Hoy cuando celebremos el Día Mundial de la Infancia se me ocurre que hagamos un viaje introspectivo en la memoria y nos remontemos a aquellos primeros años de vida, cuando despertaban los deseos más primitivos e intuitivos de nuestras futuras personalidades, y la inocencia y la curiosidad conspiraban desde el interior.
Cuántos no sintieron ese constante deseo por saber el por qué de cada hecho que sucedía a nuestro alrededor, pero sobre todo, entender las características y cambios que ocurrían en el organismo, ya fuera un niño o una niña.
Y es que, aunque suele pensarse que la vida sexual del ser humano se inicia con los cambios de la pubertad, —al concebir erróneamente que la sexualidad está relacionada con la capacidad de reproducción—, la ciencia ha demostrado que este “chip” está activado desde el día del nacimiento mismo.
En los pequeños el impulso sexual se manifiesta a través de la insistente búsqueda de la satisfacción de sus necesidades biológicas como comer, dormir, jugar, conversar, observar… desde la búsqueda del placer y la concepción de la propia personalidad.
Según han descrito los psicólogos, desde esas edades tempranas aprendemos a reconocer lo que nos atrae y nos disgusta, de forma que entendemos e intentamos volver a sentir esa plenitud de las maneras más diversas.
De hecho se dice que las primeras preguntas e investigaciones que hacen los niños tienen que ver con la sexualidad. Antes de los 2 años el interés se centra principalmente en explorar manualmente el cuerpo, y no solo el suyo, sino el de la madre para encontrar esas primeras sensaciones agradables que le ayuden a construir su mundo.
En este sentido es común ver a los niños pequeños tocando sus órganos genitales. Sin embargo, este es un comportamiento normal que justamente les estimula esas nuevas sensaciones, por lo que cuando se les reprime ese instinto es muy probable que el pequeño experimente una mayor necesidad de conseguir lo que quiere, o peor aún, que sufra sentimientos de culpa hacia sí mismo.
Para los bebés la madre simboliza su primer amor. En la medida en que crecen es frecuente que dirijan ese sentimiento a la figura materna, en el caso de los niños, y a la paterna en las niñas.
Desde esos primeros tiempos aprenden a definir su sexo y su forma de ser se irá amoldando de acuerdo a la identidad sexual que escojan. En estos comportamientos nada tiene que ver que una niña prefiera jugar con pelotas o que un niño escoja las muñecas: está comprobado que esas actividades no afectan la identidad de género.
ENTENDER NUESTRA INTIMIDAD
A partir de los tres años los niños inician la llamada edad lúdica. Se dice que en esa etapa florece la imaginación, la fantasía, las inquietudes y surge el juego como una dinámica esencial en el proceso de crecimiento.
En estos años lo sexual también es parte de la diversión, puede suceder que simulen ser papá y mamá, o reproduzcan escenas de besos, como parte del descubrimiento natural de ser hombres y mujeres.
Este tipo de juegos tiene a veces la finalidad de satisfacer la curiosidad muy propia de su edad. Por lo tanto, advierten los especialistas, no deben ser reprimidos esos instintos, pues los niños actúan por imágenes: si se acarician es porque lo han visto hacer a sus padres, o a otras personas.
Bajo esta perspectiva sería muy injusto castigarlos o avergonzarlos. Lo oportuno es reaccionar con naturalidad frente a ellos, pero de no poder manejar la situación lo mejor es que los padres busquen orientación especializada.
Al cabo de los cinco o seis años, en el niño estará establecido su rol sexual. La figura de sus padres constituye el eje principal. Esta se convierte en el espejo a través del cual aprenden e identifican a uno u otro género.
No obstante, no hay que inquietarse si ello no sucede en la forma esperada. Cada niño tiene su propio ritmo y hay que esperar que surja la inquietud para explicarle fenómenos tan importantes como el origen de la vida.
Siempre resulta útil ayudarse con todo tipo de gráficos y dibujos. El resultado final del proceso de desarrollo será un conjunto de actitudes acorde con la edad, ambiente, las relaciones familiares y otros factores, distintos unos de otros, en cada individuo.
Un buen punto de partida es comenzar por dar al pequeño la confianza que le indique que los padres no tienen nada que ocultarle. De esa manera se prepara al niño para una adolescencia serena y se establece una relación de armonía, afecto, colaboración y respeto.
Sin dudas la educación sexual debe comenzar desde la más temprana niñez, como sucede con el aprendizaje del lenguaje y de las actitudes primarias como seres humanos.
Para un niño o niña la sexualidad es un tema normal que se puede enseñar a partir del propio interés del menor, en la medida en que este busque las respuestas a todo cuanto sucede en su cuerpo.
Si se escuchan estas inquietudes como cualquier otra, el tema sexual pasa también a ser natural, sin más importancia que la que poseen otras preocupaciones y sin la carga de los prejuicios y dogmas sociales.
Una de las preocupaciones de muchos padres es si es bueno o no que los niños le vean desvestidos. La literatura especializada describe que mientras ello ocurra naturalmente, como parte de las situaciones cotidianas del núcleo familiar, no hay ningún inconveniente.
En todo momento lo importante es la actitud que se demuestre: la naturalidad y el respeto para que nadie se sienta incómodo con el episodio. La familia, indiscutiblemente es el núcleo principal donde se les debe entregar un marco de referencia ético, moral, emocional y social.
La sexualidad es parte inseparable del ser humano. Tanto hombres como mujeres son seres sexuados desde la concepción, y estas singularidades de su personalidad abarcan todas las dimensiones de la existencia: lo corporal, relacional, afectivo, consciente y moral.
Aprender y recibir la ayuda necesaria para descubrir esos enigmas desde pequeños es un derecho tan propio del ser humano como la vida misma.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.