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sábado, 23 de noviembre de 2024

“Mataperros” somos

Si algo reina en nuestra imagen es la incertidumbre. Un niño suspendido en el aire, en el vacío, sin otra información que certifique de dónde ha partido y dónde caerá...

Mario Ernesto Almeida Bacallao
en Exclusivo 06/08/2023
1 comentarios
Niño cubano
En efecto, podemos equiparar lo que unos niños hacen con nuestras preocupaciones (Pedro Pablo Chaviano Hernández / Cubahora)

La foto me remitía a un espacio de bienaventuranza donde se cumplía para siempre, en una burbuja inalterable del universo, en el instante privilegiado de un clic, el eterno sueño del hombre de volar, libre al fin de sus ataduras materiales y sociales.

Ambrosio Fornet

Antes de entrar de lleno en las posibles interpretaciones e historias que se desprenden de la imagen que nos sirve de portada, tengo que reconocer que el espacio en el que se da me remite, ineludiblemente, a una breve crónica de mi amigo Guillermo Carmona, periodista del semanario Girón, en la que narra cómo los niños —mataperros, dice— trepaban como gatos por los fierros de ese mismo puente Giratorio de la ciudad de Matanzas, para lanzarse, desde lo alto, al interior de los vagones de un tren en movimiento y, acto seguido, lanzar al resto de los muchachos, que aguardaban al borde de la línea, los terrones de azúcar que el ferrocarril conducía hacia alguna parte.

La estampa de “Mataperros asaltatrenes” que nos regala el Guille en ese texto de 2020, republicado por Girón el pasado mes de abril, nos da cuentas de que el susodicho puente, como mínimo desde hace más de veinte años, aunque sabemos que más, es escenario de jugarretas infantiles que sin pedir permiso —¿por qué tendrían que hacerlo los niños?— van y vienen, una y otra vez, de lo temerario a lo poético.

Entrando de lleno en la fotografía que nos convoca a estas líneas, tomada el pasado miércoles 2 de agosto por Pedro Pablo Chaviano Hernández, también he de reconocer que en sí misma me conduce a una instantánea de 1997 que su autor, E. Wright Ledbetteer, tituló “Diving off the Malecón”, a la cual, precisamente en un verano, el de 2001, Ambrosio Fornet dedicara todo un ensayo.

Diving off the Malecón de E. Wright Ledbetteer
Fotografía “Diving off the Malecón”, de E. Wright Ledbetteer

Permítaseme juguetear con ambas imágenes y las palabras de Fornet.

[…] podría apelar a un lugar común recordando que la imagen poética tiene su dinámica interna y no está obligada a explicarse en términos racionales. Lo que el autor nos propone con ella tal vez sea, en última instancia, un viaje al fondo de nosotros mismos, la libre exploración de nuestros deseos y expectativas en los secretos laberintos de una psiquis abrumada por el peso de la rutina y las interminables fatigas de la vida cotidiana. La imagen sería entonces una alegoría de la realización individual y colectiva, el espacio utópico donde —para decirlo en términos marxistas—el reino de la necesidad habría dado paso finalmente al reino de la libertad. Pero es evidente que el autor […] ha querido, primero, orientar nuestra lectura hacia un espacio y un tiempo específicos, la Cuba de hoy, y segundo, proponernos un enigma relacionado con el futuro de la Isla. Dentro de este esquema comunicacional, lo que la foto ilustra, en realidad, es un momento de transición; lo que pende en el vacío, como una gran interrogante, es el destino inmediato de Cuba. La imagen sería entonces una metáfora visual de la incertidumbre, pero una metáfora anclada en el proceso histórico de un país. Y es así como entraría en la escena la Historia y, con ella, lo que el autor trató inútilmente de eludir: la política.

Precisamente, si algo reina en nuestra imagen es la incertidumbre. Un niño suspendido en el aire, en el vacío, sin otra información que certifique de dónde ha partido y dónde caerá. Para más desasosiego, no hay una referencia clara de lo que sería el arriba o el abajo, el antes o el después, lo que acentúa la sensación de desequilibrio y desorientación, quizás más en quien la observa que en el propio muchacho. Esta fotografía también ve la luz en un contexto de crisis económica y social, cuya agudeza remite a más de uno a la última década del siglo XX.

Al igual que en aquel momento, mucho está en juego y, cuando se dice mucho no se alude a nada menos complejo y delicado que la vida de la gente, con todas las dimensiones que puedan emanar de la palabra vida. Por eso, en el conflicto de la metáfora, cada cual desde sus experiencias, sensibilidades y aspiraciones de nación podría emitir una interpretación “X” de la imagen, guiado por interrogantes del tipo: en qué acabará el protagonista, sobre qué terreno ha de caer y de qué forma.

Pero la foto dice más, si es que decidimos continuar por el camino de las paradojas. El niño en cuestión, no aparece en una posición pasiva, no se asume como una víctima al pairo de las fuerzas naturales. Por el contrario, el niño acaba de saltar y ha decidido hacerlo, por demás, con fuerza y furia. La altura de la que lo hace, manifiesta en el ángulo desde el que ha sido capturado, nos habla de riesgos que apenas comienzan, riesgos que trastocarán al individuo desde lo sensitivo y que nosotros, ya no quienes apreciamos desde la distancia la captura, sino quienes presenciamos el momento, constataremos en la secuencia vívida de quien solo cae y cae y cae más… y tarda demasiado en caer y sus nervios no toleran la espera; por ello, en el aire, mientras estremece de forma histérica manos y pies, suelta un grito terriblemente introvertido que solo se apaga cuando el esqueleto enclenque desaparece en el agua.

Desaparece en el agua, aunque solo por nos instantes. Luego emerge, histérico también, pero esta vez de risas, como si el agua le hubiese curado todo, como si el agua lo hubiese salvado. Flota por un tiempo mientras mira a su compañero, que aún aguarda, temeroso, en lo más alto del puente y le grita, con una certeza demasiado parecida al futuro: acaba de saltar, no te va a pasar nada, peor es que te quedes allá arriba y ya no puedes regresar por donde subiste, porque es demasiado peligroso.

Quizás estemos ante un falso dilema que no resistiría la prueba de los hechos, es decir, la confrontación con esas fotos que, dentro de la propuesta estética del autor, constituyen la única y palpable realidad. […] Tengo la impresión de que todos esos niños y niñas, sorprendidos por el clic de la cámara en las actitudes y situaciones más diversas, forman parte de una estrategia narrativa que se propone reafirmar, con imágenes, lo que ya el autor había dicho categóricamente, con palabras, en la introducción: que a su juicio la mayor riqueza de Cuba era su gente. Los adultos viven aquí las contradicciones de una sociedad en proceso de cambio y es lógico que se pregunten de qué cambios se trata y en qué medida esos cambios los afectarán, individual y colectivamente. Pero para los niños no existe el dilema del mañana: el mañana son ellos, prosigue Ambrosio.

En efecto, podemos equiparar lo que unos niños hacen con nuestras preocupaciones, dolores de cabeza y anhelos. Más que poder, nos resulta imposible decidir a conciencia si hacerlo o no, porque como bien dice Fornet, “la iconosfera en la que vivimos inmersos determina en gran medida nuestra capacidad de representarnos y reconocernos”. Pero hay que partir de que los niños que fotografiamos se están desenvolviendo en otro registro, en uno muy concreto.

Para ellos, en ese instante, corre este mismo agosto de los calores del demonio y está un río, un puente y los calores. Y están los 12, 13, 14 y 15 años que no vuelven y los amigos que pocas veces se repetirán en el futuro, en tiempo y espacio, porque las líneas del futuro las escribe un zurdo con la diestra a mano alzada… y jamás se sabe bien.

En todo caso, si de los niños se trata, de estos por lo menos, podemos decir que, desde ya, saben buscarse la felicidad, corriendo riesgos, violando normas con mayor o menor sentido y que, además, se las arreglan para después de saltar, siempre saltar, descender disparatadamente a la velocidad de un grito y, encima de todo, entrarle de pie al agua, sin miedo alguno de volver a probar suertes.

También sabemos lo que nos contó uno de los mataperros cuando le preguntamos si los puros sabían que estaba ahí, si acaso no era muy alto el puente, si acaso el agua no andaba demasiado sucia:

—Asere, yo lo único que sé es que está rica.

01-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 02-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 03-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 04-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 05-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 06-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 07-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 08-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 09-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 010-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 011-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 012-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba 013-Niños en Puente giratorio de Matanzas-Cuba

 


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Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana

Se han publicado 1 comentarios


Mario Almeida alfonso
 6/8/23 13:21

Los Puentes de nuestra ciudad, sobre todo, aquellos q cruzan el san juan son testigos del baño de sus hijos mas jovenes desde su propia fundacion. Lanzarse desde el escudo del Puente de la Plaza, esta reservado solo a temerarios e irracionales hijos de mi yumurina ciudad. Gracias por ese articulo, q une pasado/presente/ futuro logrando metaforisar la realidad de una forma poetica. Gracias a Pedro Pablo a Mario Ernesto y a cubaahora.

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