“¡Corre, que llegas tarde!”, oigo gritar cada mañana frente a mi ventana, y no puedo evitar sonreír por los millones de veces que me han dicho lo mismo a lo largo de la vida, pues la puntualidad no está en mi lista de virtudes desde… ¿nunca?
Dice Jorge que tengo ADN canino porque suelo dar más vueltas que un perro cuando me toca salir de la casa, y esa manía lo perjudica a él, que sí tiene ADN de gallo y prefiere levantarse antes para cumplir sus rutinas mañaneras con tal de no llegar atrasado a la cita, así sea con su computadora.
“¡Dale, muchaaaacho!”, suena otra voz, y el infante arreado salta calle abajo tras su agitada progenitora, a quien se le pegaron las sábanas, o algo más, porque lleva el pelo mal enroscado, como quien se peinó con más de una mano, y no propia…
Ya saben, vivimos a menos de 50 metros de una primaria y esos bullicios matutinos son parte de nuestra cotidianidad sonora, como la sirena de la refinería, la revista chismográfica del barrio (justo a la entrada de mi pasillo) y las trasnochadas serenatas alcohólicas de los aseres de enfrente, quienes despiden la luna a aullidos una semana sí y la otra también.
Cuando todo es silencio, como ahora, me siento en una feliz burbuja. Oír solo a las torcazas o el viento en las hojas del patio es un lujo poco duradero en esta urbe. Antes de que termine de cogerle el gusto habrá una teleturca a todo dar en la casa vecina, o pasarán los vendedores-compradores con sus remedos de pregón, o lanzarán los perros sus reclamos por el descaro de los gatos promiscuos sobre nuestros tejados…
“¡Cucha eso, niña, si ya empezó el matutino!”, suena otro chillido casi en mi jardín, y sonrío pensando en los debates frecuentes sobre esa palabrita que se dan en el grupo wasapeño de Senti2, donde unas voces defienden esa práctica como muy saludable y otras le tienen tirria o desdén.
De matutinos, sí, de eso parlamos en un círculo virtual de adultos… pero no los multitudinarios de uniformes y emulación que se escuchan en mi esquina, sino de aquellos otros más íntimos, casi siempre más divertidos, aunque también ostenten su guión (largo o corto según se pinte el día).
Hay discusión porque no hay consenso, obvio: que si apertura festiva o cita obligada e incómoda… que si esperar al sueño picante o poner la alarma en el despertador… En general, muchos coincidimos en que a las mujeres nos gustan más, porque así descansamos en la noche de la doble jornada y nos despertamos con más ganas y humor…
El mejor matutino incluye un buen café, masaje previo y ducha posterior, aconseja MaryD, magnífica anfitriona de amanecer, como puedo dar fe… (sin el masaje, claro, que ambas somos muy respetuosas de nuestra excelsa amistad).
Por cierto, un consejo made in Senti2, por experiencia propia y por deducción y síntesis de lo mucho leído: si tienes una pareja mujer y quieres embullarla con lo de la matiné de colchón, no le permitas levantarse a hacer ella el café o encaminar en casa otras faenas.
Basta con una corridita al baño para refrescar todas las mucosas y liberar las sentinas, pero luego la envías de vuelta al lecho, a esperar por tu amorosa taza de humectante y cálido néctar (puede ser té, por supuesto), porque si dejas que se ponga en modo Hogar, su cerebro se enganchará con las tareas del día (que nunca alcanza para todas) y adiós sabrosura matinal…
Va y regresa, claro, y coopera un poquito con la gimnasia y el sonido de fondo, pero ELLA no estará ahí, contigo, disfrutando y dándole gracias al universo por tan relajante inicio de jornada. Te lo puedo asegurar… A menos que sea su iniciativa, o parte de su rutina, o sean dos mujeres y decidan turnarse en la calentura del fogón.
¿Que esos matutinos hacen llegar tarde a los del trabajo? Pudiera ser… ¿Y? (ya saben que no soy buena referencia para eso de la puntualidad). Aprende a correr el horario de dormir y despertar. O confórmate con el programa intenso y rapidito, no el otro, cargado de coros y recitativos operáticos.
Aunque, de vez en cuando, como dice nuestro espiritual Alain, vale la pena la demora inspirada, la sinfonía completa, con estribillos e intermezzos si es el caso, porque hay ciertas oportunidades que no se desaprovechan por nada del mundo…
¡Y claro que la gente se dará cuenta! Es más: sería perfecto que se dieran cuenta y apreciaran esa capacidad de armarse amaneceres felices, porque tal plenitud se convierte en creatividad y a larga todos salen beneficiados de tu buen humor.
O no. Pero eso es problema de ellos: ¡que hagan yoga o gárgaras para sacudir la envidia y aprovechar el amanecer!
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