“Cuando no hay perro se montea con gato”, dice el albañil, y me da tanta risa su imagen que se mosquea. Para no acomplejarlo le traigo a Ishi, ciego de nacimiento y experto en cazar aves o reptiles, más otras felonías sorprendentes para su situación, y sin embargo llora cuando se va la corriente de noche.
Sigue sin entender que entendí su metáfora y le pongo un ejemplo de mi “campo de estudios”: quien no puede pagarse un dildo de silicona, improvisa con vegetales fálicos.
Es su turno de abrir grandes los ojos y confesar que nunca creyó esas historias como reales, porque “hay que estar muy loca para usar un pepino de esa forma”.
Empiezo por aclararle que hay tanto locos como locas con esas manías, y amplío anécdotas, para escandalizarlo mientras sella una vieja ventana de la casa.
A su lado está la merienda que acabo de traerle y elige dejarla “para después”: plátanos maduros y crema de lecha dulce para remojarlos. Mira el pozuelo, me mira con disimulo, y suelto una morbosa carcajada cuando capto su duda existencial.
“Yo si tengo un dildo ─le aclaro─ y soy demasiado fanática de los guineítos maduros como para darles otro uso, así que puedes comerlos sin preocupación”.
Le cuento entonces sobre la oyente que me consultó sobre tamaños, variedades y funcionalidad de los bananos para usos lúdicos, pero nunca puso en duda que serían maduros o pintones, “porque los verdes manchan”, aseguró, burlándose de mi ignorancia en asuntos culinarios.
También le conté sobre una dulce sicóloga, colega de JR, muy impresionada con un artículo de Sexo sentido sobre pacientes que llegan a Urgencias con objetos atrapados en el recto y el sofocón de los médicos para sacarlos de ahí.
Poco después de la publicación, me encontró en un pasillo del poligráfico dialogando con el coautor, estudiante de medicina por entonces (hoy cirujano), y tras muchos rodeos de elogio le preguntó con impresionante candor: “¿Y cuando usan yuca, está pelada o sin pelar?”.
Imaginen ustedes la cara del interpelado, quien sin cuidar protocolos de edad o estatus le respondió: “¡Coño, mija, tú estás más loca que esos tipos!!!!”, y rompimos a reír mientras su cara se ponía tan o más colorada que la de ella.
Pero la pregunta no era tan despistada, y de hecho varias personas escribieron con igual intriga por esos días y hasta meses después. (No hay respuesta correcta: prefiero dejarlo a la imaginación de cada cual).
De vegetales, la charla pasa a otros objetos domésticos, y confiesa entonces que en su terruño holguinero, cuando ejercía como ebanista, vino una señora a pedirle que le torneara una manito de mortero de forma y tamaño bastante peculiar, y además insistió en que fuera de madera oscura, pero ligera, sin posibilidad de astillarse y con un acabado primoroso.
“Yo pensé que pa’ machacar ajos era demasiado, pero pagó muy bien y exigió discreción, así que ahora sospecho que lo quería pa otra cosa...”, concluye su relato reflexivo.
Vuelvo a mi PC para adelantar trabajo y al rato el Manitas se aparece en la puerta de la habitación: “¿Y el desodorante?”. Sin entender la pregunta, y sin salirme de la idea que escribo, voy a una gaveta y le alcanzo un tubito que no suelo usar.
Es su turno de burlarse de mi inocentada: “Yo no te pedí nada: te estoy preguntando cómo se usa”. Mi cabeza sigue en modo asombro, hasta que entiendo por dónde viene la broma y me aplico a fondo para el desquite.
Mientras abro un preservativo y saco una esponjita nueva de fregar para armar una versión criolla del gozoso aparato, se da cuenta de que no puede bailar en casa del trompo y sale corriendo para la suya, rezongando entre dientes sobre lo mal parados que quedarán los hombres con tantos inventicos de todos los colores.
Alain
12/7/23 18:15
Cual es el grupo en que hacen estos debates tan interesantes y otros muchos que leídos en tus crónicas Mile?
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