¿Qué pasa si una pareja se ama, pero tienen hábitos muy diferentes? Pues… se adaptan, ¿no? Negocian límites, toleran diferencias, reajustan rutinas, se comprometen con la meta más que con el camino… El asunto es no perder el vínculo, si funciona en otros aspectos y tu intuición te da buenas señales sobre su valía.
Claro que el reto es grande y a veces se siente como remar contra la corriente, pero con la paciencia de antaño y la equidad de ahora, debería ser más fácil llegar a un entendimiento útil, y hasta divertido, sobre esas rutinas que nos hace distintos y (muchas veces) complementarios.
Germán, un wasapeño de Senti2 con ideas más flexibles que las habituales en nuestra generación, defiende (y practica) ese tipo de amor sustentable, valioso a largo plazo.
Este domingo escribió: “Para mantener una relación hoy en día, hay que tener mucho amor y sobre todo muchas ganas de hacer que funcione. Terminar es fácil, empezar es más fácil aún. Ahora, hacer durar, enfrentar peleas, opiniones diferentes, cabeza caliente en discusiones… es solo para quien ama de verdad. El amor es una decisión tomada a partir de un sentimiento. Cuando tus decisiones son más fuertes que tus sentimientos, se llama lealtad”.
¡Decisión! ¡Lealtad! Esos son los recursos nada secretos para seguir bogando cuando hábitos y necesidades difieren, o la vida nos pone ante retos dispares. Así sabes que no sigo contigo porque mi autoestima dependa de tu aprobación o mi sustento de tus aportes materiales, sino porque decido hacer todo lo posible para mantener la vida en común, y soy leal a un proyecto de prosperidad y libertad que tribute a ambos, en cualquier cosa nueva que queramos emprender.
Sí, ya sé: en la pantalla se lee bonito, pero en la realidad puede ser complicado… ¿Y quién dijo que debería ser fácil para que valga la pena? A veces hace falta un salto de fe, mucha paciencia y creatividad para llegar a donde te esperan, cualquiera sea la vía empleada para lograrlo.
Por estos días se cumplirán ocho años de una de las conversaciones más importantes de nuestra relación, cuando convencí a Jorge de dejar la seguridad del trabajo de oficina (en el que estuvo atrapado más de 20 años) y explorar su lado creativo, su don para dibujar… lo cual empezaba por confiar en que mi salario nos sostendría a los dos mientras su arte no hiciera “sonar la contadora”, como decían mis suegros.
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Era el segundo gran giro laboral de su vida, pero esta vez pasados los 50 y en una provincia ajena, con una pareja de apenas seis meses y solo tres de convivencia real.
Ah, pero en ese trimestre ya habíamos calibrado nuestras polaridades más significativas y prometimos lidiar con ellas hasta ajustar el mecanismo de avance y frenado más conveniente según las circunstancias.
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Para que tengan una idea: yo odio el agua muy fría y Jorge chilla si está caliente. Yo soy vegetariana y frugal, él omnívoro y ceremonioso para la comida. Lo suyo es Facebook y lo mío Whatsap. Su memoria para la gente es fabulosa y la mía una telaraña. Él adora su cama suave y yo prefiero dormir en el suelo o una tabla. Él es estable, muy territorial, y yo me mudo de cuarto-baño-cocina cada dos o tres meses. Él es prolijo, puntual y ordenado, y yo ando siempre atrasada y apenas recuerdo donde pongo la cabeza…
Por ahí, empiecen a sumar décadas de rutinas, gustos, paradigmas e intereses dispares antes de juntar matules, y entenderán cuan valiosa resulta la simbiosis construida en estos primeros ocho años que de seguro cumpliremos el próximo 15 de octubre, aunque tal vez nos coja en ciudades diferentes, por desafíos personales y laborares de altos quilates.
Como los dos habíamos corrido mundo antes de unir destinos, tuvimos el coraje de aceptarnos manías, calibrar costumbres y aprender a resolver los problemas en el día como sea; incluso a gritos, si la disputa es lo bastante ridícula como para que no nos importe si la escuchan los vecinos.
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Al final, todas las parejas se aclimatan o se “aclimueren” (como decía una profe de mi beca en el preuniversitario), y es muy reconfortante caminar cada uno por su orilla, a su ritmo, con la tranquilidad de ver el cauce vivo entre los dos, por muy distintas que resulten las riberas.
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