Lamento decepcionar si alguien esperaba leer hoy de pelota. De hecho, no me duele aclarar que, siendo habanera (o más bien reglana, que eso tiene su cosa), jamás le he ido a Industriales. Ni cuando uno de sus jóvenes talentos vivía en mi cuadra y era el orgullo indiscutible del barrio.
Escribo de madrugada, tiritando de frío y al compás de una lluvia tan sorpresiva como el temblor que acaba de ocurrir en el oriente cubano. Según el team Santiago del wasapeo de Senti2Cuba, aquello se sintió “de seis parriba”, y hasta sacó de su sueño al chiflado Preval, quien duerme como quisieran muchos desvelados del grupo.
Pero no: tampoco va del cambio climático esta crónica, sino del cumpleaños de Dayanny (la de Rosatur), El Cristo habanero, el inicio del invierno, el récord Guinness de Meditación y un portal galáctico por el cual desapareció, con ayuda de Antonio, Adrián y el Antillano, un cacharro enorme de ensalada fría vegetariana, fruto de uno de esos arranques culinarios infrecuentes en mí. O sea: fui vencida y engullida por la triple A en acción (dato a tomar en cuenta para futuras recetas de nuestros ecotalleres).
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Mejor voy en orden cronológico, o la cumpleañera me saca tarjeta amarilla, que en su rostro es muy fácil de leer: ojitos entrecerrados, una ceja levantada, labios semi comprimidos hacia la derecha y un discreto carraspeo desde el cuello rígido (su príncipe Fritz no me dejará mentir).
Resulta que el sábado 21 organizamos en ese lindo paraje de Casablanca un taller sobre comunicación con la pareja, la familia y la vida (funcionan igual); y de paso celebramos el Día del magisterio cubano y el fin de año. Por eso la ensalada y el exótico ñame, recién cosechado del patio de los rosacruceños del grupo.
De colofón, la profe Gisela sacó un Pinot de 2015 en botella ámbar (si no sabe de vinos, no opine) que nos sacó de tiempo y espacio más rápido que el susodicho portal, invocado a pocos pasos nuestros por otro grupo muy espiritual en la auspiciosa y soleada mañana del solsticio de invierno.
Después de sumarnos al primer Día Mundial de la Meditación y disfrutar la práctica guiada desde la sede de la ONU por el maestro de El arte de Vivir, Sri Sri Ravi Shankar (de verdad impuso varios récords para el famoso libro, y es un honor haber sido parte de eso), nuestro pequeño pero feliz y energizado grupo comenzó el mentado taller.
Primero compartimos logros del año, luego cacareamos quejas y agradecimientos a la vez en un divertido ejercicio, y antes de bailar pegados rugimos a cuatro patas para sacarnos del pecho todo la angustia, el dolor y el desconcierto del año.
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¡Acabáramos! ¿Por ahí viene el título? Pues sí: esa es una técnica de yoga muy útil para moverse en la vida con discernimiento, porque primero te invita a aceptar que todo cambia en este universo sin que tengas control (como el clima o las placas tectónicas) y no debes aferrarte a nada, malo o bueno, y luego te convence de que algunas cosas nunca cambian (como el placer de tener cumpleaños o la viveza musical de Antonio), mientras otras es mejor dejarlas ser y entregarlas a la divinidad, cualquiera sea la que te dé consuelo, o a un mágico portal energético, que también funciona, aunque no sepas cómo (igual que tu cerebro o tu celular, no te hagas).
Ah, pero cuando las cosas sí tienen solución y ya les diste más de una vuelta en el disco de los argumentos y las seducciones y todo sigue igual, pues toca ponerle cara ruda al problema, afincarse en los principios ¡y rugir!
Metafóricamente, rugir es defender derechos y buscar soluciones sin tibiezas, comunicando con claridad lo que te mueve el piso sin estar en Santiago. Rugir es dejar claros los límites a la pareja (y padres, hijos, colegas), y ser luego coherente con eso, para mantener la sintonía y el amor.
Pero a veces rugir es solo eso: ¡rugir! Desgarrarte la garganta, arrancar de las venas y los nervios lo que te impide ser feliz, y luego quedarte en perfecta quietud unos minutos, meditar sin mucho esfuerzo (en modo avión), y dejar ir el dolor o la rabia, que no son parte de tu naturaleza.
De este 21 de diciembre pudiera contar más, pero por ahora lo dejo ahí. Nuestros talleres son como portales al conocimiento imperecedero; pequeños estremecimientos de la conciencia y el sentido común; ratos de construir alianzas y agradecer el tropiezo cuántico que nos juntó en ese camino.
Súmate al próximo y ¿quién sabe…? Hasta amores nuevos han salido de ahí.
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