//

sábado, 23 de noviembre de 2024

Sexo a la roca

Rock que está pa ti, no hay prejuicio que te lo quite...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 09/06/2022
2 comentarios
Rock-sexo-pasiones
El rock y el sexo comparten pasiones y mitos desde el siglo pasado. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

Hace cinco años, un lector de este blog y de Sexo sentido trajo a mi casa un libro (prestado) que le parecía muy útil para mi trabajo. Se llama La revolución sexual del rock y fue escrito por un catalán, Jordi Bianciotto, periodista y crítico de música con un amplio recorrido bibliográfico en cuanto a la historia y los secretos de este controvertido género musical.

Debo confesar que lo he mirado a saltos porque sus postulados son tan radicales que me movieron el piso, y como no sé leer algo sin compartir con mi pareja y por entonces empezaba con Jorge (fanático del rock, y en especial de Kiss), decidí no meterme en ese canal disonante para no enrarecer la relación.

Este lunes rompí esa regla porque en los grupos de Senti2 hay un montón de gente que consume y conoce el género, así que decidimos dedicarle la semana, lo cual incluye el análisis de mitos que lo mezclan con sexo, no siempre de manera feliz.

Acá no voy a hablar del libro. Ni siquiera puedo dejar el pdf porque fue publicado en 1999 y ya lo califican de “raro”, lo cual significa carísimo en el lenguaje de las editoriales y tiendas online. (Si alguien lo logra, no dude en compartir).

Para tenerlo en tus manos tendrías que ir a la peña de hoy jueves en la facultad de Matemática de la UH. Empezaremos a las 5:00 p.m., por si te animas a llegar, y de forma virtual puedes sumarte si escribes a Rubén, el administrador del grupo (y rockero convicto), al número 55994927.

Promoción aparte, vuelvo a la arista intimosa de mi historia con el rock, que comienza por la visión y no por los oídos, al revés de lo que suele pasarme en cuestiones de amor.

Supongo que hubo algo de sinestesia porque le puse atención al género en mi primera Escuela al campo cuando fui cautivada por los ojos azulísimos de un patato de noveno grado conocido por meterle al heavy y otros demonios ideológicos de entonces.

Como en el campamento había menos varones dividieron su albergue para poner a doce niñas de séptimo, y por azar de la vida mi litera cayó junto a la del rockero ojizarco (cartón tabla mediante), quien ante la prohibición de hablarnos ponía en su casetera canciones que expresaran lo que empezábamos a sentir ambos. Así nació mi primer noviazgo formal. 

A la larga, la Nueva Trova (y otros novios) lo sustituyeron en mi preferencia. En asuntos de música me embrujan más las letras que las melodías, y mi inglés de entonces ya daba para entender que los textos rockeros son bastante simplones (o deprimentes, o agresivos), así que nunca asistí a fiestas, como Jorge, ni perseguí casetes grabados o discos importados a hurtadillas.

El rock volvió a inundar mi vida cuando mi hermano menor entró en la adolescencia, y no fue para bien. Baste decir que llegó a casa con el símbolo de Scorpions tatuado en un brazo y ebrio de flor de campana. Suficiente para que mi mamá excomulgara esa música y diera pasos firmes con el “renegado” familiar.

Volví a paladearlo en serio con un enamorado platónico de casi 60 años (yo tenía 39) que eligió no pasar de miradas y besos candentes, abrazos y CDs. Esas pocas semanas me recordaron aquel tierno intercambio sonoro del campamento en el Wajay.

En 2011 volvió a llenarse de rock mi entorno erótico. Aprendí a diferenciar subgéneros, reconocer instrumentos y dejarme llevar por la cadencia de cada pieza en el acto amatorio.

Como en esa época mi hijo transitaba su adolescencia, época clave para forjar gustos musicales, el género quedó en la familia aún después de terminado aquel amor, que empezó muy glam y luego tuvo mucho de heavy y psicodélico, hasta terminar en inesperado blues.  

Con Jorge el asunto del rock alcanzó un estatus que es fácil describir: lo aplatanó en nuestra casa. Tanto que no parece viva sin los acordes de esa música de los años 70 y 80. Así se ganó también al hijo afín sin esfuerzo, y no puede negar que se enternecía cuando Davo subía con la laptop para programar mientras él dibujaba, o se tiraba en su cama en silencio, solo para compartir las vibraciones sonoras del padrastro.

En cuanto a mí, opté por no prestar atención a las letras para no sufrirlas. Aun no puedo diferenciar bandas o músicos, pero tampoco recuerdo nombres de personas con las que comparto a diario, así que no me agobia mi incultura en ese sentido.

Gracias a Rubencito ahora tengo también muchísimo rock en mi PC, así que he sumado a los juegos sexuales una especie de trivia musical: yo pongo una pieza y Jorge debe identificar título, interprete o año. Si son los tres, mejor.

Con cada acierto me premio con un beso o un roce erótico. Y no, no escribí mal: me premio yo. A él la música le basta para entrar en éxtasis. Es algo contra lo que no tiene caso luchar, así que me aprovecho como puedo, porque en el rock y el sexo, “no siempre se consigue lo que se quiere, pero si se intenta, se consigue lo que se necesita”, según canta Mick Jagger, un ídolo de mi juventud.


Compartir

Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...

Se han publicado 2 comentarios


neksonT
 13/6/22 12:39

MicJagger es de mi favoritos y hasta me parezco a el fisicamente,sobre todo en la juventud. Yo tocoguitarra pero nunca me empat'e con una electrica, inalcanzable para mis padres y luego para mi como padre de tres chamas que uno de ellosheredo el gusto por el rock, lostros son mas de regueton y esas cosas de hiy. Me gustaria que hablaran de eso de los emo y repas y cosas que no entiendo mucgo porque es de su generacion. Ha, leo este blog hace tiempo pero no soy bueno escribiendio, prefiero audios y aqui no se pueden dejar audios, habria que pensar en eso. 

Maurañ
 9/6/22 12:25

Wao q bello escrito. y yo q pensé q mi gusto por el rock era efímero pero ya veo q no con esta prosa q has escrito me quitó el sombrero .

Deja tu comentario

Condición de protección de datos