, te aseguro que te equivocas. De lo que sí puedo vanagloriarme una y mil veces es de contar con la amistad de una experta que debe tener un buen record en Cuba en ese delicado tema.

La doctora Elvia de Dios es mi hada madrina, mi asesora, mi confidente, mi loquera favorita… la que aún logra hacerme abrir y cerrar la boca como cascanueces cuando describe una de sus joyitas en el diagnóstico y tratamiento de las parafilias, filón terapéutico donde ha hecho carrera desde la época en que aún se colaban en el mismo saco ciertos gustos poco comunes (como los de alguna gente por acá) y trastornos de la conducta sexual bien tipificados como delitos en la mayoría de los países modernos.

No, Chairman, Elio y demás curiosos: no puedo detallar casos porque las piezas más sórdidas, lo más relevante en cada uno, es en su esencia único, y publicarlo violaría la confidencialidad que exigen nuestras honrosas profesiones de médica y periodista.     

Francamente no sé cómo Elvia, santiaguera aplatanada en el Cerro, puede mantener sereno el pulso cuando sus pacientes (la mayoría hombres) le describen fantasías y prácticas que harían palidecer a Gydeon y toda la Unidad de Análisis de Conducta de la serie norteamericana Mentes Criminales.

Pero ella es así, diligente, generosa… En sus consultas (la principal ahora en el Cenesex) atiende con extraordinario interés los más comunes casos de anorgasmia, disfunción eréctil o eyaculación precoz y apoya procesos de adaptación sicosocial de personas trans, pero además es experta en mantener una calma empática frente a individuos exhibicionistas, violadores, masturbadores compulsivos o con otras conductas controvertidas, y, en la medida de lo posible, ayudarles a reconciliarse con sus límites físicos y malestares morales.

Más allá de la simpatía mutua, con esta siquiatra tengo un pacto profesional beneficioso para nuestros respectivos “clientes”: yo le remito casos que me contactan porque no se sienten a gusto con su vida sexual (de cualquier edad, identidad o causa), y ella me sugiere cuándo y cómo abordar en la prensa esas otras tendencias, antes llamadas aberraciones, hoy, trastornos parafílicos.

Sí, porque cada vez que un temita de esos aparece por aquí (o en JR, o en la radio y la televisión), pueden dar por seguro que al menos una persona identificará “su problema” y querrá acudir a Elvia para entenderlo, normalizarlo, mejorarlo… con terapias o medicamentos, porque cada caso es un mundo.   

Hace poco más de un mes, ella empezó una consulta telefónica desde su casa, ¡y no quieran ustedes imaginar algunas de las historias que le han llegado! (Sí, de verdad, no quieran tener pesadillas intentando imaginarlas: hasta de las cárceles la han contactado).

A cada rato intercambiamos anécdotas y de verdad está muy feliz porque ha sido una vía más para dar consuelo y esperanza, pero también para saciar en mucha gente la voracidad de entender, y cuando se establece la necesaria confianza, la buscan en consulta cara a cara para continuar tratamiento…

Está bien: soltaré prenda con uno de los ejemplos más benévolos que mi gurú sexológica me contó. Es un casito antiguo, pero ella siempre lo recuerda porque mezcla dos obsesiones, angustiosas desde las cavernas: el tamaño del pene y el control sentimental de la relación.

Lo típico del asunto es que la esposa pedía ayuda porque el marido era en extremo celoso a causa de sus inseguridades. Lo curioso es que el pene no pasaba de tres o cuatro centímetros, pero para ella estaba bien así porque se especializó en dar brocha en el punto adecuado (que algunos no encuentran ni con un catalejo)… y sin embargo él vivía acomplejado y temía lo peor.

¿La paradoja? Ella no estaba insatisfecha con lo que faltaba físicamente en ese hombre, sino con lo que sobraba en su mente, y ahí sí Elvia los pudo ayudar.

Si Einstein hubiera conocido esa pareja, tendría a mano un buen ejemplo para ilustrar su teoría de la Relatividad, al menos en el campo de ese tipo de bien/mal/estares en los que mi apreciada profesora es toda una autoridad.

Tengo permiso para publicar su teléfono (7638-8405), así que pregunten, pregunten: Quién sabe lo que descubran de sí mismos en esa línea directa al lado oscuro… más al norte de su corazón.