No se molesten en guglear el adjetivo del título: salvo en este blog, no van a encontrarlo en ninguna otra entrada. En mi casa sí que suena bastante, especialmente en boca de Jorge porque es un aporte lingüístico de su primita cuando tenía poquitos años, allá por la segunda mitad del siglo XX.
Estropéstica es, en el imaginario de la familia Orizondo, una actitud incómoda, como una tía regañona, una intrusión ajena en los planes del día o la obligación de hacer algo no placentero (así sea tu deber).
Aún sin permiso del diccionario, es fácil poner la palabreja en contexto, porque es tan genérica como usar “cosa” para algo indefinible (o definible, pero no te da la gana de facilitar el punto), en este caso una sensación de caprichosa hostilidad.
El otro gran aporte de la prima Magalita fue un ser imaginario que absorbía su tiempo de contemplación. Mientras Jorge veía metafóricas musarañas (algo de lo que siempre nos acusan en la infancia), ella perseguía una rata pilarmónica… y puedes reírte, pero seguro en casa tienes algún ser misterioso como ese, que esconde cosas y hace ruidos inexplicables en las esquinas o bajo los muebles prohibidos para menores de edad.
¿Qué existen decenas de palabras para describir esas situaciones? Claro, pero el vocabulario crece combinando sonidos y sistematizando reglas para comprenderlos. Es un acto legítimo y humanamente sublime para comunicar necesidades, impresiones, criterios, emociones…
Hay quienes ponen interés y se ejercitan para destacar como activos, y quienes apenas manejan un módulo bastante elemental de recursos, casi cavernícolas. La media desarrolla más su bagaje pasivo, para enterarse más que para actuar, por pereza o por falta de circunstancias que movilicen la reserva de creatividad con la que estamos divinamente dotados.
Por cierto, yo sigo hablando de la lengua, pero si tu mente viajó hacia otras alegorías está bien: ciertamente vivimos urgidos de nuevos vocablos cuando nos adentramos en los misterios del sexo, del que supuestamente nadie habla, pero siempre se declara estatus y se busca calificativos para los miedos, prácticas y fantasías, incluso las más remotas.
He ahí un campo amplísimo para desarrollar la imaginación... y para la validación de expresiones onomatopéyicas que nutren el manual de guarradas sublimes, por muy estropésticas que sonaran (tal vez) cuando se estrenaron en nuestros oídos.
En ese minuto vale todo, desde el código bélico hasta préstamos del deporte, la religión o la ciencia. Incluso idear combinaciones de idiomas y bautizar partes del cuerpo según los íconos del arte que sobresalen por ellas.
A veces la palabra es más bizarra que la práctica, pero puede ser al revés. Hace poco en el grupo de Whatssapp compartimos un glosario de términos referidos al sexo, y algunos describían acciones que se alejan por mucho del folklor erótico caribeño… aunque nunca se sabe cómo evolucionará el cuchún-cuchún.
Estos vocablos sí los pueden guglear, pero usen minerva, por si las moscas: matutilandia, foxbikini, tickling, precop… A la avileña Maura le llamó la atención la burusera: persona que se dedica a vender (sobre todo por internet) bragas usadas por adolescentes… Sin lavar, por supuesto.
Es algo bastante común en Japón (no me pregunten por qué). Algunas chicas se pagan así los estudios hasta la universidad, pero usan intermediarias para burusear sus olorcitos íntimos sin tener contacto con el cliente final. Otra variante es esconderlas y convocar en las redes a una búsqueda del tesoro (ese es el pantsu guetta), y quien encuentra la prenda se queda con ella. ¿Qué gana la chica? Ni idea. Seguidores, patrocinadores… ¡Vaya usté a saber!
En Cuba eso es impensable, digo yo… No solo porque ese mercado caería en el ámbito de la muy mal vista pedofilia, sino porque las criollas usamos los blúmer, tangas e hilos dentales hasta que no dan más, y luego los aprovechamos como trapo de limpieza o esponjoso relleno de cojines.
De poco uso y en nailito, solo la lencería para parejas nuevas o fechas señaladas, y la destinada a consultas médicas o ingresos hospitalarios, como nos enseñaron las precavidas abuelas. Ah, y se guardan lavadas y acurrucadas con jabones o bolitas de glicerina, para evitar hedores bochornosos.
Quien busque oler prenda ajena tiene que arriesgarse a brincar cercas, trepar balcones, armarse de una buena vara o contratar a una ratica pilarmónica de hábitos pervertibles, porque nosotras, mujeres ecológicas y pudorosas desde el nacimiento, no alimentamos buruseras a costa de nuestras tiernas niñitas.
puntualita91
3/1/22 11:57
Feliz a'ño nuevo para todos los foristas, aunque ya no comenten, para la periodista y su pintor, y para quienes hemos crecido leyendo estas historias cada semana, con lisandra y con la milo, desde hace muchos años ya. Ojalá el 2022 traiga la dicha de más intercambio entre todos, y que lo bueno del debate no se quede en los grupos a los que no todos podemos participar.
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