No sé para ustedes, pero en mi casa el fin de año suele ser época de sentimientos contradictorios y sucesos inusitados. Desde que tengo uso de razón, más que pensar en la fiesta familiar me preparo para las novedades, que pueden ser buenas con resultados malos… o viceversa.
A lo mejor tiene que ver con que mis padres se casaron el 31 de diciembre de 1961 (ella con 16 años y él con 20) tras pocos meses de noviazgo, y más que por amor, que sí había mucho, por salir de la sofocante vigilancia de mi abuela Julia.
El divorcio definitivo (tras uno temporal y varios amagos por parte de mi madre), lo sellaron el 1ro. de enero de 1980, así que en breve estaremos celebrando los 59 años de su sagrada unión de por vida y los 40 de su civilizada división de bienes mortales, en la que mi padre se quedó con una casa que dejó echar a perder y mi madre con tres hijos y el mismo resultado.
Para mi fortuna, ambos están vivos y haciendo de las suyas, y como no tienen pareja desde hace 20 años, suelo reunirlos en casa para celebrar el tránsito de la triple independencia: la del país, la del yugo maternal y la de una convivencia estresante en la que todos veíamos cómo el amor se ahogaba en grado proporcional a la incapacidad para entenderse, porque mi papá suele tener la mecha corta para lo que le irrita y mi mamá no pelea (dice ella): habla “con énfasis” y hace más muecas que un panel de emojis en WhatsApp.
Cuando el viejo aparece, la casa se transforma en escenario de una tragicomedia griega. Jorge y yo vigilamos la reacción de cada uno a las revelaciones del otro, y a veces nos escondemos para reír de sus pueriles encontronazos a viva voz, pero los planes para unirlos definitivamente y salir de ellos sí son a la cara, como las bromas de doble sentido y los toqueteos supuestamente fortuitos… de ambas partes, que conste.
“¡Ya sabía yo!¡Lo que me espera contigo! ¡Ahora sí entiendo por qué eres como eres! ¡Esta casa arde hoy! ¡Madre mía…!”, murmura Jorge, sacude la cabeza y sonríe con nostálgica ternura, mirando al cielo y luego a mí con cara de cómplice resignación mientras se dispone a escucharlos discutir por fechas, personajes y locaciones de añejas anécdotas, que supuestamente están compartiendo con el más nuevo del núcleo hogareño, pero en realidad son caricias al pasado, requiebros mutuos, ramas que crujen en la llama de un amor que no muere, aunque no aguante coexistencia pacífica.
Hoy el viejuco vendrá de visita. Supuestamente a traer unas vasijas que mami le prestó y a recuperar su gorra favorita, que dejó “olvidada” hace un par de semanas. Y claro, a inventarse una excusa para volver el 31, porque ni loco reconoce que vendrá a celebrar su matrimonio religioso.
Como quien no quiere las cosas, prepararemos un almuerzo tempranero y un flan según la receta de la ex de Jorge (mi gurú en la cocina), pero el verdadero postre del día será oír a la doña explicarle al escéptico cómo la gata Rubia, una de las recogidas hace varios meses en la calle, esta semana cambió de sexo y ahora carga un par de hermosos aditamentos bajo la cola.
Claro que papi no va a creerlo y le echará en cara a la vieja que es una ignorante, con todo y sus grados científicos, y cuando tenga la prueba palpable ante sus ojos dirá que la culpa es mía por andar en esos líos sexosos y defender la diversidad a ultranza, argumento que usó cuando las pecesitas empezaron a parir sin un macho en la pecera y la pastora a amantar gatos callejeros.
Y cuando esté despotricando sobre las locuras de esta casa que “por fortuna ya no es la suya ni lo será nunca, ¡que el dios de los ateos lo libre!”, Jorge le compartirá con el café humeante la última novedad de su suegra: curar la cistitis con el gel de desinfectarse las manos y el dolor de cabeza con licor de menta.
Ya puedo imaginar al susodicho abriendo los ojos y sacando pecho para decir “con énfasis” a la doña: “¡No jodas, chica, a ti la vejez te ha dado por borracha! ¡Menos mal que me libré de tus experimentos!”, a lo que ella responderá con una sonrisa autosuficiente que conocemos muy bien algo al estilo de: “Ya quisieras tú que yo te unte algo, aunque sea árnica en alcohol, a ver si te crece lo mismo que a la rubita…”.
Y no cuento más porque a esa altura las risotadas de Jorge no me van a dejar disfrutar el final, seguramente.
puntualita91
28/12/20 20:57
!!!Hola!!! estaba perdida porque el jevito cambió de teléfono y casi no lo suelta. Por suerte yo heredo el anterior, pero aún no tengo línea propia. Me reí mucho con este tema, mis padres son igualitos, y mis abuelos hasta el otro día estaban en ese "tejeymadeje", como decía mi tía. Ya el viejo no está pa cosa, pobrecito, y ella parece una mariposita alrededor de él, que cada día se apaga más. Ojalá mi relación tenga tanta chispa siempre como han tenido mis ancestros en las suyas, así sea para pelear.
alfil
28/12/20 17:37
Hola, hace un buen rato que no comento porque me disgusta el tiempo que demoran en subir los comentarios. Me pregunto si es responsabilidad de la autora o del equipo de la revista, que está escaso de personal. En menos de un año ha sido drástico el descenso, y no por la Covd sino porque muchos fieles empleamos nuestros datos en interactuar con el blog y al ver que no se publican con prontitud nos sentimos desmotivados. Lo digo con conocimiento de causa porque conozco a varios lectores que seguimos a la Milo en todos sus espacios y coincidimos en que este es el mejor y a la vez el menos atendido. Qué lástima. Feliz año nuevo para todos en Cubahora y ojalá en 2021 encuentren un mecanismo que haga florecer el foro otra vez.
LiaVida
25/12/20 11:39
jajajajajaja que buena está esta crónica, escenario muy común en cualquier familia de Cuba hoy, cuando nosotros los mayorcitos cada vez somos más y el promedio de vida de nuestros adultos mayores va en ascenso, que maravilla!!!, Buen Humor, Mucha Alegría, Ambiente Navideño a lo cubano, gracias Milo, me encantó jajaja
Georgesanz
25/12/20 8:16
Jeje, que buena idea rememorar todo eso, que, de cierta forma es un homenaje al amor en todos los sentidos evidenciados.. Cuanto de mágico tienen estos momentos, no creen? Milo felicidades por este artículo.
Julio Enrique (Kike)
24/12/20 10:36
Yyyyyyy continuamos riendo con un guión de Mileyda Menéndez y la actuación de su mami y su papiiiiiiiiiiiiiiii!!!! Ustedes han mudado Alegrías de Sobremesa para el hogar. Aunque estén separados físicamente, creo que tus padres han quedado, como muchas parejas en esta vida, con las almas enlazadas. Como aquella frase que dice: "Contigo no puedo, pero sin ti tampoco". Será esa una manera de amar también, una forma de convivir sin dormir juntos ni verse todos los días, pero con las chispas encendidas. Y debe ser placentero en tu posición verlos así, sin un hogar formal, pero con un "teatro de operaciones" común.
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