La gran sombrilla azul destacaba junto a la fuente del niño de la bota en el santaclareño parque Vidal. Tres promotores de la Red HSH desplegaban encanto y materiales educativos para atraer al público.
Muchas personas nos contemplaban a distancia, tal vez por la inquietud que aún provoca oír hablar de sexo en espacios abiertos. Aun así, nuestro banco permanecía rodeado. Algunos incluso volvían con más gente para que repitieramos el dato de dónde podían hacerse una prueba rápida de VIH o sífilis, o cómo funciona la pastilla preP.
Las imágenes de artistas en las revistas Lazo adentro provocaban ¡ohh! femeninos y ¡ahh! masculinos, y no faltaban los pedidos especializados: que si información para el mural del consultorio, que si detalles para un trabajo del pre sobre ITS, que si la niña estudia Medicina…
Ante la caja de condones y lubricantes, muchos ojitos brillaron de esperanza y muchas manos se alargaron hacia la billetera mientras sus dueños preguntaban tímidamente (casi con pavor): “¿Cuánto valen?”. Pero Danny, aspirante a sicólogo, repetía: “¡Nada, amigo, tome! Esto es para promocionar salud”, y en el rostro de esas personas asomaba entonces el alivio y la picardía, o al revés… y hasta rubor vi en señoras que insistían en que el profiláctico era para sus nietos o nietas, a quienes llamaban desde el mismísimo parque para darles la noticia.
Como tengo buena memoria para cosas que tal vez alguien considere intrascendentes, recordé el primer condón que usé en mi vida, casi que por gusto, pues fue con mi esposo de muchos años, con quien además intentaba ampliar la familia.
Me habían regalado muchos en una visita al sanatorio para pacientes con VIH de Nazareno y quise ver cómo funcionaba antes de repartirlos en la universidad: si no se caía, si no molestaba al roce, si de verdad lo recogía todo…
Al participante involuntario de mi experimento no le hizo gracia el adminículo ni le veía sentido, pero no era gente de llevarme la contraria en cuanto a iniciativas sexuales y me siguió la corriente. Tal vez por eso me consideró apta para escribir del tema años más tarde.
No puedo asegurar que también fuera su primer condón, por supuesto, ni recuerdo haber preguntado. Sí sé que observó el contenido con curiosidad: tras operarse unos años antes no había tenido otra vista tan cercana de su potencial, y le dio gusto ver que había mejorado en volumen y densidad.
Mientras los colegas de Danny explicaban los síntomas de las diversas infecciones y sus posibles tratamientos, pensé que, después de todo, mi generación navegó con suerte en los 90: entonces el VIH andaba pegando sustos al por mayor, y aunque ya se sabía que el preservativo era la única barrera ante esas incordias sexuales, los hombres hacían mucha resistencia a su uso y las mujeres ni nos atrevíamos a proponerlo o a cargar con él en la cartera.
Por entonces hablar de una extensa “lista de contactos” no tenía la feliz connotación de ahora. Lejos de representar abundancia de amigos y relaciones de trabajo, equivalía a una cadena de amantes con quienes te habías encamado sin protección; o tal vez uno solo, pero mal elegido, porque te involucró en una telaraña epidemiológica con cientos de contactos de cualquier orientación y conducta sexual.
Algunos de esos individuos eran recurrentes (por su oficio o por muy atractivos) y tenían mayor carga viral, pues a la par que generaban nuevos casos se reinfectaban con otros portadores silenciosos. Mientras no hubiera señales de enfermedad nadie acudía a chequearse, pero cuando ingresaba uno de esos personajes nucleares, se formaba tremendo despelote y no pocos matrimonios se venían abajo, no solo por la infidelidad, sino por descubrir que la pareja tenía gustos de los que era difícil hablar.
Me gustaría decir que no fue mi caso, pero mentiría: mi novio de primer año de la carrera era muy salpicón y me arrastró en su irresponsabilidad (también mía, que entonces ni conocía de condones). Por suerte fue blenorragia y no herpes, condilomas o vih… pues cuando aquella piñata explotó, varias decenas de muchachas fueron invitadas a la discreta fiesta de la penicilina universitaria.
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