Tercera edad

A la tercera va la vencida, dicen por ahí, pero Jorge asegura que nadie va a vencerlo por cruzar la línea de la tercera edad; sobre todo porque llegó con salud, buen humor y galletitas dulces a un precio razonable. 

Para los amantes del horóscopo occidental, doy fe de que es un Virgo bastante estándar en actitudes y aptitudes, excepto que no es trágico o celoso, como otras personas que conozco de ese signo.

Para los que prefieren señales de otro origen, les cuento que este villaclareño nacido el día de Yemayá tiene el don de seducción de esa orisha de las aguas, su carácter voluble y su inmensa capacidad para amar a todos los hijos del mundo, aunque no tenga hoy la dicha de abrazar a los propios.

Suena el teléfono por enésima vez y la sonrisa sobrepasa la canosa barba mientras dialoga con alguno de los muchos amigos que recuerda (¡hasta de nombres y apellidos!) de sus antiguos centros de trabajo, la academia militar, los Camilitos…

Como Facebook lo ha premiado con miles de seguidores en todos los confines del planeta, postales y frases de felicitación empezaron a llegar 12 horas antes del esperado miércoles en diversos idiomas, y para todas va tecleando él una repuesta, tierna o jodedora según el calibre de quien comenta.

Las risas estremecen las paredes del hogar materno y doña Rina se hace la regañona ante las ocurrencias de su primogénito, pero no cesa de hacer magia ante el fogón para obsequiarnos un arroz imperial (la especialidad de la casa), a pesar del calor de esta jornada, que se resiste a conjugar el verano en pasado.

Si alguien duda del poder del amor y el perdón para aligerar el alma y transformar paradigmas, con quince minutos de charla jorgiana tendría suficiente terapia para recapacitar: quien lo ve hoy y lo vio hace seis años, no puede creer que sea la misma persona.

Con mil excusas intenté que asumiera esta semana la crónica, pero se negó porque le parecía arrogante escribir sobre su propio cumpleaños. Le pido entonces que me hable de lo que más agradece de estas seis décadas y sin pensarlo responde: «Después de mi niña, poder vivir de lo que disfruto hacer».

A la tercera va la vencida, y esta vez lo digo literalmente: primero fue militar, luego especialista de Recursos Humanos y ahora dibuja con humor para las redes y los medios, pero sobre todo para sí mismo, ¡y sin aspiraciones de jubilación, porque el arte no tiene fecha de caducidad!

En una pausa de sus fieles se tira un rato a dormitar el almuerzo y corro a acurrucarme entre sus velludos brazos. Nuestros cuerpos cambian día a día en un proceso inevitable, pero basta un cruce de miradas para sentirnos livianos y a salvo, dueños de un amor que no claudica porque se nutre de respeto y reciprocidad.

Jorge es un niño grande, con un entusiasmo que no envejece y un corazón de esponja. Cuando la vida lo reta puede soltar mieles o lágrimas, pero su zumo favorito es la tinta, y su puño aprieta mejor la pluma que la rabia.

Nada de lo vivido lo abochorna y hasta de las pruebas más difíciles logra sacar un recuerdo de humor. Que la gente lo quiera es consecuencia, no meta, y que me toque acompañarlo en esta entrada a los 60 es un honor que espero me retribuya a la vuelta de unos años, porque a su lado logro ser yo misma, eternamente libre, sin poses ni claudicaciones.    

Le pido que me ayude a resumir lo que representa el umbral de la adultez mayor para quienes se han dedicado a cultivar la vida, no a sacudirla con cínica desesperación, y me lee una frase de Galeano con la que resonó esta semana cuando la vio en las redes:

«Si el pelo fuera importante estaría dentro de la cabeza y no afuera. También me consuelo comprobando que en todos estos años se me ha caído mucho pelo, pero ninguna idea, lo que es una alegría si se compara con tanto arrepentido que anda por ahí…».