Todo lo esperado llega, y cuando ves que tu esfuerzo va dando beneficios, el corazón da brincos de alegría, aunque las articulaciones crujan, las uñas griten de desidia y el pelo se encartone de suciedad removida.
Ahora mismo escribo con un dedito hinchado porque la combinación de cemento y marmolina es magnífica para sellar azulejos o estucar paredes, pero hace averías en la piel. Pudiera usar guantes o tirar la mezcla con la cuchara de albañil, pero lo mío es cogerla como barro y ponerla donde la necesito, procurando no perder ni un poquito del material que antes machaqué y cerní para esa amalgama.
Jorge me ve combinar pinturas y hace burlas sobre la segunda mano que necesita mi cara para que quede parejita. Si por él fuera, toda la casa iría de blanco porque es más práctico, dice… y en su cuarto y su baño lo complazco, pero en el resto me pongo creativa y hasta me regalo un arcoíris en el techo del pasillo principal.
Para malcriarme prepara un arroz vegetariano con platanitos fritos, tuesta maní y me trae un café endulzado con la frase que estoy necesitando: «Ta quedando bonito». Mira mi dedo adolorido y sugiere untarme yodo, pero me resisto a sus cuidados hasta que termine la demandante faena.
Nuestra distribución de roles se basa en gustos y talentos, sin remordimientos ni suspicacias patriarcales. Él se suma cuando la tarea exige fuerza, precisión o altura; el resto de las «cosas de hombre», más la jardinería en el techo y el reciclaje son mías por elección (por marimacha, dice él).
Fui una niña educada en los años 70 y mis abuelas me enseñaron a coser, tejer, bordar, combinar accesorios y decorar habitaciones, habilidades utilísimas, debo reconocerlo. Pero mi padre me contagió su amor por las herramientas de otros oficios, me entrenó para usarlas y me animó a guardar repuestos y objetos raros que nos sacan de apuros en una emergencia y ahorran dinero y disgustos.
Como Jorge es un friki del orden y además disfruto ser anfitriona, no podía seguir con el pañol y esas cajas de tarecos regadas por doquier, así que un buen día vacié mi closet, le pusimos varias divisiones y acomodé casi todo ahí, bien clasificado y a la vista para cuando haga falta.
¿Y mi ropa? Pues la que apenas uso fue en bolsas para un escaparate materno, la de ir a la tele para el cuarto del niño, y la del trajín cuelga en un mueble minimalista que muestra todo sin pudor. A fin de cuentas, los conceptos de público y privado han cambiado mucho en estas décadas.
¡Caramba, si aún no les digo el pretexto para este intenso mantenimiento hogareño! La próxima semana se pinta épica, y no por mi cumpleaños, sino porque esperamos una visita multiprovincial: Taymi y Rubén, dos wasaperos de Senti2, vienen a participar en la Ruta de los Olores (esta vez ampliada por Gisela, la arquitecta del grupo) y en un taller sobre sexo tántrico que haremos en el Nautilus.
La camagüeyana estará solo tres días, así que ambas aventuras serán el 27: una en la mañana y la otra en la noche, y eso me emociona porque será la primera actividad en casa luego de la pandemia.
Como el holguinero viene antes, le toca sumarse a los preparativos domésticos y además votará con nosotros el domingo por el Código de las Familias, y eso me encanta porque Rubencito es también como un hijo socioafectivo.
- Consulte además: ¿Por qué un nuevo Código de las Familias? (+Video)
Por cierto, el SÍ yo lo tengo clarísimo, pero a cada rato suelto la brocha, me seco las manos agrietadas y reviso el texto para ayudar a gente indecisa que quiere ir directo a lo que le favorece según su problemática familiar.
Un amigo pregunta si podrá desheredar a la hermana que no atendió a su madre y ahora pretende quedarse con la casa. Una lectora quiere recuperar el contacto con su nieta, que la madre alejó para castigar al padre por picaflor. Otra amiga está cuidando a un señor y esa familia la trata como esclava. Otra lectora invirtió mucho en el apartamento de su pareja, pero la chica viajó y ahora los padres que la despreciaron pretenden apropiarse del muy mejorado local…
No vayas a otras casas para que no sepas sus problemas, decía mi abuela paterna. Me gustaría contarle que ahora no hace falta ir dentro para enterarnos y hay muchos modos de ayudar a resolverlos, ley mediante.
Cuando termine de pintar y Jorge dé la súper limpieza que esta casa está pidiendo a gritos, me acostaré en el piso fresco del pasillo para gozar de mi arcoíris, sin reprochar las imperfecciones de la improvisada obra.
Cuando acabe septiembre, sentiré que ha sido un mes de muchos logros. Emprenderé mi ciclo solar número 55 con más orden, claridad y muchas ilusiones… Y no solo por mí, sino por todas las personas que se animaron a reordenar sus closets para airear lo cotidiano que les constituye y dar más seguridad a lo valioso en sus vidas.
RG
20/9/22 15:22
bien por ti
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