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sábado, 23 de noviembre de 2024

Tacones lejanos

¿Tortura o elegancia? Ni las superheroínas se libran de las pullas…

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 25/10/2022
1 comentarios
Intimidades-25-octubre-2022
“Las mujeres pasan la primera mitad de sus vidas echándose a perder la segunda” (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

“Que sí, que te hacen falta para la televisión”, insiste Jorge, y yo que no, que hay otras urgencias… Que necesito una plana de albañil, un juego de barrenas, una pala y muchas otras cosas útiles, antes que unos tacones bonitos.

Esta bronca es un remake de otra, hace un par de años, cuando vio en Santa Clara unas elegantes plataformas “en precio” y llamó con muchos argumentos estéticos y pragmáticos, porque sabe de mi resistencia a entaconarme, así sea por formalidad.

Entre otras cosas dijo que ahora podía usar calzado alto porque él me saca 18 centímetos de ventaja natural, mientras que mis ex (los que ha conocido) han estado rasantes o por debajo de mi cota topográfica. Y que mis piernotas inspiran, y me muevo con más seducción y donaire…  Al final las compró, pero cuando se rompieron en la segunda puesta se resignó a verme en botas de trabajo. Mientras más duras, mejor.

Hasta hace un mes, cuando partí la cambrera de mis ventiunicos Picadilly de tacón cuadrado, que habían aguantado ilesos un lustro y me permitían caminar por la calle, además de robar cámara. Entonces volvió a la pejiguera de buscar algo similar, y unas balerinas que quepan en la cartera para usarlas al regreso, porque está aburrido de soltar sus dibujos para ir a rescatarme a la avenida con un par de chancletas, o verme llegar descalza desde la parada.

Y yo sé que tiene razón, pero me resisto. Le digo que para la tele tengo otras pullas (casi 12 centímetros de elevación), con las que no doy un paso, pero las calzo sentada en el set y así agradezco la cortesía de la amiga que me las cedió.

El regateo sigue hasta que me mira con cara de ¡tabuenoyá!, y prometo revisar los puestos de los artesanos para rellenar mi ajuar de señora promedio, que bien mirado parece un set de tortura (o BDSM cuando menos), con ropa incómodamente sexy, pulsos y collares brillantes, pañuelos para el cuello, amarres de pelo, maquillaje, “asustadores” con relleno…

Y lo peor son los tacones. ¿Quién inventó esa tortura? ¿Cómo llegaron a ser de los fetiches más extendidos entre hombres y mujeres? ¿Cuánto ganan los tipos que diseñan esos modelos, insufribles y desafiantes de la gravedad terrestre?

Como soy adicta a series de fantasía y aventura, siempre me fijo en los zapatos de las heroínas ¡y no puedo creer los taconazos que se gastan esas locas! Aunque en la ficción la Rebecka tiene poderes vampíricos, Catwoman es muy elástica y la Viuda pelirroja tiene un umbral de dolor altísimo, las artistas reales ¡¿cómo pueden lanzarse desde los techos con esos zapatos sin virarse un pie?!    

Mis primeras pullas las lucí en la graduación de noveno grado, en una fiestecita en Casablanca, y de verdad me hacía ilusión. Eran unas “cocalecas” preciosas… pero sus tiritas no duraron dos minutos abrazando mis gemelos mientras intentaba bailar, y las agujas se doblaron lastimeramente, además de perder los taquitos, dejándome sentada por el resto de la noche.

Después de esa humillación, no usé tacones con más de dos centímetros hasta que me vi obligada por el estricto protocolo de la oficina en que trabajaba en Praga, y apenas salía del local me travestía a la velocidad de Superman, tirando hacia la cesta de la bici todo lo que me hacía sufrir.

La patada final al tema me la dio un angiólogo que entrevisté en el Palacio de las Convenciones. El experto me hizo observar los pies de sus colegas y las mías que asistían a un congreso. Con destreza calculó altura, ángulo, ajuste… y detalló poses de dolor, hinchazón de los tobillos, presión hacia los dedos, brotes azulados en muslos y pantorrillas… “Las mujeres pasan la primera mitad de sus vidas echándose a perder la segunda”, dijo con un suspiro de preocupación.

Una amiga que conoce mi mala fe hacia su calzado favorito me pasa un artículo que confirma riesgos para la salud, pero menciona marcas de prestigio y ventajas en cuanto a seducción. El autor califica el diseño de tacones como la arquitectura del estilo, y precisa que las compras, solo en Estados Unidos, se pega a los 40 millones, porque son símbolo de elegancia y poder. ¡Cien puntos para el patriarcado por su dominio de la “base” de nuestra feminidad!

Por lo que leo, hay toda una ciencia detrás de su confección, y una feroz competencia por acaparar mercado. Al menos admite que es una tontería probarse un solo zapato, y que la brecha costo-venta no tiene límites, para mal de sus fieles adictas.  

Entre nos, veo muy lejano el día en que vuelva a invertir en tortura para mis liberales patitas. Sobreviviré con los dos pares de fachada, que viajan en cartera hasta el ICRT y el resto del tiempo cuelgan felices sobre mi espejo, a salvo de Maya, quien ha probado ser muy creativa en eso de remodelar zapatos con sus perrunos dientes…  


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...

Se han publicado 1 comentarios


Alfredo García
 31/10/22 10:51

Periodista, el día que escribió este artículo era el Día internacional de las personas de baja estatura. Creí que haría referencia a eso, porque no puede ser casual el tema, ¿verdad? Mi sobrino le lleva a su esposa 26 centímetros, y la gente siempre los ha mirado como bichos raros o pareja dispareja. Ella se acompleja y usa tacones altísimos, y como es maestra pasa mucho rato de pie sobre ellos. Dice que ya se acostumbró, pero ya empiezan a salirle las várices en las pantorrillas y se queja de hinchazón de los tobillos, así que le pasé su crónica porque aun está en la primera mitad de la vida, a ver si se cuida para la segunda.

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