Este domingo fue el Día Mundial de la Voz, según nos recordó en el wasa de Senti2 Chema, un lector asiduo (al grupo y a los chancletazos virtuales... ya les contaré).
La efeméride me sorprendió y me alegró a la vez. Cuando hurgué en el chismoso virtual, supe que se celebra desde 1999 por iniciativa de la federación de sociedades de la que hace tiempo creí la palabra más larga del español.
(Al menos ocho la superan, y un lector me regaló una más mientras redactaba esta crónica).
Esa misma, sí: Otorrinolaringología. Cuando la escribo me da risa porque me acuerdo de un enamorado de juventud, estudiante de esa especialidad; siempre alardoso de sus dotes amatorias y de tener aquello tan largo y bueno en las profundidades como su futura profesión.
Mi tacto durante el zorreo apuntaba a otra cosa, así que una tarde decidí comprobarlo visualmente y el chico tenía razón... de cierto modo. Escribí la palabra en mayúsculas en una hoja, la puse sobre el entusiasta eréctil y de la primera O hasta la última A alcanzó para cubrirlo todo.
Al susodicho no le gustó el chistecito, pero igual no volví a verlo. No por el tamaño, sino por el ego. Y además porque habían terminado mis consultas con su profesor, y luego de dejar el magisterio, mis crisis de disfonía fueron mucho menos frecuentes.
Para ser sincera, mi voz me ha propiciado mucha felicidad y experiencias fabulosas en los últimos 25 años; tal vez para compensar las grandes molestias de los primeros 30, con amenaza de operación y tratamiento de veneno incluido.
Sin metáforas: en la adolescencia consumí estricnina para estimular las cuerdas vocales, y aún recuerdo la angustia de mi madre con aquellas pastillitas, por las que firmaba no sé cuántos papeles en la farmacia.
Para colmo, el tratamiento no se podía interrumpir, y en las escuelas al campo debía guardarlas en el “bolsillo de la abuela” para tenerlas conmigo a toda hora y evitar accidentes. Pero mis “bolsillos” eran apenas naranjitas y el paquetico se notaba por encima de la blusa, así que era peor porque más gente supo sobre mi remedio para hablar (hasta por los codos, dirían mis maestras), y declamar, actuar, cantar, pelear con los novios...
Volviendo al asunto de la voz, no sé cómo será para ustedes, pero a mí es de las primeras cosas que me atrapa en un candidato a amante, incluso a amigo o amiga, pues algunos timbres y tonos superan la capacidad de mi cerebro de procesar ese sonido sin necesidad de apagarse o irse fuera de cobertura.
Una voz atractiva es para mí una condición casi tan fuerte como la de los olores, y hasta supera mi nivel de tricofilia (ya saben: me gustan bien peluditos). Al punto de no enredarme con al menos dos personas maravillosas porque no soporté sus vocecitas endebles, casi sibilantes.
Ah, pero cuando olor, textura y voz me seducen, nada físico limita mi imaginación erótica. ¡Incluso he logrado magníficos orgasmos en muy estimulantes conversaciones con personas que nunca conocí!
Por eso llamé a Jorge a la semana de intercambiar los primeros correos, y otra semana después estaba metido en mi vida para no salir nunca más.
Por cierto, después de casi siete años de convivencia, me atrevo a decir que el único secreto entre nosotros es justamente un sonido vocal: cada uno tiene un mantra propio para las meditaciones y jamás violamos el mandato de no compartirlo en alta voz.
Para algunas personas puede eso resultar tonto, pero ambos respetamos el camino espiritual que nos acercó y nos da herramientas para crecer en lo individual, como pareja y como consejeros, un oficio en el que la voz es casi el 80 por ciento de su éxito. Lo otro es estudio, decencia y naturalidad. Y muuuuucha paciencia para leer almas en las palabras ajenas.
¡Ah, sí, la palabra de hoy! El regalo de Vladimir en el grupo... Aunque no es del español, se usa en geometría, y el objeto que representa es muy hermoso. Yo le llamo mandala, así genérico, porque para mí Pentakismyriohexakisquilioletracosiohexacontapentagonalis es casi impronunciable; pero a lo mejor ustedes son buenos con los trabalenguas.
PD: No resistí la tentación y la escribí también en letras mayúsculas...
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