“Esta es la definitiva”, le digo a Jorge mientras carga la lavadora de mi mamá hacia el segundo piso, y con nada disimulada sorna me responde: “¡Sí, ta’bién!”, y regresa a buscar el refri pequeño para acomodar a la viejuca en su cuarto, mi amado Nautilus.
No sé ustedes, pero yo suelo mudar la casa dos o tres veces al año… O solía, debo decir, porque con los padres, los muebles y los huesos envejeciendo, hay que pensárselo un poco para estas revoluciones internas.
“De paso bota cosas que ya no necesitas. Regala, vende, lo que sea”, sugiere Rache, mi colega de Senti2, mientras se muda a trabajar estos días desde su casa en un proyecto de blog sobre temas jurídicos.
Al rato me llama, y tomo un respiro mientras reviso agendas viejas para desecharlas. Me viene bien una dosis de su pragmatismo si debo dejar ir tantos recuerdos. “¿Qué tal va tu tarea? La mía a mil…”, comento, animosa.
“Ahora comienza una nueva era para mí. Siento que se abre un camino lleno de posibilidades jamás imaginadas, pero bien esperadas. Ya era hora de que mis ángeles comenzaran a elaborar un buen plan que sustentara esta alma casi sin aliento, para seguir en este viaje desafiante que es la existencia misma”.
¡Waooo!, ¡La Rache poética! Hace años no la veía así. Dejo la agenda del 2009 a un lado y la escucho florecer: “No sé a qué me enfrento ni cuál será mi destino, pero lo pienso recorrer gustosa, acompañada de Dios y de todos los que, para bien, quieran entrar en mi vida”.
“Comenzaré por reconocer que he tenido las agallas para decir siempre lo que pienso, que poco me ha importado lo que se diga de mí, porque, a fin de cuentas, nunca he arrastrado a nadie en mis decisiones, y tampoco he pedido permiso para retirarme de algún lugar cuando, por razones obvias no me he sentido a gusto”.
¡Me consta!, quiero decirle, recordando todo lo que atravesó como hija, madre, hermana, mujer… Pero callo porque anda inspirada: “Alguna que otra vez me he puesto el disfraz de la alegría para ocultar mi dolor, sí, porque, a decir verdad, no se me da bien eso de confiar… Yo vivo en la paz y la tranquilidad que me ofrece la certeza de no contarle a nadie mi verdad. Creo que fue la única forma que encontré de estar a salvo”.
“¡Y cantar!”, ahora sí la interrumpo. El poder de su voz la transforma. “¡Y escribir!”, insisto, porque me llevó diez años convencerla de esa posibilidad, que ahora explora con fuerzas.
“Aquí estoy, con ganas de arrancarle al mundo todos los instantes que perdí cuando, por alguna razón, cualquiera me arrastraba en sus historias y conflictos, de los cuales yo no era ni tan siquiera partícipe. Así de simple malgastaba mi valioso tiempo… ¡Ni que fuera inmortal!”.
Me da risa su ocurrencia. Pienso en otras amigas en situaciones parecidas. Unas lograron salir y estabilizar, como Migdalia, con quien me hice maestra. Otras no tuvieron valor. O suerte. O tiempo. ¿Cómo juzgarlas?
“De vez en cuando me percato de que he compartido mi vida con personas que no entienden nada de la sensibilidad que emana de un sentimiento lastimado. Quizá por eso nunca pude disfrutar de mí misma… Pero sí, amiga: finalmente encontré mi camino y sé exactamente lo que quiero y por lo que estoy dispuesta a luchar con todas mis garras, que han tenido suficiente tiempo para afilarse y no permitir que nadie intente arrebatarme lo que por derecho me corresponda”.
Ambas hacemos silencio. Es inevitable pensar en su compinche de tantas aventuras juveniles. Mi vecina. Una vida segada tan prematuramente. Y no podemos decir que no lo vimos venir, porque aquel hombre…
“Cuánta ironía se esconde detrás de cada momento vivido”, dice Rache, cavilosa. “Lástima que aprendes tan tarde lo que te hubiera servido para llevar una vida más plena y placentera… Pero bueno, así somos los escritores: nos gusta plasmar en algún lugar nuestras experiencias para compartirlas con todo aquel que esté dispuesto a aprender de los errores ajenos”.
Dejar de nombrar es condenar al olvido, y nosotras no nos daremos ese permiso: “Siempre tuve el sueño de escribir un libro de mis vivencias, y Cary siempre se reía de eso, porque me habían sucedido tantas cosas que, según ella, mi publicación sería más larga que Los miserables de Victor Hugo”, suspira con voz quebrada y rompe a reír.
“Posiblemente ahora mismo ella esté soltando su risa contagiosa desde el cielo, y quizá contribuya desde allá arriba a encontrar una editorial a la que le gusten mis crónicas”, augura, para conjurar el doloroso recuerdo.
Jorge se asoma por tercera vez. “¿Y el escaparate, pa cuando, mijita?”. Nos despedimos con la broma de siempre: Rache cuelga y yo no. Su teléfono vuelve a sonar y es tan tonta que responde: “Oigoooo. ¡Ah, caray, me cogiste de nuevo!”.
La vida es puro cambio, transformación, dejar ir gente, objetos, situaciones… Pero hay cosas que nunca cambian, y por ellas, por la inocencia que no muere, vale la pena intentar nuevos reinicios.
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