Por estos días he pasado muchísimas horas en terminales de ferrocarril y ómnibus nacionales, y el denominador común de todas esas esperas fue observar niños de siete años o menos que hacían de sus padres lo que les daba la gana.
Como uno de los propósitos de este viaje es impartir sendos talleres sobre crianza positiva con público de nuestra plataforma en Santa Clara, Sancti Spíritus y Guaracabulla, esa aventura con los peques me resultó muy provechosa, pues pude reafirmar teorías, corroborar patrones y poner en práctica algunas herramientas que espero sirvan a esos adultos de ejemplo para manejarse mejor en el futuro.
Claro, la gracia tuvo su costo en megas, porque la primera reacción de muchos niños y niñas cuando se sientan al lado de un extraño es pedirle (o quitarle al descaro) su celular, y en tres pases mágicos abrir Facebook, Youtube o la carpeta de juegos. ¡y hay que ver su cara de perdonavidas cuando descubren que no tienes algo de eso a su disposición!
Confieso que me alarmó muchísimo esa moda (que dejé correr varias veces antes de quitar el acceso a datos y ponerme a salvo de la intensa piratería infantil); no sólo porque demuestra una pésima educación parental en cuanto al respeto de la propiedad y la privacidad ajena y un riesgo potencial de todo tipo de contagios, sino además porque deja a los peques muy vulnerables a depredadores de pésima calaña.
Mi pavor (y no exagero al usar la palabra), es lo fácil que resulta seducir a los chicos para hacerles fotos “graciosas” o “cariñosas” (que luego pueden ir a redes de pedofilia); o invitarles a sentarse cerquita, so pretexto de ayudarles a jugar o cuidar el celular de una posible caída… y de paso olfatear, tocar, insinuar, y sacar datos personales, rutinas de vida y hasta las huellas digitales.
¿Qué hay un adulto responsable en el entorno? Pues a juzgar por mi experiencia de estos días basta con tener facha de gente seria y cordial para que esa madre, padre o abuela “aproveche” el rato de alivio en su titánica tarea de cuidado y vaya al baño, o a fumar, o a comprar refrescos, ¡o se sumerja en su celular y desconecte del menor a su cargo!
- Consulte además: Tiempos para el sexo
¿De qué sirve que en los teléfonos familiares haya filtros (si los hay) para que no entre pornografía, violencia u otro material explícitamente dañino (y hago énfasis en lo explícito, porque hay cada muñe…), si luego pueden desplegar sus habilidades de natos digitales en artefactos ajenos?
¿Qué impide a un mañoso(a) con labia usar esos momentos para establecer rapport y con total impunidad cultivar una posible víctima de algún delito contra el normal desarrollo sexual o su integridad física y emocional?
Los tiempos cambian, y también se actualiza el modus operandi de estos personajes, que contaminan el espacio virtual y concreto de la vida de nuestros menores, con el mismo fin de abusar de su confianza, y como mismo les explicamos que no deben aceptar un caramelo ni irse de la mano con nadie, por muy buena pinta que tenga, urge enseñar a no revisar equipos ajenos, sin importar edad, sexo o apariencia de quien tan generosamente ofrece su saldo para derretir.
¿Paranoica yo? Puede ser… Tengo razones personales y profesionales de sobra para dar esta alerta a quienes leen el blog, y si se animan a compartir mi inquietud, mucho mejor.
Les cuento algo: en el colmo de la buena fe, una madre que no tiene celular propio usó el mío para llamar a su nena de quince años y ponerla al habla conmigo, diciéndole que yo volvería a llamarla para sugerirle películas sobre ese tema que preocupa tanto en su edad, pues ella no tiene recursos para acompañar a la chica (por demás autista) en el proceso.
Claro que le había dicho antes a qué me dedicaba, ¡pero sólo lo dije! ¡Jamás mostré mi carné de prensa ni mi trabajo en los medios donde promuevo una educación integral de la sexualidad! ¿Con qué aval me gané el derecho a entrar en la vida de esa púber, o de su hermano de cuatro años?
Mamás, papás, adultos todos: piensen en grande y sopesen riesgos. No comprometan la inocencia presente ni hipotequen la felicidad futura, por muy tentador que les resulte un rato de sosiego en una cola, un vehículo, una estación…
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