“Deja eso, niña, el periodismo no da nada…”, dice una señora del barrio, fanática a coleccionar objetos con los que luego no sabe qué hacer. “Me da almas”, respondo sonriente, y ella me mira con ganas de preguntar: ¿Con qué se come eso?
Su vida son los lujos materiales, los equipos modernos, los adornos recargados… Aunque despues deba pagar a alguien que los limpie porque no tiene salud ni ganas de hacerlo. Pero es feliz a su manera, sin dañar a nadie, y vive la soledad con cierto aire de grandeza, degustando cualquier chisme barrial mientras espera el fin de su propia existencia.
Su comentario da vueltas en mi inquieta cabeza. Tras más de 20 años de incursionar en la prensa no acumulo una jubilación impresionante, pero puedo alardear de muchísimas experiencias fuera de lo común y de personas que marcaron un antes y después en mi camino. Como para cinco libros, dice la amiga Liz, y Germán sugiere que pudieran ser más.
Solo en amores ya sumé media docena de historias, acota Jorge. Uno de ellos tan lejano que no nos vimos nunca (pero no importaba, como dijo el poeta). Por varios años no hubo nada más valioso en mi campo espiritual que el lazo con aquel personaje allende el mar, de la edad de mi madre, tierno y consentidor, al que debo (lo prometo) una crónica intimosa.
Gracias a los medios, tengo más hijos, hermanos y madres que los ganados por sangre, y más amistades de las que puedo recordar en mi adolescencia y juventud. Gente que retribuye a diario el compromiso de estudiar y escuchar vidas ajenas para luego escribir estas crónicas, hablar con descaro en la radio o sostener Sexo sentido en JR por casi 20 años.
Hace unos días me encontré en la Habana Vieja con dos de esas almas con las que resueno de manera especial. Curiosamente, se hicieron amigas entre sí sin yo mediar, y hasta hace poco no coincidimos las tres en un paseo, aunque lo planeamos.
¿Por qué? No sabría explicarlo… Una tiene carro y la otra alas, así que pudimos vernos mucho antes para disfrutar la magia de que co-creamos aquel miércoles, nada atravesado.
Por cosas inexplicables, nos juntamos por primera vez frente a un delicioso sándwich naturalista preparado por otra amiga de redes en el Café de Amargura 358 para celebrar, como dice la vieja canción, una corta jornada de debut y despedida.
La más joven está a punto de dar un salto existencial para el que ya está lista (y creo que yo también, aunque me espanta un poco su partida. La más pequeña prueba suerte en un campo profesional ajeno al suyo. De cierto modo, ninguna de las tres es la misma de una década atrás, cuando nos descubrimos, gracias a JR y la omnipresencia de las redes.
La Tuti llegó a mi vida a través del foro. Me cautivó con su alegría y naturalidad, sacó muchos esquemas de mis ojos y sin esfuerzo se robó el corazón de toda la familia, al punto de inscribirla, formalmente, como una más del núcleo reglano.
La pienso y mi mente se llena con el viento del camino, la espuma colorida de una briosa cascada, la frescura del coralillo enredado en una cerca, sin más prisa que su propia simplicidad de existir.
Con Alyn coincidimos por retos de salud y nos amamos de inmediato. Ella es quietud aparente, profundidad de lago, voz y mirada cristalinas, agua que por momentos se refugia en cavernas y luego brota con natural persistencia, siempre pura, siempre dispuesta a regalarse a quienes la procuran.
¡Cuánto veo de mí en ambas! Cuánto de lo que pude elegir en el complejo entramado de crecer como mujer consciente de sí misma, dispuesta a potenciar los dones propios sin permisos ni disculpas, sin miedo a convencionalismos o críticas.
Mi vecina octogenaria no nos puede entender. ¿Cómo podría, si creció en una época enraizada en presencias y fronteras? Ella no sabe lo que es leer en tu correo nombres nuevos y abrirlos como puertas al infinito del devenir humano…
El mío es un oficio de lujo, debería decirle. Y mostrarle fotos, contarle anécdotas, alardear de detalles tangibles e intangibles que me pueblan gracias a esas criaturas que atrapo con mis letras.
Pero no. Tendría que resonar con todo eso para disfrutarlo, y ella vibra en otras frecuencias. Mientras vacila entre una nueva olla o una computadora (da igual, no va a usarlas), mi hija afectiva suelta sus lastres materiales y ocupa sus sentidos con delicias autóctonas, motivos de futuras saudades, hilos que la sostengan conectada a su origen.
Dos vidas. Dos caminos. Dos modos de existir… Y una acá, en el medio, aprendiendo de ambas. Y de Alyn. Y de ustedes.
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